Cuatro días después de que se cerraran las urnas en Irán, ese país continúa envuelto en la confusión. Las manifestaciones populares no cesan contra lo que se considera el mayor fraude electoral desde la Revolución Islámica de 1979.
El influyente Consejo Supremo de los Guardianes de la Revolución, conformado por teólogos y juristas que velan por la Constitución islámica, anunció este martes estar dispuesto a realizar un nuevo conteo de votos, pero eso no convence a la oposición, pues sostiene que millones de sufragios han desaparecido. En los últimos días, el gobierno iraní llamó a la prensa extranjera a abandonar el país.
La convicción en una significativa parte del electorado de que los comicios fueron fraudulentos motivó varias protestas en las calles desde el mismo viernes de la votación, con la dura respuesta de una represión policial particularmente contra estudiantes universitarios, que crearon una atmósfera con reminiscencias de los días de la Revolución.
Las fisuras ya existentes en la elite política iraní se convirtieron en diferencias irreconciliables, llevando a ese país a su crisis más grave desde 1979.
Las protestas masivas del domingo —las primeras espontáneas y no fomentadas por el gobierno sin contar las primeras marchas post-revolucionariasen apoyo del candidato opositor Hossein Moussavi aseguraron la continuación de un fluido, improvisado e impredecible momento histórico.
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Se trató de una ambigua muestra de fuerza, destinada a contrarrestar las todavía pequeñas manifestaciones en respaldo al presidente Mahmoud Ahmadineyad, quien anunció una poco creíble victoria arrolladora por 62,6 por ciento de los votos, contra 33,75 por ciento de Moussavi.
Nada hacía prever que las cosas derivaran de este modo. En la mañana del viernes, todo parecía calmo y se esperaba una votación histórica con una afluencia a las urnas sin precedentes de entre 80 y 85 por ciento de los sufragantes.
Los comicios fueron realizados tras casi 20 días de una atmósfera de fiesta en las ciudades grandes y medianas del país, hecha posible por la movilización de los partidarios de los candidatos reformistas, Moussavi y el ex presidente del parlamento Mehdi Karrubi
La competencia entre estos dos postulantes y la creciente indignación por las declaraciones de Ahmadineyad en los debates televisivos sobre el estado de la economía despertaron el interés del electorado en las últimas dos semanas de campaña en formas no vistas antes.
Si se aceptan los números totales de sufragios anunciados por el Ministerio del Interior, acudieron a las urnas 11 millones de votantes más de los esperados, de un total de 46,2 millones.
Fue esta gran movilización lo que posiblemente asustó a los sectores de línea dura en la elite gobernante en general, y a la oficina del líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, en particular, lo suficiente como para hacer que éste avalara lo que ahora es visto como el mayor fraude electoral en la historia del país.
La manipulación electoral no es poco común en Irán. Es parte integrante del proceso político y se ha vuelto cada vez más sofisticada en los últimos años para impedir que se repita lo ocurrido en 1997, cuando el candidato reformista Mohammad Jatami obtuvo inesperadamente una victoria arrolladora. Entonces, la afluencia sin precedentes de votantes (79 por ciento) impidió manipulaciones a gran escala con las papeletas.
En aquellas elecciones, las dos figuras políticas más prominentes en Irán, el entonces presidente Akbar Hashemi Rafsanjani (1989-1997) y Jamenei, fueron informados por el aparato de inteligencia sobre el sentimiento popular a favor del candidato reformista, y públicamente le aseguraron a los votantes que sus preferencias serían respetadas, por temor a un estallido de violencia.
Desde entonces, los vetos cada vez más estrictos del Consejo de Guardianes a los candidatos han sido usados para desmoralizar a los votantes y así mantener la afluencia a los comicios presidenciales y a los parlamentarios entre 50 y 60 por ciento, un nivel que le asegura a los conservadores, dada su base popular y su control sobre instituciones clave, mantenerse en el poder con apenas una manipulación marginal en las urnas.
Las elecciones del viernes fueron diferentes y por tanto incontrolables. La decisión de manipular abiertamente los resultados electorales se tomó de antemano, como sugieren las requisas hechas a las oficinas de los candidatos reformistas aun antes de que se cerraran las urnas. Esto pareció un esfuerzo concertado para interferir en el sistema de comunicaciones de la oposición, en el que los mensajes de texto y los teléfonos celulares juegan un papel central.
El sistemático arresto de líderes reformistas y la inmediata presencia de fuerzas de seguridad y de "basiyis" (vigilantes voluntarios de la Revolución) en las calles sugieren también que hubo premeditación.
Pero estas elecciones tuvieron una gran diferencia con las de 1997: la clara separación entre los dos mayores íconos de la República Islámica posterior al liderazgo del ayatolá Ruhollah Musavi Jomeini.
Rafsanjani, conservador moderado que respaldó a Moussavi, públicamente alertó sobre la posibilidad de fraude y, en una carta pública sin precedentes a Jamenei antes de los comicios, cuestionó las acusaciones de corrupción que presentó contra él Ahmadineyad.
No obstante, el líder supremo decidió avalar los resultados de las elecciones, a las que calificó de "milagro divino" 24 horas después de que cerraran los centros de votación e incluso antes de que el Consejo de Guardianes certificara los datos finales.
Probablemente tomará un tiempo saber de quién fue la idea de manipular los resultados en forma tan descarada.
Los que planificaron e implementaron el fraude probablemente pensaron que la gran afluencia de votantes hacía imposible una manipulación sutil, y por eso decidieron cortar por lo sano. Probablemente les pareció necesario que el fraude fuera evidente como señal de fuerza, para asegurar que la parte del electorado que es usualmente silenciosa pero que se movilizó en vísperas de los comicios volviera a su apatía.
Pero, al juzgar por el tamaño de las manifestaciones en los últimos dos días, la táctica no funcionó, probablemente debido al grado de reclutamiento que alcanzó la oposición en la campaña, al impacto que muchos sintieron cuando se anunciaron los resultados tan apresuradamente y al hecho de que figuras tan significativas como Rafsanjani, ausente de la vida pública en los últimos días, se vieran obligadas a actuar a través de las redes de influencia que construyeron durante sus años de actividad.
CAUTELA EN WASHINGTON
Mientras, Estados Unidos ha reaccionado hasta ahora con cautela ante la crisis en Irán, reflejando su alto grado de incertidumbre sobre la conveniencia de apoyar a los manifestantes en Teherán y las implicaciones de la situación en la estrategia diplomática del presidente Barack Obama.
Aunque muchos anti-iraníes de línea dura en Washington llaman a Obama a que haga una inequívoca muestra de solidaridad con los manifestantes, incluso adoptando nuevas sanciones a la República Islámica, su administración hasta ahora se ha negado a expresar un claro respaldo a quienes protestan contra el gobierno de Ahmadineyad.
Analistas señalan que esto es reflejo de una realidad política en la cual un apoyo a los manifestantes iraníes podría ser más una maldición que una bendición, pues el régimen iraní podría presentar a los opositores como agentes de un poder hostil externo y justificar su represión.
"Éste es un tema que va a ser peleado por los iraníes. No se ganará nada con fuerzas externas metiéndose en esto o intentando influenciar el resultado", dijo Gary Sick, veterano analista sobre Irán en la Universidad de Columbia y ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional durante los gobiernos de Gerald Ford (1974-1977), Jimmy Carter (1977-1981) y Ronald Reagan (1981-1989).
"Esto sería un terrible error, y sin importar qué haya dicho o hecho la administración, sería interpretado como una intervención y limitaría severamente la posición de los reformistas, pues serían etiquetados como herramientas de Occidente", dijo en una entrevista el lunes.
Pero la crisis electoral iraní también supone una dificultad adicional para la iniciativa de Obama de acercarse diplomáticamente a Teherán, sin importar su programa de desarrollo atómico.
Si bien no está claro que las elecciones y su resultado alteren el cálculo estratégico básico sobre el tema nuclear, es casi seguro que afectará el equilibrio de poder en Washington, fortaleciendo a los "halcones" (ala más belicista) anti-iraníes y reduciendo el apoyo interno a los esfuerzos de acercamiento.
"Una victoria electoral vergonzosamente manipulada por Ahmadineyad sin duda magnificaría los ya significativos reparos estadounidense sobre negociar con determinados actores, como el presidente iraní", alertó Wayne White, ex analista de Medio Oriente en la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado (cancillería).
"Y aun más importante, esto probablemente socavará el apoyo en el Congreso para el diálogo entre Estados Unidos e Irán", añadió.
Muchos halcones ya utilizan la crisis iraní como prueba de que los gobernantes en Teherán son demasiado agresivos y no confiables.
"La votación debería llevar al señor Obama a repensar su búsqueda de una gran negociación con Irán, aunque hay indicios de que planea hacerlo de todas formas", escribió el lunes en su editorial el periódico neoconservador The Wall Street Journal.
El diario sugirió que Obama debería enviar un mensaje "eliminando su oposición" a una legislación pendiente que impondría sanciones a las firmas que exporten productos de petróleo refinado a Irán.
Mientras, el senador independiente Joseph Lieberman, considerado un neoconservador en política exterior, llamó a la administración a "hablar alto y claro sobre lo que está pasando en Irán en este momento, y a expresar sin ambigüedades su solidaridad" con los manifestantes.
*Farideh Farhi es un experto graduado de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Hawai. El artículo tiene aportes de Jim Lobe y Daniel Luban desde Washington.