Este pequeño pueblo del territorio palestino de Gaza se erige sobre una ladera poco empinada. En sus fértiles tierras solían cultivarse frutas y verduras que se exportaban a Israel, cuyas llanuras exuberantes distan unos 500 metros del centro de esta localidad y se divisan desde sus estrechas callejuelas.
La relativa calma de este poblado rural de frontera, unos 25 kilómetros al sudeste de la ciudad de Gaza, fue quebrada el 10 de enero por el brutal ataque lanzado por las fuerzas israelíes, que duró tres días y dejó 16 civiles muertos y muchas casas y tierras cultivables destruidas.
Organizaciones de derechos humanos internacionales acusan a Israel de perpetrar crímenes de guerra en Juzaa.
Cerca de la peligrosa frontera de Israel, Juzaa fue el único lugar invadido durante la ofensiva israelí de tres semanas contra la franja de Gaza, además de las localidades del norte de este territorio palestino que fueron aisladas por efectivos de Israel.
La Operación Plomo Fundido contra la franja de Gaza, del 27 de diciembre de 2008 al 18 de enero, incluyó artillería pesada, bombardeos aéreos y una posterior incursión de fuerzas terrestres y dejó 1.400 muertos y más de 5.000 heridos, la mayoría civiles.
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Cuatro meses después del ataque, efectivos israelíes siguen incursionando en esta localidad. Los habitantes viven con miedo de los disparos procedentes de las torres de control fronterizas.
"Fue el peor ataque que hayamos sufrido", aseguró el mujtar (jefe) de Juzaa, Abu Ayman. "Peor que cuando el pueblo fue dividido en 1948".
No hubo muchos combates en Juzaa durante las primeras dos semanas del ataque. Pero el 10 de enero los israelíes lanzaron bombas de fósforo blanco en medio de zonas residenciales, según los habitantes. El hecho fue corroborado en un informe divulgado en marzo por la organización de derechos humanos Human Rights Watch, con sede en Nueva York.
El fósforo blanco es un arma química prohibida por las convenciones de Ginebra, base del derecho internacional humanitario que protege a prisioneros de guerra y a la población civil afectada por conflictos armados. La Cruz Roja es la principal organización en velar por su cumplimiento.
Los días siguientes, las fuerzas israelíes arremetieron con cohetes y misiles desde aviones de combate, vehículos aéreos no tripulados y helicópteros Apache, antes de invadir con tanques, palas mecánicas y soldados en la madrugada del 13 de enero.
Efectivos israelíes vendaron los ojos de hombres y niños y los llevaron a un agujero cavado con sus palas mecánicas, denunció la población local. Los habitantes a quienes les destruyeron sus casas corrieron aterrados a refugiarse a un patio abierto del centro de Juzaa.
"Muchos de los que fueron al patio llegaron de las afueras de Juzaa, donde ocurrieron los primeros ataques", dijo a IPS por teléfono desde Londres Donatella Rovera, responsable de investigación de la organización de derechos humanos Amnistía Internacional para Israel y los territorios palestinos ocupados.
"Fueron atacados donde pensaron que estarían a salvo", indicó Rovera.
Cuando las palas mecánicas israelíes comenzaron a tirar una de las paredes del patio, Rawhiyya Al-Najjar decidió que tenían que evacuar, según relataron testigos.
Con una bandera blanca, Rawhiyya encabezó la salida de un grupo de mujeres, niños y niñas en las primeras horas del 13 de enero.
Pero fue detenida con un disparo en la cabeza. Su agonía duró 12 horas porque las fuerzas israelíes también dispararon varias veces contra el médico que trataba de asistirla.
Rovera subrayó que el asesinato de Rawhiyya, el uso de fósforo blanco y la sistemática destrucción de viviendas constituyen crímenes de guerra.
"El tipo de acciones perpetradas en Juzaa marcó el patrón de la guerra y constituye una grave violación al derecho internacional", subrayó Rovera.
El hermano de Rawhiyya y responsable de los servicios humanitarios de este pueblo, Yusuf Al-Najjar, señaló que unas 130 casas y miles de árboles fueron destruidos en los tres días que duró el ataque.
"La destrucción de casas y de tierras cultivables es un claro indicio de la voluntad de infligir un castigo colectivo contra la población de Juzaa", remarcó Rovera.
Los pocos enfrentamientos entre combatientes palestinos y efectivos israelíes en esta zona muestran, según ella, que el propósito del ataque fue "ajustar cuentas".
"No es el tipo de medidas que se toman por necesidades militares", señaló Rovera. "Los combates habían terminado".
El artículo 33 de la IV Convención de Ginebra prohíbe el castigo a personas que no hayan estado directamente involucradas en el ataque original.
El ejército israelí no se ha referido a la naturaleza del ataque perpetrado en Juzaa, apuntó Rovera.
Israel se retiró del pueblo y declaró el cese del fuego unilateral el 18 de junio, pero la paz no volvió pues los israelíes siguen efectuando disparos y realizando incursiones militares en este pueblo.
Al menos dos personas murieron desde el cese formal de las operaciones y siete resultaron heridas.
Efectivos israelíes y vehículos militares se acercaron a las afueras del pueblo, pero no hubo víctimas, informó la prensa local el 13 de este mes.
"Después de la cena, nos vamos a dormir", indicó Yusuf Al-Najjar, mientras se escuchaba el silbido de un vehículo no tripulado. "Nadie se atreve a salir de noche. Los soldados israelíes entran todas las noches a Juzaa y tenemos miedo".
Muchos de los residentes con tierras sobre la frontera que escaparon del ataque no quieren regresar porque Israel expandió el área de tierras cultivables que considera parte de su "zona de contención", entre su propio territorio y la costa.
Antes de la guerra, la zona de contención abarcaba unos 200 metros de las tierras de Juzaa. Pero ahora parece que los israelíes la ampliaron a unos 700 metros y no dejan entrar a los agricultores. La población local se entera de que la zona está "vedada" después de ser tiroteada.
Al igual que el resto de Gaza, Juzaa no ha recibido dinero para la reconstrucción. Yusuf Al-Najjar está gastando de su bolsillo para convencer a los que huyeron de la guerra que regresen y reclamen sus tierras.
Jaber Jalil Ghadeyah, agricultor de manzanos y durazneros a lo largo de la frontera con Israel, fue el único que aceptó la oferta. Yusuf le financia el riego.
Ghadeyah está seguro de que Juzaa sufrirá otro ataque, pero él nunca abandonará la tierra en la que vive desde hace 30 años.
"Si los israelíes destruyen nuestro pueblo, lo reconstruiremos", aseguró Yusuf. "Y si lo hacen de nuevo, lo volveremos a reconstruir".