MEDIO ORIENTE: Sandalias del pescador en terreno escarpado

El papa Benedicto XVI, que se dispone a visitar desde este viernes Jordania, Palestina e Israel como «peregrino de la paz», encontrará una Tierra Santa muy diferente a la que su predecesor, Juan Pablo II, bendijo hace nueve años.

El pontífice deberá andar aun con más cautela que su antecesor para evitar enredarse en campos políticos y religiosos minados.

Wadi Abunassar, analista político palestino y católico y portavoz de la visita de Benedicto XVI, considera que el paso del Papa por la región servirá para mejorar las relaciones interreligiosas. Pero los conflictos se cruzan, e involucran a frágiles vínculos entre judíos y árabes, cristianos y musulmanes y católicos y judíos.

El Vaticano y el flamante gobierno derechista israelí, encabezado por Benjamín Netanyahu, comparten algo: plena conciencia de la necesidad de extremar esfuerzos para enmendar la mala imagen que ellos mismos han proyectado de sí mismos, en términos políticos y religiosos.

El Vaticano había cancelado la audiencia del Papa con el alcalde musulmán de la ciudad israelí de Sajanin, Mazen Ghnaim, debido a las presiones del nuevo gobierno israelí, y sólo la concedió la semana pasada.
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Ghnaim es un ferviente defensor de la coexistencia entre palestinos e israelíes, pero el ministro de Turismo, Stas Misezhnikov, del partido ultraconservador Israel Beiteinu, había recomendado públicamente a Benedicto XVI no recibir a "terroristas".

El Vaticano prefirió no sumar un nuevo choque con Israel, en especial luego haber tomado una serie de decisiones conflictivas, como el levantamiento de la excomunión del obispo Richard Williamson, un negador serial del Holocausto nazi que insistió en sus apreciaciones tras volver al redil, lo cual le valió una observación eclesiástica.

Líderes políticos y religiosos israelíes ven las disculpas papales con recelo. Sobre todo porque muchos judíos no olvidan que el pontífice integró la juventud nazi durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

En filas musulmanas, se recuerda con resquemor un discurso en que Benedicto XVII citó, en 2006, un texto medieval ofensivo para con el profeta Mahoma.

Los seguidores del imán anticristiano Nazem Abú Salim atravesaron con un letrero la plaza frente a la Basílica de la Anunciación en Nazaret, uno de los sitios más sagrados de la cristiandad, con un versículo del Corán: "Quienes lastiman a Dios y a su Mensajero son malditos en este mundo y en el más allá, y Dios les prepara un castigo ejemplar."

En Nazaret, la ciudad donde Jesús pasó su juventud, hay inocultable tensión entre musulmanes y cristianos. Las autoridades locales se muestran reticentes a anunciar el retiro del cartel antes de la llegada del Papa, que dará misa allí el día 14.

El propio Benedicto XVI se resiste a no promover expectativas poco realistas respecto de su visita. Pero eso es imposible, tratándose de un papa, por lo menos entre sus feligreses que lo consideran una fuente de esperanza.

Esta visita, la tercera de un pontífice en funciones, se registra en un clima muy diferente a las anteriores. Juan Pablo II se propuso, en lo que denominó Peregrinaje del Milenio, crear un aura de armonía, pero seis meses después detonó la dura realidad de la Intifada (levantamiento popular palestino contra la ocupación israelí).

Benedicto XVI queda ahora entre la espada y la pared. Los pueblos de la región, sumergida en un espíritu de profunda desilusión, no tienen expectativa alguna de paz. Todas las promesas en ese sentido parecen condenadas.

El Papa ha sido cuidadoso en proyectar la visita como una gira espiritual, pero sabe que estará signada por las omnipresentes complicaciones del mundo terrenal.

Muchos palestinos están desilusionados por la "extremadamente tibia" crítica del Vaticano en la guerra de Gaza, entre diciembre y enero pasado. El Papa no visitará a los pocos cientos de cristianos que aún residen en ese territorio palestino, y tampoco podrá ver, entonces, las durezas en que vive la población local.

Varias docenas de cristianos pudieron escapar de las vicisitudes de Gaza y podrán aclamar a Benedicto XVI en Belén, ciudad natal de Jesús, en la sitiada Cisjordania palestina.

Allí, el pontífice se enfrentará con el formidable muro de seguridad israelí que rodea el área. Orará en la Iglesia de la Natividad y visitará el campamento de refugiados de Aida. Pero el gesto de solidaridad podría no ser suficiente para los sufrientes palestinos.

El peregrinaje de ocho días terminará el 15 de mayo, coincidentemente con la conmemoración de la pérdida de la mayoría de las tierras y viviendas de los palestinos por la creación del Estado de Israel en 1948, hecho histórico al que denominan Naqba ("catástrofe", en árabe).

El representante del Papa en Tierra Santa, arzobispo Antonio Franco, asegura que el líder de la Iglesia Católica no tiene intenciones de efectuar declaraciones políticas durante su gira.

Pero aun así no logrará escapar del escrutinio público. Aunque él no quiera, sus homilías y palabras de consuelo podrían ser traducidas del lenguaje de la fe al político.

En una región donde la desconfianza es la regla, otro momento de extrema sensibilidad será su visita al Memorial del Holocausto en Jerusalén (Yad Vashem). La destreza papal en comunicaciones y en construcción de puentes pasará entonces una dura prueba.

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