La obra literaria que ha dejado el uruguayo Mario Benedetti, muerto el domingo, es gigantesca y dispar. Decenas de libros de poesía, canciones, novelas, cuentos, crónicas, ensayos, teatro, humor. Como él mismo decía en broma: «Sólo me falta escribir una ópera».
Durante su largo paso por el mundo de las letras, conoció el éxito de ventas, el elogio de muchos colegas, las traducciones a decenas de idiomas, los premios y el cariño incondicional de sus lectores. Pero también tuvo que vérselas con críticos severos y con escritores y catedráticos que no apreciaban su obra o que fustigaban sus posturas políticas.
Sin embargo, nadie discute que Benedetti fue el más montevideano de los escritores uruguayos. Y el más querido. Fue acaso el miembro más destacado de la llamada «Generación del 45», que estuvo integrada entre otros por Ángel Rama, Carlos Martínez Moreno e Idea Vilariño, y que operó como grupo de intelectuales con una fuerte impronta crítica y un marcado interés por los asuntos políticos y sociales.
La escritura de Benedetti, en aquellos primeros años, estuvo marcada por su extraordinaria capacidad de observación del comportamiento social y por su afinidad con la ciudad y los temas urbanos. Su primer libro significativo fue «Poemas de la oficina» (1956), un manojo de textos en los que revelaba el drama existencial de toda una clase social —la pequeña burguesía urbana—, entrampada en las rutinas burocráticas de un Estado benefactor y omnipresente.
Era aquel el Uruguay «de las vacas gordas» o, como él mismo lo describiera en un poema, «el país verde y con tranvías», tan lejano en apariencia a la América Latina de los indios, los mayorales y las dictaduras.
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Visto hoy, aquel país parece de mentira: acreedor de las grandes potencias europeas, con una sólida vida democrática, con grandes exponentes culturales y deportivos, y con una ciudad capital como Montevideo, que se preciaba de ser «ciento por ciento europea». Se lo llamaba, al país, «la Suiza de América». Era el Uruguay que aún celebraba a Juana de Ibarbourou como «Juana de América»; el mismo, por cierto, que festejaba la conquista del Campeonato Mundial de Fútbol en el estadio brasileño de Maracaná, en 1950.
Ese país, sin embargo, comenzaba a desmoronarse en su tejido social. Y Benedetti no solamente fue capaz de percibir tempranamente ese derrumbe, sino que lo describió de forma sencilla, clara, renunciando a las trampas del estilo para ganar en franqueza y en comunicación con sus lectores.
Si los «Poemas de la oficina» fueron una notable carta de presentación en el ámbito literario nacional, su novela «La tregua», publicada en 1960, fue su consagración como escritor y a la vez como personaje. El libro, que tuvo una primera edición modesta, se convirtió enseguida en un best-seller fulminante. Rápidamente se tradujo a muchos idiomas y le ganó a su autor una fama internacional hasta entonces casi desconocida para un escritor uruguayo.
«La tregua» narra la historia del oficinista llamado Martín Santomé, quien ya en la edad madura conoce y se enamora de Laura Avellaneda, una compañera de trabajo. La tensión dramática se logra a través de un recurso tan simple y verdadero como la vida misma: la enfermedad y la muerte de la heroína.
Escrita a manera de diario del protagonista, la novela funciona como una perfecta máquina de relojería destinada a despertar en los lectores la empatía con los personajes y también la reflexión sobre la rutina gris de cada día. La emoción es la justa, las palabras son apenas las necesarias.
Muchos se han preguntado por el secreto del éxito de este libro, que ha sido traducido incluso al chino y que lleva 175 ediciones registradas (sin contar las decenas de ediciones piratas que han circulado en Argentina, Chile, México y otros países).
La clave para entender la popularidad de la novela (que fue llevada por Sergio Renán al cine en 1974) está dada por la sencillez y hondura de una trama urbana con la que casi cualquier persona puede identificarse.
En el ámbito novelístico, Benedetti publicó también «Gracias por el fuego» en 1965, una historia de miserias familiares con final impactante. El personaje principal, Ramón Budiño, es hijo de uno de esos poderosos magnates de los negocios y el periodismo, con fuertes contactos en el mundo de la política.
Ramón reniega de los chanchullos familiares y trama el asesinato de su padre pero, al final, termina por arrojarse desde un edificio. La novela había sido finalista en 1963 del premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral, en España. Sin embargo, en ese país el libro fue censurado por el franquismo y sólo pudo publicarse en 1974.
Contaba el propio escritor que, antes de que la novela se publicara en Uruguay, él se la dio a leer a algunos de sus amigos escritores y críticos (Martínez Moreno, Ángel Rama, Juan Carlos Onetti). Varios le señalaron como una objeción el final, que consideraban poco menos que inverosímil.
«En Montevideo —decían— la gente no se suicida tirándose de los edificios». Pues bien, pocas semanas después, el mismo día en que se presentaba la novela, un hombre se arrojó desde el vigésimo piso de un céntrico edificio montevideano. Benedetti, con rostro serio, solía bromear con eso: «Juro que yo no lo contraté».
Instalado como escritor prestigioso e intelectual de izquierda, en 1971 Benedetti resolvió arriesgarlo todo en una apuesta política de vanguardia: aceptó integrar la dirección del Movimiento 26 de Marzo, una organización vinculada al Frente Amplio.
Eso y su sostenido y público apoyo a la Revolución Cubana lo llevaron a escribir artículos, reportajes, poemas, teatro y hasta una novela en verso («El cumpleaños de Juan Ángel», publicada en 1971 y dedicada al líder guerrillero Raúl Sendic) con un marcado compromiso militante. Así se ubicó en la mira de la derecha más retrógrada del país. Así llegó, en 1973, el exilio. «O te vas o te meten preso», le dijeron.
Fue un período de 12 años muy rico, pero también muy complejo y doloroso para él. Primero en Buenos Aires, luego en Lima y después en la Habana y en Madrid, Benedetti redobló su militancia y siguió escribiendo y publicando. Con ello extendió su fama, y el reconocimiento de su obra se hizo universal.
Los años del exilio se reflejan en su obra con un fuerte compromiso político y social. La novela «Primavera con una esquina rota», los cuentos de «Geografías», la dramaturgia de «Pedro y el capitán». Y la poesía que siempre, de manera constante, fue construyendo su más alta dignidad como escritor y, curiosamente, sus máximas cimas de popularidad.
Tras el exilio, fueron Daniel Viglietti y Nacha Guevara quienes musicalizaron y cantaron algunos de sus poemas. Decir en el Uruguay de hoy «somos mucho más que dos» es mencionar sin nombrarlo a Benedetti, autor de esos versos cantados por la Guevara.
Pero fue con el trabajo que realizara con el catalán Joan Manuel Serrat, que su figura se convirtió en icono de la cultura popular en todo el ámbito hispanoamericano.
El resultado de esa colaboración fue el disco «El Sur también existe» (1985) que, en cierto sentido, es un buen resumen de las claves temáticas y estilísticas del escritor: el amor, la lucha, el espíritu antiimperialista, la ironía y una innegable capacidad para convertir en poesía aquello que el común de la gente dice y piensa. El propio título expresa esa síntesis de forma admirable.
Su muerte y las repercusiones que ha generado en todo el mundo permiten, más allá del dolor —o tal vez gracias a él— entender el «fenómeno Benedetti» en toda su dimensión.
Muchas veces compartí con él reuniones, foros literarios, la mesa de algún bar, caminatas. Y siempre aparecía gente como de la nada. Decenas de jóvenes, de mujeres, de chiquilines. Le pedían autógrafos, una foto, la dedicatoria de algún libro. Lo abrazaban, lo besaban, lo estrujaban.
Una vez, en Madrid, junto a los portones del Palacio de Linares, a él casi le arrancan la corbata y a mí la cabeza. En Buenos Aires, en la Feria del Libro de 1997, no sabíamos cómo hacer para sacarlo indemne de la sala donde acababa de dar una charla, pues cientos de entusiastas lectores esperaban para darle un abrazo. «Deciles que soy asmático», murmuraba entre bromas y veras.
Siempre establecía un estado de gracia con la gente. Una comunión hecha de bondad y discreción. Una fraternidad que nacía en su escritura y que terminaba por ser un abrazo cálido que cada quien sentía como propio y único.
Se puede decir que Benedetti, con su obra y su ternura, tan tímido él y a la vez tan decidido, abrazó a la humanidad entera. Por eso sus libros son universales. Por la estatura humana de quien los escribió. Así es que ahora Mario, el entrañable Mario, se instala en la más humilde y eterna de las glorias, la del cariño agradecido de su pueblo.
* El autor es escritor y director de comunicaciones de la Intendencia Municipal de Montevideo.