Desde que asumieron sus cargos el presidente estadounidense Barack Obama y el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, la relación entre los dos gobernantes y los dos países hizo mucho ruido en todo el mundo.
Pero se trata de especulaciones, alimentadas por sutiles intercambios de funcionarios de ambos gobiernos a través de los medios de comunicación. La prueba de fuego del vínculo será este lunes, en Washington, cuando Netanyahu visite a Obama.
Uno de los aspectos más delicados de la denominada "relación especial" entre los dos países es la conexión entre el pueblo de un país y el gobierno del otro.
El fuerte apoyo estadounidense a Israel a lo largo de las décadas procede de organizaciones judías y grupos de presión, que conforman lo que se suele llamar el "lobby israelí", que tiene gran influencia sobre el Congreso legislativo y es considerado de los más poderosos del país.
Netanyahu debe trabajar duro para mantener de su lado a los judíos estadounidenses y a los activistas por la causa israelí. Pero tiene una preocupación adicional: su relación con Obama puede afectar la política interna de su país.
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"Para un primer ministro israelí, las relaciones" con el presidente de Estados Unidos "son una cuestión de supervivencia política, porque la oposición se apresurarán a saltar ante cualquier cosa que perciban como un choque con Washington", escribió el experto neoconservador Elliot Abrams, del centro independiente de estudios Consejo de Relaciones Exteriores, en el diario The Wall Street Journal.
Netanyahu lo sabe muy bien. El abrupto final de su primer periodo al frente del gobierno, a fines de los años 90, es atribuido a la rispidez de su vínculo con el entonces presidente estadounidense Bill Clinton (1993-2001).
Pero la mayoría de los observadores interesados en Israel han tenido sumo cuidado en las vísperas de la cumbre, porque nadie sabe qué sucederá allí exactamente.
"Rara vez hay tantas cosas en un cambio tan continuo Me chocó esta mañana, cuando asistí a un panel de expertos muy listos en la New America Foundation, ver cuán inseguros están sobre lo que va a suceder hasta los más informados", escribió Scott McConnel en Mondoweiss, un blog judío estadounidense crítico de Israel y de la política de Washington en Medio Oriente.
De hecho, en las semanas anteriores a la cumbre organizaciones y figuras públicas le dedicaron mucha atención al encuentro. "Las primeras impresiones importan", observó Abrams.
La batalla de las ideas en Estados Unidos ha enfrentado, incluso, a organizaciones judías.
Los dos principales grupos de presión —el poderoso y de "línea dura" Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC) y el pacifista J Street, fundado hace apenas un año— han hecho circular numerosas cartas abiertas entre los legisladores, postulando posiciones encontradas.
"Israelíes y palestinos no han podido alcanzar la paz por sí solos, y creemos que Estados Unidos es esencial para lograr avances significativos", indica la carta enviada por J Street a sus simpatizantes para que presionen a sus congresistas.
J Street alienta a la Casa Blanca a alentar con fuerza acuerdos de paz entre Israel y el mundo árabe, en especial con los palestinos, en un tono que parece compartido por el gobierno de Obama.
"Estados Unidos hace su mejor papel cuando se involucra directamente", dijo la semana pasada el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, general Jim Jones. "Si queremos un impulso, tenemos que involucrarnos directamente."
En cambio, la carta de AIPAC llama a Washington a mantenerse al margen de las negociaciones entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina (ANP). "Las propias partes deben negociar los detalles de cualquier acuerdo", indica el texto.
Los resultados de la visita de Netanyahu dependerán de la actitud de la comunidad judía estadounidense. El estado judío depende muchísimo de la asistencia de Washington, que, a su vez, responde a la presión del lobby israelí.
Por su parte, Obama también tiene gran consideración por los votantes judíos: 78 por ciento lo eligieron a él en noviembre.
La encuestadora Gallup informó hace dos semanas que 79 por ciento de los judíos estadounidenses entrevistados aprobaban la gestión del presidente.
Pero los sondeos de los grupos de presión revelan un panorama muy fragmentado.
Uno divulgado en marzo por J Street indica que 75 por ciento de los judíos encuestados apoyaban la creación de un estado palestino en convivencia con Israel. Otro publicado en abril por la conservadora Liga Antidifamatoria sitúa ese porcentaje en 61.
De todos modos, eso no deja en evidencia un conflicto entre los judíos estadounidenses y el gobierno de Obama.
En su columna para The Wall Street Journal, Abrams consideró que no es raro que un presidente demócrata pierda apoyo judío. Le sucedió a Jimmy Carter (1977-1981), pues pasó de 71 a 45 por ciento entre su elección y su frustrada reelección.