Con apenas 17 años, Cintia es madre de tres hijos y está intentando retornar a la escuela que abandonó varias veces a causa de sus embarazos y las enfermedades de los pequeños. Pero el director es escéptico. Cree que cuando empiece el frío, la joven volverá a desertar.
Cintia* forma parte de un batallón inerme de adolescentes de Argentina que no estudian ni trabajan. Tampoco buscan empleo. Los sociólogos los llaman "ni-ni". Son unos 756.000 jóvenes de entre 15 y 24 años que están inactivos, "desafiliados" —dicen los estudios—, y de los cuales 73 por ciento son mujeres.
"Los varones de esta franja salen, y suelen ser carne de la delincuencia. Pero las chicas se quedan en casa, por eso a pesar de ser mayoría están invisibilizadas", explicó a IPS el sociólogo Guillermo Pérez, co-autor de la investigación "La Cuestión Social de los Jóvenes", realizada en el marco de la Universidad Torcuato Di Tella.
En Argentina hay 6,4 millones de jóvenes de entre 15 y 24 años. De ese total, más de 2,7 millones son vulnerables por su condición socio-económica o por su situación familiar. En este grupo se inscriben los jóvenes "ni-ni" y el grueso del sector está conformado por chicas que casi no se dejan ver.
Para Pérez, la mayoría de estas muchachas provienen "de hogares monoparentales, de jefatura femenina". Cuando la madre abandona las tareas domésticas para volcarse al mercado laboral, las jóvenes deben dejar la escuela y hacerse cargo de la organización del hogar y el cuidado de los hermanos menores.
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Pero hay además cuestiones personales que precipitan el abandono de la escuela. El factor que más se repite es el embarazo. En ese marco, la deserción escolar, que a los varones los empuja a la búsqueda de un empleo precario, a ellas las restringe a lo doméstico y las condena a un limbo de inactividad y resignación.
Pérez sostiene que las políticas públicas para jóvenes, que procuran acercarles apoyo en becas o capacitación, no llegan a este sector específico. "Aquí hace falta prevenir embarazos y evitar la deserción escolar", subrayó. Una vez que abandonan la escuela es difícil atraerlas de nuevo. "No tienen demasiadas ganas", dijo.
En diálogo con IPS, Lourdes Dorronsoro, trabajadora social de la organización no gubernamental Cimientos, confirmó que las adolescentes abandonan la escuela luego de tener su primero hijo, o porque se deben encargar de cuidar a hermanos menores cuando sus padres consiguen una "changa" (trabajo temporal).
Cimientos desarrolla programas que apuntan a la inclusión a través de becas y apoyo escolar. Su tarea alcanza a 33.000 adolescentes de todo el país. Uno de los programas, donde trabaja Dorronsoro, es el de Retención y Reingreso y actúa sobre 200 jóvenes que dejaron los estudios o que tienen más de 70 inasistencias a clase.
Este programa se realiza en cuatro escuelas de la localidad de Berazategui, en los suburbios de Buenos Aires. De los 200 jóvenes involucrados, la mitad son mujeres, y de ellas 17 abandonaron en 2007 a raíz del nacimiento de su primer hijo, informa la asistente. Solo dos lograron volver a clase este año tras haber sido madres.
En las encuestas que realizó Pérez para su investigación, junto a Mariel Romero, se manifiesta entre las jóvenes un déficit de deseo. "No hay proyecto. No hay esperanza. No hay futuro. El presente es tan adverso, con tantas necesidades insatisfechas, que no hay lugar para el deseo o una meta a alcanzar", señala el informe.
CINTIA CUENTA SU HISTORIA
Mucho de ese desaliento se deja ver detrás de la sonrisa ingenua de Cintia durante la entrevista con IPS. La joven quedó embarazada por primera vez a los 13 años, pero no se dio cuenta hasta que estaba de siete meses. "Yo solo tenía hambre y sueño, y mi mamá me decía que estaba gorda, que tenía que ir a una nutricionista", dijo riendo.
Al mes del nacimiento de una niña, el padre, un adolescente de 18 años, se fue. "Me quiso levantar la mano", recordó ella, pero no aclaró si el joven la dejó, o si ella o sus padres lo echaron. Él no volvió a tener contacto con su hija, que va a cumplir cuatro años. "Sé que tuvo otros dos (hijos) y ahora cayó preso por robo", reveló ella.
De acuerdo con la investigación, que se basa en centenares de entrevistas, las muchachas "viven en un matriarcado. Son casi todas mujeres abandonadas".
Por su parte, los varones no incluyen a los hijos en el dibujo de la familia. "Los hijos quedan como propiedad de las mujeres", concluye el estudio.
A pesar de tener 13 años y una bebe, Cintia intentó volver a la escuela, pero la niña se enfermaba seguido, hubo que internarla, y ella perdió la regularidad. Más tarde volvió a formar pareja, esta vez con un hombre 20 años mayor. Regresó a la escuela, pero volvió a quedar embarazada. Otra niña nació y ella volvió a desertar.
Hubo un tercer embarazo, otro hijo y nuevos intentos de retomar los estudios. Pero como si fuera un fallido Juego de la Oca, Cintia solo retrocede casilleros. El director de la escuela nocturna, que no quiso dar su nombre, comentó a IPS que a las jóvenes con hijos se les hace muy cuesta arriba y abandonan una y otra vez.
Él les permite llevar a clase a los hijos, que corretean por los pasillos, y nunca las expulsa. Se van solas. Al tiempo vuelven porque la necesidad puede más. La expectativa de Cintia, por ejemplo, es terminar los estudios y conseguir un trabajo.
Ella se ilusiona con un empleo en la limpieza de un local de alguna de las más conocidas cadenas de comidas rápidas, un recurso muy a mano para jóvenes de sectores populares. Pero hasta eso parece una ambición desmedida. "Sin el título y con tres hijos es imposible que me llamen. Si tuviera uno solo sería más fácil", admitió.
Para la trabajadora social, "la visión de futuro de estos chicos es difícil", sean mujeres o varones. "Dicen que van a la escuela para ser alguien pero nosotros trabajamos mucho para que entiendan que ellos ya son alguien y que lo que les da la escuela es una herramienta para construirse un futuro", explicó.
Cintia buscó asistencia en diversas ventanillas del Estado, pero no tuvo suerte. Después de tener su primera hija fue con su madre a pedir a la ginecóloga que le colocara un dispositivo intrauterino (DIU) para no volver a quedar embarazada. Pero la médica lo desaconsejó porque era muy niña, y le recomendó pastillas anticonceptivas, menos seguras.
Tras el segundo embarazo la joven volvió a la ginecóloga y se topó con la misma negativa. "Me recetaban pastillas que se usan cuando estas amamantando, pero no son efectivas", comprobó. Apenas después de tener al tercero, la médica aceptó prescribirle el DIU, que al fin se colocó.
Como su actual compañero está desocupado, Cintia intentó conseguir un subsidio para la familia, pero se lo negaron "por ser menor de edad". Buscó entre los programas para jóvenes con emprendimientos y no había más vacantes. Sólo recibe leche gratis para los niños y un bono para canjear por alimentos.
La mayor de sus hijos va al jardín de infantes, pero la segunda, que tiene casi dos años y problemas de salud, está en lista de espera. A pesar de su corta edad, la niña está bajo tratamiento psicológico —cuenta la madre— por haber presenciado reiteradas escenas de violencia entre adultos de la familia.
La hija mayor no sufrió el impacto porque "cada vez que había lío yo la mandaba solita que corra hasta lo de mi mamá", dijo la joven madre. Pero la segunda "llora y tiene que tomar una medicación", que no recuerda qué es, pero cree que se trata de "un calmante".
En la investigación realizada por Pérez, las adolescentes van a las entrevistas con los niños. Un grupo de psicopedagogas los entretiene para que ellas puedan completar los requerimientos de la encuesta. De manera informal, las profesionales comentan que los niños "tienen un retraso madurativo importante".
"En su discurso, ellas postergan el fracaso para más adelante", concluyó Pérez. "Dicen que se sentirían fracasar si a sus hijos les va mal. Pero lo cierto es que detrás de cada una de estas 600.000 chicas hay al menos 1,5 hijos que van a arrastrar su exclusión colaborando para que no se rompa el círculo de la pobreza", añadió.
* La entrevistada pidió omitir su apellido.