AMBIENTE: Chiquero en la torre

Imagine un criador en Holanda que, en un futuro no lejano, traslade su granja a una ciudad de rascacielos. Algo de eso puede verse en una exhibición en la sudoriental ciudad canadiense de Toronto.

En el Vertiscape, los comensales subirían por un ascensor de vidrio a un restaurante en el último piso de un edificio que albergaría varios pisos de cultivos y criaderos. Crédito: Diseño de Brad Augustine
En el Vertiscape, los comensales subirían por un ascensor de vidrio a un restaurante en el último piso de un edificio que albergaría varios pisos de cultivos y criaderos. Crédito: Diseño de Brad Augustine

Los animales son criados, sacrificados y procesados en una granja de 40 pisos.

Parte de la comida de los cerdos se cultiva en el edificio o en sus alrededores, o son desechos recogidos de procesadoras de alimentos. El estiércol es convertido en fertilizante y en biogás para calefacción y producción de electricidad.

Unas 44 de estas torres podrían producir todo el consumo porcinos de Holanda, dijo la compañía de diseño MVRDV, de la occidental ciudad de Rotterdam.

La «Ciudad Porcina» es el concepto más provocador de la Ciudad de las Zanahorias, exhibición de dos meses que se extenderá hasta el día 30, dedicada a la agricultura urbana, sector en rápido crecimiento.
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Todavía no hay empresas preparadas para construir el rascacielos-chiquero. Es posible que este concepto se vuelva realidad.

Toda la muestra inspira un debate sobre las granjas urbanas y su rol en la producción alimentaria, tanto en el Norte rico como en el Sur pobre.

La población mundial crece, la tierra fértil se pierde, el combustible se encarece y se vuelve escaso, y las emisiones de gases invernadero deben reducirse para frenar el cambio climático.

A esas preocupaciones se suma «una crisis de confianza» en el actual sistema alimentario, dijo Joe Nasr, uno de los tres profesores de la Universidad Ryerson de Toronto que organizaron la exhibición.

Este sistema «muestra cada vez más fallas», opinó. Las señales de advertencia incluyen la reciente y mortal contaminación de espinacas, maníes y pistachos importados con bacterias.

Estos asuntos, junto con el malestar por el uso de productos químicos y de organismos genéticamente manipulados en el sector, así como la reducción del valor nutricional de los alimentos, desató el interés por los alimentos locales y la agricultura «intensiva en pequeños predios».

Este fenómeno incluye la producción de frutos y verduras orgánicas en pequeños terrenos al fondo de las viviendas.

En el mundo en desarrollo, la escasez de alimentos es endémica. De hecho, la promoción de la agricultura urbana comenzó en los países más pobres. Se espera que el cambio climático reduzca aun más la producción.

La expansión al mundo industrializado es reciente, aunque data de tiempos más antiguos. En el centro de Toronto hay un vecindario conocido como Cabbagetown (Pueblo de las Coles) porque a mediados de siglo XIX inmigrantes irlandeses las cultivaban en sus patios delanteros.

A fines de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), 80 por ciento de los ciudadanos estadounidenses cultivaban alimentos. Papas y tomates germinaban en los jardines de la Casa Blanca durante la presidencia de Franklin Delano Roosevelt.

Las ideas propuestas por promotores de la agricultura urbana —casi 50 por ciento de ellas en exhibición en «Ciudad de las Zanahorias»— van de la tecnología menuda y sencilla a la de última generación y gran escala.

En las ilustraciones aparecen muchas ubicaciones reales o potenciales: parques, azoteas, antiguos depósitos, patios delanteros y traseros, vastas áreas abiertas en torno de edificios suburbanos de apartamentos e incluso debajo de autopistas elevadas.

Otras proponen contenedores de fácil riego y oxigenación, bolsas gigantes rellenas de tierra para sitios temporarios, gallineros de bajo mantenimiento y e invernaderos verticales para colgar de la pared.

La alta tecnología crearía condiciones de cultivo ideales, sin riesgo de fracaso en cosechas, de sequías o de pestes, lo cual permitiría producir mucho más alimento por metro cuadrado que un establecimiento convencional, según los expositores.

Por ejemplo, la producción de una hectárea en una granja vertical propuesta para Dubai equivaldría a la de cuatro a seis hectáreas en tierra, aseguran sus diseñadores.

Buena parte de los creadores procuran circuitos cerrados, en los que se usen sus propios desechos como fuente de alimentos, calor y energía, y donde se recicle y purifique el agua usada, sin prácticamente herbicidas, pesticidas y antibióticos.

También se reducirían drásticamente así las emisiones asociadas con la maquinaria de los establecimientos agrícolas y el transporte a procesadoras y mercados.

El piso principal del Proyecto Agropark podría albergar a 100.000 cerdos. En el sótano, el estiércol alimentaría hongos y produciría biogás para calentar los tanques de peces.

Flores cultivadas en un invernadero en el piso superior absorberían el dióxido de carbono de los criaderos de hongos. A su vez, sus residuos ayudarían a alimentar el procesador de biogás.

En el Vertiscape, diseñado por un estudiante de Ryerson, los comensales subirían por un ascensor de vidrio a un restaurante en el último piso de un edificio que albergaría varios pisos de cultivos y criaderos de donde procederían los ingredientes del menú.

Estas granjas aspiran a reconectar a los habitantes de las ciudades con la producción de sus alimentos, luego de decenios en que el agronegocio industrial globalizado convirtió esta actividad en algo tan abstracto como un cálculo.

«La agricultura vertical nos permite desarrollar dinámicamente el lugar donde vivimos», abrazando la modernidad y volviendo a las raíces, según los creadores del proyecto para Dubai. Aunque esas raíces estén a más de 300 metros sobre la tierra.

La producción de alimentos podría transformar la ciudad. Ya sea en edificios arbolados o jardines en patios delanteros, «los diseños llaman la atención y cambian la experiencia de caminar por la calle», dijo Mark Gorgolewski, profesor de arquitectura de Ryerson.

Estos proyectos también tienen una dimensión político-social. El programa Hogar de Cultivo de Chicago permite a ex reclusos cuidar jardines e invernaderos en cuatro predios vacíos de un barrio pobre del sur de esa septentrional ciudad estadounidense.

Mientras los ex convictos logran trabajo y capacitación, los vecinos obtienen alimentos frescos.

Sin embargo, «la gente no considera atractivas las fábricas de alimentos, ni como parte del paisaje», señaló una de las organizadoras de «Ciudad de las Zanahorias», June Komisar.

La arquitectura urbana padece «presunciones basadas sobre la idea de una ciudad sucia», agregó Nasr, señalando que lo que hay allí se considera «inseguro».

En los países ricos, además, se enfrenta con un estigma cultural: «La producción de alimentos es para los pobres, no para las personas modernas».

Hablar de granjas de gran altura, particularmente de torres de pollos o cerdos, genera frecuentemente desdén u hostilidad. Pero incluso los jardines del frente de las casas son difíciles de «vender» a los muchos que prefieren el césped, que cubre 12 millones de hectáreas de Estados Unidos y cuyo mantenimiento cuesta 30.000 millones de dólares al año.

«Cuán lejos hemos llegado que el acto de cultivar nuestros propios alimentos podría considerarse maleducado, impropio, amenazante, radical o incluso hostil», escribió Fritz Haeg, «diseñador social» del occidental estado de California, en su libro «Edible Estates: Attack on the Front Lawn» («Inmuebles comestibles: Ataque contra el césped del frente»).

Según Gorgolewski, al comienzo la agricultura urbana podría satisfacer 30 por ciento de las necesidades de la población de bajos ingresos, pero impulsándola se podría llegar «a la ciudad entera».

* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org). Excluida la publicación en Italia.

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