«La lucha por la liberación terminó. ¿Por qué todavía nos estamos matando?», preguntó, con inusual exasperación, el presidente de la región de Sudán del Sur, Salva Kiir, reunido con jefes comunitarios.
En cierto sentido, la respuesta es: reses vacunas.
Desde el acuerdo de paz firmado en 2005 entre el norte de mayoría árabe y musulmana y el sur de predominio negro, animista y cristiano, miles de habitantes rurales fueron asesinados por conflictos por el ganado entre diferentes tribus y clanes pastoriles.
Durante la estación seca, todas las semanas llegan historias de ataques a Juba, la capital del sur. Las autoridades saben que no se enteran sobre todos los incidentes. De todos modos, están acostumbrados a informes sobre masacres con 10 o 20 muertos.
A veces, los números son más elevados. Todos los años se registran al menos uno o dos tiroteos con un resultado de 50 o 100 muertes. Las chozas son arrasadas por el fuego y las manadas son llevadas lejos.
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"Si se suman muertos y heridos, muchos llamarían a esto una guerra", dice James Bevan, del Small Arms Survey.
Mientras el presidente Kiir hablaba en el estado de Warrap, a la sombra de un árbol de mango, la cabeza ensangrentada de un toro blanco descansa sobre uno de sus cuernos, con los ojos retraídos. Es lo que quedó de una ceremonia de paz entre clanes. Ya hubo incontables acuerdos similares, a menudo violados en cuestión de días.
La inseguridad obstaculiza el desarrollo en las áreas rurales. Los niños no pueden ir a la escuela y las organizaciones no gubernamentales abandonan las clínicas.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) cuenta decenas de miles de desplazados a causa de los robos de ganado y la violencia con que se llevan a cabo, entre ellos agricultores que pierden sus cultivos y, como en tiempos de guerra, se vuelven dependientes de la asistencia alimentaria.
El informe de situación de la ONU para mediados de febrero registra 25.613 desplazados por luchas entre tribus en los últimos meses.
El temor a los robos de ganado ha vuelto al desarme una tarea extremadamente difícil para el gobierno semiautónomo del sur, establecido luego del acuerdo de paz con Jartum. Pero lo más preocupante tal vez sea la desconfianza en el proceso.
Durante la larga guerra entre el norte y el sur del país, buena parte de los peores combates enfrentaron a rebeldes de la región meridional y milicias locales, pero armadas y financiadas por Jartum.
El vínculo entre diferentes grupos étnicos, que a menudo compiten por los recursos, sigue siendo tenso, debilitando toda campaña de solidaridad.
"¿Pueden las comunidades armadas ser explotadas de nuevo? Sí, fácilmente", dijo Bevan.
Kiir advirtió indignado a los líderes comunitarios que esta ola de robos de ganado habría avergonzado profundamente a la generación de sus padres. "En aquellos días, habrían repelido a los ladrones", añadió.
En la posguerra, todos intentan quedarse con cualquier bien disponible. Todos, incluidos miembros de ambiciosas elites que llegan "por la noche, como las sombras", a manipular a los pueblos rurales sobre las que basan su poder étnico, advirtió.
AMOR Y ODIO
"Las vacas son riqueza, estatus social, fuente de alimentos. Son centrales en la cultura. Son necesarias para contraer matrimonio", como dote que paga el novio por la novia, explicó Kook Mawein, ex refugiado que hace poco regresó al sur de Sudán desde Estados Unidos.
Cuando los niños pequeños de las tribus pastoriles del sur son destetados, se los pone con el ganado, a menudo junto con una vaca lechera en particular, y forman con ese animal un vínculo de por vida.
El vaquero Deng Thon pasa la última media hora del día limpiando el estiércol del área que rodea a su amado toro blanco, que rumia despreocupado al anochecer.
Miles de largos cuernos flotan como coronas en el denso humo que irrita la vista, procedente de numerosas quemas de bosta.
Thon dijo no poder imaginar otra forma de vida, pero cree que tal vez podría ser empresario. Si hiciera dinero podría comprar más vacas, explicó. Pero la sombra de la guerra se extiende oscura sobre esta pasión por los animales.
"Todo lo que conocen es la guerra. Nacieron en ella", dijo Mawein, quien espera usar la educación que recibió en Estados Unidos para llevar nuevas ideas a su comunidad, como criar algunas de las vacas de manera totalmente orgánica para la producción de carne.
Pero hasta que la población crea verdaderamente en una paz a largo plazo, el cambio será lento, dijo. "Si uno huye de la guerra puede llevarse consigo sus vacas, pero no una casa o una empresa o un trabajo", enfatizó.
Como tan pocos venden ganado para explotar su carne, los pastores se embolsan entre 250 y 500 dólares por animal en los pequeños pueblos de Warrap.
Millones de reses son alimentadas en los humedales del sur, probablemente más que toda la población humana de la región semiautónoma. En esa zona destruida por la guerra y azotada por la pobreza, representan una vasta riqueza, pero pocos están dispuestos a sacar tajada de ellas.
DESARME
A la comunidad del jefe Madut Aguer Adel los pobladores de localidades vecinas le robaron miles de vacas. Sin sus animales, los jóvenes emigran hacia los pueblos.
"Algunos son camareros en hoteles. Es un desperdicio", dijo. Y al no poseer ganado, sus hombres jóvenes no tienen bienes para aportar al matrimonio y entonces "no pueden casarse adecuadamente", agregó.
Su única esperanza es que el gobierno del Sur desarme a las comunidades de los estados vecinos que están atacando al de Adel. Su comunidad fue desarmada el año pasado, pero otras del área no, lo cual deja su ganado en una situación de particular vulnerabilidad.
Pero hasta ahora los intentos de largo alcance han fracasado y miles fueron asesinados en batallas entre las comunidades y el ejército del sur, lo cual ha minado la confianza.
Las armas vuelven a ingresar rápidamente al sur a través de las porosas fronteras, desde Etiopía y el norte de Kenia y Uganda.
En 2011, la ciudadanía del sur acudirá a las urnas para participar en un anhelado referendo por la independencia respecto de Sudán. La mayoría dice que sufragará a favor de la separación.
Pero cuando faltan menos de dos años para eso, la intensidad de las rivalidades étnicas comienza a preocupar a algunos. ¿Qué clase de país será un Sudán del Sur independiente?
La falta de una legislación clara, así como de tribunales y abogados, significa que a menudo no se puede recurrir a la justicia.
En vez de formar parte de la solución, las fuerzas de seguridad del Sur incluyen a una policía débil, y el ejército formado a partir de las tropas insurgentes a menudo abusa de su poder, según la organización de derechos humanos Human Rights Watch.
"Las fuerzas de seguridad que cometen violaciones de derechos humanos y otros delitos contra civiles raramente son llamados a declarar", señala un informe de la organización, que describe matanzas, torturas, ejecuciones extrajudiciales y detenciones arbitrarias por parte de soldados.
Para estas comunidades rurales, el camino a la seguridad es largo, pero necesitan cambios reales a fin de lograr la fe necesaria para lograrlo.