El Día Internacional de la Mujer, que se conmemorará este domingo, no tiene ningún sentido para las residentes de Gaza, donde muchas, como Manwa Tarrabin y sus dos hijas, perdieron su casa y el derecho a tenerla.
Las tres vivían en un pequeño bungalow del barrio de Al-Amal, en la septentrional ciudad de Beit Hanun, a 200 metros de la frontera, declarada "zona militar cerrada" por las autoridades de Israel cuando terminó el último ataque contra la franja de Gaza el 17 de enero.
Su casa estaba ubicada en lo alto de una pequeña colina, rodeada de olivos y árboles frutales. Al retirarse, los efectivos israelíes dejaron una montaña de escombros. El ejército demolió 80 casas.
El sucio sendero que lleva a lo que era el bungalow de las Tarrabin atraviesa sembradíos, destruidos por tanques y bulldozers, y escombros de las casas demolidas el mismo día en que Israel declaró un cese del fuego unilateral.
Las Tarrabin eran agricultoras y pastoras. Vivían de sus ovejas y de sus cabras y de lo que pudieran sembrar en el terreno que rodeaba la casa. Ellas no se fueron cuando comenzó el bombardeo, el 27 de diciembre. Manwa y su hija Sharifa, de 22 años, vieron cuando llegaron los tanques y las máquinas excavadoras.
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"Me dio tanto miedo, que casi se me para el corazón", recordó Manwa.
"Eran como las 2:30 de la tarde del 17 de enero y estábamos adentro de la casa. Eran cuatro tanques y dos bulldozers, uno de ellos enorme. Los soldados israelíes nos ordenaron con un megáfono que nos fuéramos".
"Nos dijeron que nuestra casa estaba en una zona militar cerrada", relató Manwa. "Dijeron que era una decisión de arriba y que nos teníamos que ir de inmediato y caminar hacia Gaza. Me negué y traté de negociar con ellos para poder sacar nuestras pertenencias, pero no aceptaron".
Las obligaron a irse con la ropa puesta, ni siquiera pudieron agarrar su documento de identidad ni artículos de uso personal.
"Empezamos a caminar por el sendero y cuando ya nos habíamos alejado bastante, me di vuelta para ver a los soldados", relató Manwa. A eso de las cinco de la tarde, menos de 12 horas antes del cese del fuego, efectivos israelíes demolieron la casa de las Tarrabin.
El hecho ocurrió en una zona ya controlada por el ejército de Israel desde los primeros días de enero, cuando sus tanques cruzaron la frontera.
La población no puede acercarse a la Línea Verde, que marca el límite internacionalmente reconocido entre este territorio palestino y el Estado judío, porque las autoridades israelíes crearon una "zona de contención" en 2000, de forma unilateral. El área se amplió de 150 a 300 metros, pero los soldados ocupantes disparan a las personas que divisan a 600 metros.
Los tanques y excavadoras israelíes destruyeron miles de dunams (un dunam equivale a 1.000 metros cuadrados) de sembradíos alejados de la zona de contención y hasta huertas y granjas avícolas ubicadas a unos 2,5 kilómetros de la frontera.
Los israelíes volvieron a ampliar, de forma unilateral, la zona de contención y la llevaron a un kilómetro de la Línea Verde el mismo 17 de enero. Unas 400 personas quedaron sin hogar y sin tierras por la destrucción de casas en Beit Hanun, inserta ahora en el área prohibida.
Las Tarrabin ya habían perdido cultivos y tierras de pastoreo cuando se creó la zona de contención, y como todos sus residentes, tuvieron que correr el riesgo de regresar.
Doce días después de aquella fatídica jornada, Manwa y sus hijas regresaron por primera vez adonde estaba su casa, ahora un lugar más peligroso, acompañadas de observadores internacionales de derechos humanos y un equipo de filmación.
A ambos lados del sendero que llevaba a su terreno, hay escombros y ruinas. "Allí vivía la familia Khadera", dijo Manwa señalando unos restos. "La madre murió en el bombardeo".
"Habían cabras y ovejas en la planta baja de esta casa", indicó, apuntando hacia unas ruinas en las que su anciano propietario trataba de prender un fuego para hacerse un té. "Los soldados arrasaron con todo".
Un poco más lejos estaban los escombros de la casa de la familia Wahadan. "Destruyeron la vivienda, el pozo de agua y la bomba", relató el voluntario Saber Al-Zaneen.
No lejos de donde vivían las Tarrabin, la casa de la familia Abu Jeremi quedó en pie. Freije Abu Jeremi también volvió por primera vez desde que los soldados israelíes lo expulsaron el 27 de diciembre, y relató que los conejos, los pollos y las ovejas que estaban en el galpón murieron cuando lo tiraron abajo.
Al-Zaneen señaló que Beit Hanun es una de las zonas más fértiles de este territorio palestino.
"Esta tierra arrasada tuvo alguna vez unos 750 dunams (750 kilómetros cuadrados) de olivos, limoneros y palmeras", relató mirando el paisaje desolado. "Gente de toda Gaza trabajó aquí".
Manwa tuvo que convencerse de que no podría recuperar ni una muda de ropa, ni su documento de identidad ni algo de dinero. Todo quedó enterrado bajo un bloque inamovible de concreto. Habría que usar una excavadora, pero eso es imposible porque el Estado judío no deja entrar ninguna que no sea israelí.
Entre los crímenes de guerra de los que se acusa a Israel está la destrucción intencional de propiedades civiles, prohibida por el derecho humanitario internacional, incluida la Cuarta Convención de Ginebra, que asegura una mínima protección para la población civil en conflictos armados o bajo ocupación.
Lo mismo ocurrió en otras partes del norte de este territorio palestino, como en Abed Rabbo, al este de Jabaliya, y en Attatra, al lado de la ciudad de Gaza.
La organización Save the Children estima que 100.000 personas, entre las que hay 56 por ciento de niños y niñas, no tienen hogar.
Cuando volvieron e intentaron recuperar algo de sus pertenencias, Manwa y Sharifa tuvieron que huir rápido porque los soldados israelíes comenzaron a disparar hacia donde estaba el grupo excavando.
"Estuvo cerca", señaló Al-Zaneen. "Las balas pasaron zumbando".
Las Tarrabin se fueron a vivir a lo de un pariente en la ciudad Khan Yunis, al otro extremo de Gaza.