Turquía fue durante décadas el único amigo, si no aliado, de Israel en el atribulado Medio Oriente. Pero luego del último ataque de ese país contra el territorio palestino de Gaza, la amistad se fracturó, más por una cuestión de temperamento que política.
En tanto que puente entre Oriente y Occidente, Turquía fue considerado un mediador en la región, lo que también ahora estaría en dudas.
Los vínculos entre Turquía e Israel se fueron recalentando durante varias semanas hasta alcanzar su punto de ebullición en el habitualmente tranquilo Foro Económico Mundial, que terminó el 1 de este mes en la localidad suiza de Davos.
El presidente de Israel, Shimon Peres, y el primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, mantuvieron un entredicho a raíz del ataque israelí contra Gaza.
Erdogan armó un escándalo en un panel de discusión en el que también participaban el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, y el secretario general de la Liga Árabe, Amr Moussa.
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Peres defendió el ataque indicando que fue en respuesta a los cohetes lanzados por Hamás (acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica), mientras Erdogan denunció las incursiones militares y la muerte de civiles, entre los que hubo muchos niños, niñas y mujeres, así como la destrucción de instalaciones de la ONU.
El detalle de la confrontación que fue pasado por alto fue que Erdogan, pese a las versiones de prensa, no se ofuscó con Peres en la reunión.
El primer ministro turco expresó una opinión vaga, "Israel sabe cómo matar", y cuando desarrollaba su idea, el moderador David Ignatius, del periódico The Washington Post, le indicó que se agotaba el tiempo del panel de discusión y lo interrumpió varias veces para que terminara su alocución.
Erdogan recogió sus apuntes y espetó a Ignatius: "¡Le diste 23 minutos y a mí sólo 13!".
En una posterior llamada telefónica a Erdogan, Peres alabó las relaciones de larga data entre ambos países y le expresó su deseo de que se mantengan iguales. Pero por ahora, y por un tiempo más, queda descartada la posibilidad de que existan proyectos conjuntos en muchas áreas, en especial en el ámbito militar.
"Hay una tormenta, pero se desvanecerá", dijo a IPS el investigador francés Jerome Bastion, radicado en Estambul. "Turquía e Israel son muy importantes entre sí y este país es demasiado importante para Medio Oriente".
Pero otros analistas consideran ese análisis demasiado optimista.
"Hubo un daño y llevará tiempo repararlo", dijo a IPS Ilter Turan, ex vicepresidente de la Asociación Internacional de Politólogos.
Ahora Turquía es considerada como un actor parcial en el atolladero palestino-israelí al punto que queda en duda su capacidad de oficiar de "intermediario honesto".
Hasta pocas semanas antes del ataque contra Gaza, Turquía oficiaba de intermediario entre Siria e Israel respecto de las Alturas del Golán, tomadas por el Estado judío en 1967.
"La credibilidad de Turquía como mediador objetivo quedó socavada", sostuvo Turan. "Su estrecha relación con Hamás le dificulta tener vínculos con otros actores".
Tras su retirada del panel, Erdogan se convirtió en héroe popular de los árabes, en especial en Gaza, a diferencia de otros líderes "conservadores y cautelosos" de la región, según un editorial del diario Sabah Mehmet Barlas.
La respuesta del lado israelí era inevitable.
"La rabieta de Erdogan en Davos avivó el fuego del creciente antisemitismo", señaló David Harris, director ejecutivo del Comité Judío Estadounidense, según el periódico turco en inglés Daily News.
"Hay un preocupante resurgimiento del antisemitismo en Turquía en las últimas semanas", señaló.
Durante la operación militar israelí, la población turca se solidarizó con los palestinos y se organizaron manifestaciones contra Israel y se juntaron fondos de ayuda. No había antisemitismo en las protestas, pero la prensa publicó una pancarta de un restaurante que decía: "Prohibida la entrada a judíos".
Como ejemplo de su simpatía hacia los judíos, los turcos suelen mencionar que sus antepasadas, los otomanos, los aceptaron en su imperio tras ser expulsados de España en el siglo XV.
Este país, que tiene una floreciente comunidad judía de unas 20.000 personas, reconoció al Estado judío mucho antes que Egipto.
Ambos países consideraron alguna vez construir una cañería para llevar agua potable de Turquía a Israel, pero la propuesta no prosperó debido a su excesivo costo.
La discusión de Suiza puso de forma repentina en entredicho una relación asumida. Sin duda, con su arrebato, Erdogan mejoró su estatus en este país. Fue recibido con expresiones de "líder mundial" y "conquistador de Davos".
El impulso tuvo más que ver con una cuestión de personalidad que con un asunto meramente político.
El primer ministro turco es conocido por su estilo agitador y sus repentinos cambios de ánimo que lo llevan a ser encantador y, al segundo, crítico. Erdogan no pertenece a la camada de diplomáticos "mon cher" (mi estimado), cautelosos y afables, formados en las mejores tradiciones francesas, como él mismo señaló tras el Foro Económico Mundial.
En un claro quiebre con el pasado, se izaron banderas palestinas en el bullicioso recibimiento a Erdogan en el aeropuerto de Estambul. También se vieron pabellones de Turquía en Gaza en señal de agradecimiento.
Pasará mucho tiempo antes de que las banderas de Turquía e Israel flameen en ambos países.