TECNOLOGÍA: Sacar al científico interior y superar brecha digital

La imaginación no tiene límites dentro de una modesta oficina de 275 metros cuadrados en esta sudoccidental ciudad estadounidense.

Diseñador de camisetas Eric Bidwell. Crédito: Enrique Gili/IPS
Diseñador de camisetas Eric Bidwell. Crédito: Enrique Gili/IPS

Una soleada tarde sabatina se reúne un grupo estable de personas muy particular. El artista performático Boone Platt observa cómo nace a la vida un cortador de vidrio láser, los niños del vecindario se aglutinan en torno a una computadora que diseña un logotipo y niñas pequeñas intercambian ideas para un juego de mesa que involucra la exploración espacial.

Se trata del primer «Fab Lab» de la costa oeste de Estados Unidos, administrado por la organización no gubernamental Heads on Fire (cabezas ardientes).

Fab Labs es la abreviatura de Laboratorios de Fabricación, que combinan herramientas ya hechas, creadas en dos y tres dimensiones y también de electrónica con programas informáticos libres que pueden hacer casi cualquier cosa, desde intrincados tableros de circuitos hasta viviendas prefabricadas de emergencia.

En una habitación llena de computadoras, los visitantes exploran las fronteras entre los dominios digitales y el mundo real, utilizando un equipamiento que coloca la tecnología a escala personal.
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Heads on Fire está inmersa en el proceso de superar la brecha digital entre ricos y pobres. Operando bajo los auspicios del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), en los próximos años el proyecto Fab Lab puede ayudar a transformar las economías rurales y las comunidades que no tienen quién las represente.

«Estamos poniendo herramientas poderosas en manos de quienes no tienen poder», dijo el director ejecutivo de la organización, Xavier Leonard, quien junto con la gerenta de programa, Katie Rast, es la fuerza motora detrás de Heads on Fire. Pasó mucho tiempo en el exterior desarrollando programas tecnológicos basados en la comunidad.

El programa comenzó en 2002 trabajando con escuelas de comunidades carenciadas e introduciendo en el mundo de la tecnología y el arte multimedios a niños que de otro modo no podrían acceder a ellos.

La comunidad de City Heights, en San Diego, alberga a inmigrantes que viven en la pobreza o casi, en una ciudad reconocida por sus laboratorios de primera clase y su conectividad a Internet.

En 2007, la organización cambió de dirección cuando fue seleccionada por el MIT para establecer y operar un Fab Lab en San Diego. Esto es parte de un programa educativo que busca transformar a consumidores pasivos de tecnología en innovadores.

Ahora, Heads on Fire es un lugar «donde alentamos a la gente a venir y experimentar», explicó Rast.

Gracias a una concesión de 12,5 millones de dólares del MIT, los Fab Labs han estado floreciendo como hongos luego de la lluvia. Heads on Fire es parte de una red mundial de 30 de estos proyectos.

El objetivo es dar poder a los ciudadanos a través de la creatividad y la innovación. Mediante el espíritu de colaboración y comunitario, quienes experimentan con modestos conocimientos técnicos pueden intercambiar ideas con pares de otros Fab Labs de todo el mundo, compartiendo diseños a través de Internet o ingresando en un sitio web que ofrece nuevas ideas de proyectos.

El Waag Fab Lab de Amsterdam proporciona una perspectiva general sobre los proyectos personales actualmente en curso en el norte de Europa y otras partes. La documentación tiene por objeto ser usada como fuente de inspiración y punto de partida para nuevas iniciativas.

La empresa es parte de la firme creencia del Centro de Bits y Átomos del MIT en la idea de la fabricación personal. Esto es, dar a los individuos la capacidad de crear tecnología que mejore su calidad de vida y que a cambio solucione problemas a los ciudadanos comunes.

Luego de seis años de experimentación, los Fab Labs están arrojando interesantes resultados.

Los proyectos incluyen el trabajo en computadoras «de cliente liviano» y antenas inalámbricas para el acceso a redes, instrumentación analítica para la atención a la salud y la agricultura, turbinas alimentadas con energía solar y una vivienda de bajo costo sensible a las necesidades locales.

En las comunidades rurales de India, por ejemplo, los estudiantes han diseñado sensores para medir el contenido graso de la leche. En Finlandia, los sami, nómades que se dedican a la cría de ganado, han construido redes inalámbricas para rastrear a sus renos en la zona de temperaturas bajo cero situada muy al norte del Círculo Polar Ártico.

En una conferencia sobre Tecnología, Entretenimiento y Diseño, realizada en 2006, el profesor del MIT Neil Gershenfeld explicó la génesis de los Fab Labs. Comenzó a impartir una clase llamada «Cómo hacer (casi) cualquier cosa», a fin de introducir a los estudiantes a las máquinas de fabricación que él y sus pares usaron durante su investigación.

Con el tiempo, Gershenfeld descubrió que sus estudiantes estaban menos interesados en proyectos de investigación esotérica que en hacer cosas prácticas.

Aunque quedó maravillado con sus alumnos, comenzó a preguntarse cómo podían aplicarse las herramientas de fabricación más allá del culto a los tecnólogos que circulaban por los corredores del MIT.

Con la noción de que, cuando el gobierno federal otorga millones de dólares espera algo a cambio, decidió aplicar fondos asignados a campañas sociales para montar Fab Labs lejos de centros de la tecnología y el diseño como Boston, y fuera de las manos habituales.

Posteriormente, según Gershenfeld, el fenómeno del Fab Lab «explotó por todo el mundo», propagándose desde Boston hasta África occidental.

«Un niño en la India rural necesita medir y modificar el mundo, no simplemente obtener información en la pantalla», dijo.

«El mensaje procedente de los Fab Labs es que los otros 5.000 millones de personas en el planeta son una fuente de innovación», continuó.

El próximo gran desafío de Heads on Fire será recaudar fondos el próximo año, en un momento en que está en duda la salud financiera de las organizaciones filantrópicas y los programas financiados con impuestos.

Buena parte del tiempo que Leonard y Rast dedican a su organización sin fines de lucro queda sin compensar. Ellos esperan que sus circunstancias cambien a medida que consoliden asociaciones con organizaciones locales y pequeñas empresas.

Rast parece no inmutarse. «Quienes pasan por el laboratorio y lo que crean son únicos», dijo.

* Este artículo es parte de una serie producida por IPS (Inter Press Service)e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales) para la Alianza de Comunicadores para el Desarrollo Sostenible (http://www.complusalliance.org).

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