Las campañas electorales en Israel solían caracterizarse por los debates explosivos, los contrastes ideológicos y las rivalidades encendidas entre lo religioso y lo secular. Ya no. La guerra uniformizó el paisaje que rodea los comicios de este martes.
En el pasado, las discusiones estaban dominadas por el principal desafíos existencial de la democracia israelí desde su creación hace 60 años: la convivencia con los palestinos y cómo hacer la paz con ellos garantizando, al mismo tiempo, la seguridad del país.
Entre los judíos, que constituyen la enorme mayoría del electorado israelí, la guerra de 22 días contra el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) en Gaza tuvo un apoyo casi universal. La "política de paz" quedó relegada casi al estatus de un tabú, incluso en partidos manifiestamente pacifistas, como el izquierdista Meretz.
Su consigna electoral es insensibilizante —"No transigimos"—, aunque no se refiera a las negociaciones de paz, sino que marca posición frente al arrasador sentimiento nacionalista que ha dominado la breve campaña electoral.
"Lamentablemente, ninguno de los principales candidatos para conducir a Israel han presentado nada remotamente esperanzador sobre el proceso de paz", expresó el primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina, Salman Fayyad.
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Ninguna consigna de campaña se refirió a la esperanza y la ilusión, como las lanzadas en la del flamante presidente estadounidense Barack Obama. Estos conceptos no están por ningún lado, pero sí el temor y la "necesidad de firmeza", tanto en las campañas como en boca de los votantes.
Es probable que eso se refleje en otro gran giro de la ciudadanía a la derecha, los que han caracterizado las últimas tres elecciones israelíes desde el estallido, en 2000, de la segunda intifada (revuelta popular palestina contra la ocupación).
La paradoja es que, en esta ocasión, los israelíes no afrontan la amenaza inminente de atacantes suicidas ni terroristas.
Por el contrario, la mayoría de los entrevistados por las encuestadoras dicen que habrían preferido mantener la guerra de Gaza continuara hasta la total eliminación de la amenaza de Hamás, pero también reconocen que la capacidad de disuasión de Israel aumentó y que la seguridad también lo hará con el inminente acuerdo en el que actúa Egipto como mediador.
Un periodista le preguntó este lunes al líder del Partido Laborista, el ex primer ministro y actual ministro de Defensa, Ehud Barak, de qué se trataban estas elecciones. "Para decirlo en una palabra, de liderazgo", contestó.
Tanto él como los dos grandes candidatos a primer ministro —Benjamin Netanyahu, del derechista partido Likud, y Tzipi Livni, del centroderechista Kadima— quieren convencer a los votantes de que son capaces de asumir los desafíos, en tiempos de gran resentimiento del electorado por lo que se percibe como una gran distancia entre los políticos y los ciudadanos comunes.
Sin embargo, el problema va más allá de eso. En el periódico más vendido del país, Yediot Ajronot, el columnista Nahum Barnea recordó que numerosos dirigentes suelen advertir que a Livni la jefatura del gobierno es un cargo que le queda "demasiado grande". Pero a los demás candidatos también, ironizó.
"Podemos decir lo mismo sobre Netanyahu y Barak. Sus retratos en la vía pública podrán ser grandes, pero su tamaño queda eclipsado por los enormes problemas que Israel afronta hoy: Irán, la crisis económica ", escribió.
Las encuestas destacan que, en el último tramo de la campaña, casi 20 por ciento de los votantes todavía no declaraban sus intenciones electorales.
Los sondeos constataron dos tendencias. En primer lugar, a la derecha, una fuga de votos del Likud al racismo de extrema derecha del partido Israel Beiteinu (Israel nuestra casa), de Avigdor Lieberman.
La segunda, un cierre de la brecha entre Likud y Kadima, aunque las encuestas del último fin de semana el primero tenía una ventaja demasiado pequeña como para adelantar un resultado.
Algunos analistas políticos están alarmados porque el sistema está demasiado cerca de la disfuncionalidad. Es posible que el próximo primer ministro reciba este martes menos de 25 por ciento de los votos.
La mayoría de los expertos pronostican que, aunque Kadima venza al Likud, Livni tendrá un gran dolor de cabeza si el presidente Shimon Peres le asigna la misión de conformar una coalición de gobierno estable.
En cualquier hipótesis, el bloque derechista (desde el Likud y hacia la derecha, incluidos los partidos judíos ortodoxos) tiene una incuestionable ventaja sobre el centro y la centroizquierda.
Livni no se deja intimidar. "Dividir el mapa político en derecha e izquierda es anticuado. Está pasado de moda. Si derrotamos al Likud habremos ganado. Tendremos derecho a formar el nuevo gobierno y lo haremos", dijo este lunes.
Pero en un sistema electoral como el de Israel, donde rige la representación proporcional absoluta y, por lo tanto, todo voto cuenta, el alegato de Livni suena a palabrería hueca.
Por otro lado, Netanyahu volvió a recurrir a su habitual grandilocuencia, la misma que había llevado a muchos votantes tradicionales del Likud a rechazarlo hace tres años, cuando obtuvo un catastrófico resultado electoral.
El que tiene más posibilidades de conducir el próximo gobierno, según las encuestadoras, es Netanyahu.