ASIA: EL FIN DE UNA ERA

Los efectos de la recesión estadounidense sobre la economía asiática han sido generalmente minimizados, y la respuesta regional a la crisis no es suficiente. El problema fue encarado en la reunión cumbre trilateral en diciembre último de los líderes de China, Japón y Corea del Sur y en numerosas reuniones bilaterales.

A primera vista, la acción coordinada emprendida por las tres potencias puede ser significativa, pues cuentan con 3/4 del Producto Interno Bruto de Asia Oriental y con 2/3 de su intercambio comercial. Existen, sin embargo, razones para el escepticismo.

En primer lugar, el proyecto de establecimiento de un área comercial regional ha sido objeto de idas y venidas durante los últimos 15 años y de escasa implementación.

En segundo lugar, la coordinación intergubernamental de políticas económicas para enfrentar las crisis no tiene un buen historial. No sólo Estados Unidos vetó el Fondo Monetario Asiático (AMF) propuesto por Japón durante la crisis financiera de 1997. China también se opuso por temor a convirtirse en vehículo de una hegemonía japonesa.

En tercer lugar, de las numerosas reuniones celebradas en estos meses se puede decir que han sido una montaña que parió un ratón. Las medidas para extender el uso de facilidades de intercambios monetarios bilaterales bajo el acuerdo entre los diez países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático y China, Japón y Corea -denominado “ASEAN más tres”-, así como para inyectar más capital al Banco Asiático de Desarrollo, fueron tímidas. Ninguna de las tres potencias fijó un monto específico para sus aportes y desde hace una década la evolución institucional de “ASEAN más tres” no ha concretado acuerdos para respaldar a las monedas regionales sometidas a ataques especulativos.

La cooperación económica interasiática es de gran importancia porque fue la demanda china que sacó a flote las economías regionales, incluyendo a Corea del Sur y Japón, de las profundidades de la crisis financiera en los primeros años de esta década. En Japón, un estancamiento decenal fue roto en 2003 gracias al récord de exportaciones de capitales y de tecnología hacia China. Por cierto, China se convirtió en el principal destino de las exportaciones de Asia en general.

Este papel positivo desempeñado por la “locomotora china” infundió optrimismo sobre la hipótesis de que el crecimiento de los países asiáticos pudiera proseguir a pesar de la recesión actual en Estados Unidos. Pero una investigación efectuada por los economistas C.P. Chandrasekhar y Jayati Ghosh subraya que una cuantiosa parte de las importaciones chinas de bienes intermedios y piezas de Japón, Corea y ASEAN estaba destinada, solamente, a la fabricación de bienes terminados para exportar a Estados Unidos y Europa y no para su mercado interno. Por lo tanto “si cae la demanda de exportaciones chinas hacia Estados Unidos y la Unión Europea, ello no sólo afectará a la producción manufacturera china sino también a la demanda de productos importados de sus vecinos asiáticos”.

La rápida transmisión a Asia del colapso de su mercado clave ha desmentido la hipotética desconexión con la recesión estadounidense. La más exacta imagen de las relaciones Estados Unidos-Asia es la de unos prisioneros encadenados que incluye además de China y Estados Unidos a una multitud de economías satélite, cuyos destinos están atados al balón que se desinfla del consumismo financiado mediante el endeudamiento de la clase media norteamericana.

La crisis actual no es una simple recesión y tiene un significado adicional para Asia Oriental. Se trata del fin de una era de industrialización orientada a la exportación que comenzó en los años 60, cuando Corea del Sur y Taiwán se embarcaron en un proceso de desarrollo que ató su crecimiento al mercado estadounidense. Alentados por el Banco Mundial a “hacer esfuerzos especiales…para apartar a sus industrias de sustitución de importaciones dirigida a los relativamente pequeños mercados internos y orientarlas hacia las muy superiores oportunidades que ofrece la promoción de exportaciones “, los países del Sudeste de Asia siguieron el consejo en los años 70 y 80.

La integración regional o la unión de los mercados nacionales mediante la recíproca rebaja de aranceles aduaneros mientras se los mantiene altos fuera de la región es otra política posible ante el debilitamiento del mercado estadounidense. Las diferentes elites económicas, sin embargo, son muy celosas de sus mercados nacionales, mientras que los tecnócratas gubernamentales, pese a que propiciaron el sueño de un mercado de Asia Oriental de 1.900 millones de consumidores, no demuestran entusiasmo para emprender ese camino. Y aunque la actual crisis podría animarlos a dar unos pasos en esa dirección, la distancia entre la retórica del regionalismo y la realidad de los mercados separados y de las políticas económicas independientes continuará siendo amplia. (FIN/COPYRIGHT IPS)

(*) Walden Bello, profesor de sociología en la Universidad de Filipinas y analista del centro de investigaciones de Bangkok Focus on the Global South.

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