SUDÁFRICA: Huertas comunitarias contra el hambre

Hace unos años, Regina Fhiceka, de 66 años, y los cinco miembros de su familia sólo podían comer verduras una vez por semana. El resto de los días, maíz y pan, lo más barato que había en el distrito de Philippi, en esta ciudad de Sudáfrica.

Pero Fhiceka se enteró de la existencia de un proyecto municipal para incentivar a la población a instalar huertas comunitarias.

"Conocía a algunas mujeres de la comunidad que habían empezado su propia huerta en el patio trasero. Le pedimos a la trabajadora social que nos ayudara a conseguir un terreno más grande. Completamos los formularios exigidos y la oficina local del Ministro de Agricultura nos entregó una parcela", relató.

Fhiceka y otras cinco mujeres recibieron un terreno a las afueras de Philippi, donde viven unas 150.000 personas en condiciones muy precarias. A los pocos meses ya habían recogido una abundante cosecha de verduras y hortalizas, como tomate, repollo, zanahoria y frijol, y comenzaron a vender el excedente.

"No tuve otra opción. Comencé a cultivar porque no tenía dinero para comprar verduras en el mercado. También me di cuenta de que si lo hacíamos en grupo, tendríamos más que suficiente para alimentarnos y para obtener algún ingreso por la venta del excedente", apuntó.
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Por primera vez, en 2007 hubo la misma cantidad de personas viviendo en las ciudades que en el campo, según el Programa de las Naciones Unidas para Asentamientos Humanos (UN-Habitat), lo que aumentó la demanda de alimentos, agua, vivienda y otros servicios básicos en los centros urbanos.

Las ciudades en las naciones en desarrollo no suelen estar preparadas para lidiar con la presión por el aumento de la población. Los gobiernos han reconocido la importancia de la agricultura urbana e iniciaron varios proyectos en ese sentido.

En Ciudad del Cabo, muchos, al igual que Fhiceka, recibirán ayuda gracias a un acuerdo de cooperación firmado el 25 de noviembre entre la alcaldía y la Asociación para el Desarrollo Municipal para África Oriental y Austral (MDP-ESA, por sus siglas en inglés).

El convenio se refiere a la implementación de un proyecto de agricultura urbana en Philippi. MDP-ESA ayuda a municipalidades de todo el mundo a desarrollar y ampliar proyectos de agricultura urbana a través de su programa Ciudades Agrícolas para el Futuro.

El presupuesto de Philippi para los próximos cinco años es de 99.000 dólares. Los agricultores urbanos reciben ayuda para conseguir terrenos, pautas acerca de qué cultivar y asistencia para encontrar mercados donde vender sus productos.

Proyectos de ese tipo contribuyen a hacer frente a la crisis alimentaria, las malas condiciones de salud y la pobreza. Al igual que en todo el continente, las mujeres sudafricanas son la columna vertebral de la agricultura a pequeña escala.

La iniciativa de Philippi será de gran ayuda para ellas, que se ganan la vida vendiendo verduras y deben cuidar a sus nietos cuando pierden a sus padres a causa del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida). También contribuyen a cuidar el ambiente, pues aprenden a reutilizar el agua sucia.

"Soy pobre, pero creo que tengo que ayudar a la gente con mis verduras", señaló Fhiceka. "Algunas personas son tan pobres y están tan enfermas que no tienen nada. No puedo sentarme y mirar cómo se mueren de hambre porque tienen sida y no pueden cultivar ni conseguir un trabajo."

Más de 80 por ciento de la población de Philippi no tiene una fuente de ingresos formal, según Stanley Visser, responsable de desarrollo de Ciudad del Cabo. "Muchos hogares dependen de sus cultivos domésticos".

"Con la crisis económica y la consiguiente inseguridad alimentaria por el alza de precios, las huertas comunitarias son una de las estrategias básicas para sobrevivir. Muchos residentes de asentamientos informales pobres vienen del campo y se dedican a plantar porque eran pequeños agricultores y aplican sus conocimientos en las ciudades."

Una huerta doméstica permite que una familia de seis personas tenga verduras frescas durante un año. Si vuelven a cultivar y se aseguran que la tierra esté bien fertilizada, pueden vivir de ella por varios años.

"Las huertas de trincheras también son populares en las pequeñas localidades", señaló Visser. "La gente cava trincheras para verter los desperdicios biodegradables. Se cubre con tierra y se plantan semillas. El suelo es rico en nutrientes y se puede cultivar hasta cuatro años, cuando se debe volver a abonar."

Las mujeres que trabajan en huertas comunitarias suelen ayudar a personas más pobres que ellas y a los enfermos, señaló Rob Small, director de la organización Abalimi Bezakaya (expresión xhosa que quiere decir cultivo doméstico), que trabaja en varios distritos de esta ciudad.

"Las mujeres tienen un fuerte sentimiento comunitario y siempre ayudan a los demás. Las huertas suelen ubicarse en propiedades escolares porque los directores están dispuestos a colaborar con la comunidad, pues tienen contacto diario con las consecuencias devastadoras de la pobreza", indicó.

"El Ministerio de Educación apoya los proyectos de huertas comunitarias en terrenos de su propiedad", relató Small.

Las huertas comunitarias tienen un sentido de conservación ambiental, porque los agricultores suelen plantar setos y otras plantas alrededor de sus terrenos.

Así, esos predios, que pueden tener entre 1.000 y 5.000 metros cuadrados, atraen insectos y pequeños animales que los convierte en pequeños espacios de biodiversidad, explicó.

Fhiceka señaló que el consumo regular de verduras mejoró su salud.

"Antes de trabajar en la huerta comunitaria, no comía bien y siempre me engripaba. Ahora rara vez me enfermo", aseguró.

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