Cuenta la leyenda que una princesa china introdujo la seda a India en el año 300 de la era cristiana, al contrabandear en su tocado huevos del gusano que produce la codiciada tela y semillas del árbol de morera, cuyas hojas le sirven de alimento.
Más de 1.700 años después, China pone en peligro la industria india de la seda con sus imitaciones baratas y la proliferación de telares mecanizados.
De todas las ciudades destacadas por la producción de seda, en ninguna se siente tanto la amenaza china como en Benarés, urbe sagrada del norte de India bañada por las aguas del río Ganges.
Los artesanos confeccionan aquí desde hace siglos el intrincado «banarsi sari» de muchas tonalidades, básico en el ajuar de las novias hindúes.
Filas y filas de telares están detenidos en el área de Pili Kothi. La inactividad sólo se ve interrumpida por un runrún y un clic de algún tejedor perdido que trata de confeccionar una pieza de casi nueve metros de seda reluciente.
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Hasta hace una década, la industria de la seda empleaba a unas 700.000 personas en esta ciudad, indicó Rajnikant, director de la Asociación de Bienestar Humano, organización que trabaja con tejedores y tejedoras de Benarés. Pero menos de 250.000 trabajadores luchan hoy por sobrevivir con ingresos muy disminuidos.
El deterioro se debe, en parte, a las importaciones indiscriminadas y a la mecanización de la actividad. En 2006 y 2007 se importaron de China unas 9.200 toneladas de seda por un valor de alrededor de 120 millones de dólares, según la Comisión de Planificación de India.
El precio del capullo bajó y los agricultores debieron arrancar las moreras que cubrían casi 49.000 hectáreas en el meridional estado de Karnataka. Los gusanos de seda se alimentan únicamente de sus hojas.
A mediados de 2005, el gobierno indio dispuso un impuesto para combatir la competencia desleal a las importaciones de seda china sin procesar, pero luego comenzó el contrabando desde Bangladesh y Nepal.
Los comerciantes se aprovecharon de que India no limitó las importaciones de sus vecinos pobres.
«Finalmente, el gobierno gravó el hilo de seda, lo que elevó el ingreso de tejidos chinos, pero no se tomaron medidas contra la competencia desleal en ese rubro. Eso permitió a fabricantes locales inescrupulosos confeccionar banarsi saris baratos con telas importadas», señaló Rajnikant.
La preferencia de los clientes por el fino crepé chino, mucho más barato y hecho a máquina que inundó el mercado indio condenaron a muerte al tradicional banarsi sari artesanal. Unos pocos compradores pueden reconocer la diferencia o están dispuestos a pagar el alto precio de la versión original.
El aumento de las importaciones perjudicó más a los trabajadores artesanales porque coincidió con otra amenaza, los propietarios de telares mecánicos usaron computadoras para copiar diseños tradicionales y venderlos como tejidos hechos a mano a clientes inadvertidos.
Además, se empezaron a importar de China máquinas de bordar. Los bordadores y bordadoras comenzaron a perder su trabajo a medida que fabricantes y comerciantes vendían tejidos hechos a máquina como si fueran confeccionados a mano.
Para peor, imitaciones de banarsi saris comenzaron a aparecer en China. Pronto se supo que fabricantes de ese país contrataban tejedoras de Benarés para que los asesoraran sobre el diseño, los colores y la confección.
Con los problemas de empleo, los cortes de electricidad y la falta de subsidios fue imposible para India competir con la capacidad de producción y comercialización de China.
Las tejedoras y los tejedores indios no reciben subsidios ni ningún otro tipo de ayuda del gobierno, como sí tienen los chinos, explicó Rajnikant.
Los artesanos no tuvieron más opción que abandonar este centenario oficio, aunque muchos dijeron estar contentos de dejar una estructura de explotación en la que siempre eran perdedores.
«Su salario era tan bajo que no podían ni sobrevivir. La asistencia del gobierno sólo era para los comerciantes y para los que ya tenían una buena posición. Los organismos estatales nunca se preocuparon por los pobres», señaló Aminuddin, activista del barrio de Nakhighat.
Al menos 47 integrantes de la comunidad del tejedor Mohammad Sharif Ansari se suicidaron el año pasado en la Benarés, pero ningún funcionario se molestó en visitar a las familias u ofrecer algún tipo de indemnización.
«Los funcionarios sólo escuchan la situación de comerciantes y exportadores», protestó.
Las mujeres, quienes hacen una importante contribución a la industria de la seda, son las más perjudicadas, remarcó Razia Begum, integrante de la comunidad de tejedoras de la aldea de Lohta.
«Las condiciones laborales se han deteriorado de tal manera que cuando ellas terminan un sari, no saben si podrán adquirir los suministros mínimos necesarios para la familia, y empezar una nueva pieza», relató.
El tejedor Ainul Haq, quien necesita atención médica y tiene hijos pequeños, dijo a IPS que hace tiempo reclama asistencia del gobierno. «No me dieron nada, pese que hubo asignaciones», explicó.
Los esfuerzos para proteger a los tejedores y su trabajo deben apuntar en varios frentes, según la especialista en productos artesanales y politíca Jaya Jaitly, de Nueva Delhi.
«Hay demanda de productos artesanales de calidad, pero hay que encontrar la forma de vincularla con la protección del trabajo», subrayó.
«Hay un amplio reconocimiento, aquí y en el exterior, de la superioridad de los productos fabricados en telares manuales. Pero los compradores deben ser más exigentes y reclamar que lo que compran sea genuino. Eso ayudará a crear un mercado de calidad certificada», indicó Rajnikant.
En este momento, lo que sería de gran ayuda sería «un indicador geográfico de estatus para los banarsi sari», según Kumar Gautam, investigador del Centro de Comercio y Desarrollo, de Nueva Delhi.
«La verdadera tragedia es que hay muchos programas estatales de ayuda a los tejedores, pero ninguno de ellos los ayuda realmente», se lamentó Aminuddin.
La situación es compleja y hay muchos intereses en juego, señaló el presidente de la Junta Central de Seda, H. Hanumanthappa.
Por ejemplo, el impuesto contra la competencia desleal, cuyo principal objetivo era salvaguardar los intereses de los sericicultores y de la comunidad de tejedores, afectó a los exportadores de seda de India.
La Junta prolongó por cinco años más el impuesto contra la competencia desleal dispuesto para la seda sin procesar, que vencía este mes, pese a que el gravamen no contribuyó a mejorar la producción.
Las perspectivas para los exportadores a corto plazo son inciertas de todos modos, dada la menor demanda de Estados Unidos y Europa, a raíz de la crisis financiera internacional, según Hanumanthappa.
La situación de la industria es tal que tendrá que disminuir entre 500.000 y un millón de puestos de trabajo en los próximos años.