Zimbabwe es un ejemplo de cómo los condicionamientos a la ayuda para el desarrollo no suelen mejorar la vida de las poblaciones a las que debe dirigirse. Gran parte del dinero termina pagando la deuda de los países que la reciben con los «donantes», según expertos.
La advertencia fue formulada en una conferencia realizada en Harare por la Coalición de Zimbabwe sobre la Deuda y Desarrollo, organización civil que promueve la justicia social y económica.
El foro se convocó para debatir cómo reactivar la maltrecha economía de Zimbabwe una vez que entre en vigor el acuerdo para solucionar la crisis política auspiciado por la Comunidad de Desarrollo de África Meridional.
Ya se habla de un gran cantidad de donantes dispuestos a ofrecer ayuda a un nuevo gobierno de unidad, pero el país todavía está sometido al peso de los pagos de la deuda externa acumulada desde 1980, cuando Zimbabwe se independizó de Gran Bretaña.
La deuda asciende a unos 4.900 millones de dólares, según la no gubernamental sueca Grupos África de Suecia (AGS, por sus siglas en inglés).
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Vitalice Meja, del Foro y Red de África sobre la Deuda y el Desarrollo, señaló que a causa de los condicionamientos que acompañan al dinero que se entrega como ayuda, los gobiernos del continente finalmente sólo pueden usar libremente 37 por ciento de la suma original.
La sociedad civil tiene un papel importante que cumplir, agregó, en futuros acuerdos entre los donantes y un nuevo gobierno de Zimbabwe.
"Debemos abandonar el mito de que la ayuda es caridad. No lo es, pero aún juega un papel importante. Por ejemplo, se necesitan más de 11.700 millones de dólares para reconstruir carreteras y asegurar una adecuada provisión de agua, que son componentes clave de la recuperación", agregó Meja.
"Pero, ¿de dónde vendrá el dinero?", se preguntó.
"Es tiempo de que les digamos que dejen de darnos su ayuda, que ya no la queremos. Los países africanos son exportadores netos de capital, que se dirige a las naciones occidentales en forma de pagos de la deuda", aseguró Meja.
Pero, advirtió, si los gobiernos africanos rechazarán la ayuda deberán adoptar antes sólidas políticas macroeconómicas. Además, propuso que África, en lugar de gestionar inversiones extranjeras directas del Norte industrial, atraiga a inversores de su propia "diáspora".
Dennis Kellecioglu, economista del AGS, discrepó con Meja. Según él, países como Zimbabwe no pueden darse el lujo de rechazar la ayuda del exterior, que no resulta negativa en todos los casos.
"Por ejemplo, esta reunión", dijo, en referencia a la conferencia celebrada en Harare a comienzos de mes, "está financiado con dinero de la ayuda del exterior. Estamos teniendo buenos almuerzos, la sede de la reunión se paga con esos fondos y nos estamos capacitando con ellos. ¿No es buena esta ayuda?".
El asunto es motivo de discusión desde hace tiempo. Muchos piensan que los fondos de la ayuda son dilapidados por gobiernos corruptos, o empleados en proyectos que finalmente fracasan.
Expertos consideran innegable que, a lo largo del tiempo, la asistencia externa no ha sido utilizada tan eficientemente como hubiera sido deseable, pero que aun hace una gran diferencia en la vida de las mujeres y hombres que viven en la pobreza.
Mozambique fue en su momento el país más pobre del mundo, pero se ha encaminado por un sendero de crecimiento sustentable gracias a la ayuda, señalaron.
Sin embargo, la ayuda ha sido empleada para promover determinados modelos económicos, a tono con las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional sobre recortes del gasto público y del Banco Mundial sobre ajustes estructurales.
También se promovió la liberalización del comercio y la privatización de empresas públicas, lo que dejó a muchos países en desarrollo expuestos a las crisis alimentaria y financiera.
Y ahora los donantes podrían abandonarlos en sus intentos por superar los problemas domésticos que deben afrontar.
Según el Instituto de Desarrollo Laboral y Económico de Zimbabwe, existe creciente evidencia de que las recomendaciones o propuestas que acompañan el dinero entregado en concepto de ayuda raramente actúan en beneficio de los pobres.
En los últimos cinco años, se extendió la impresión de que los condicionamientos no funcionan y que es preciso respetar las prioridades de los gobiernos receptores.
Meja insistió en que, "idealmente, los países africanos deben rechazar la ayuda. Debemos demandar reparaciones por lo que nos han hecho los países donantes, pero debemos hacerlo colectivamente".