El fracaso en julio de la Ronda de Doha de negociaciones multilaterales, el tercero en pocos años, demuestra que la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha cambiado.
En septiembre de 2003, en la ciudad mexicana de Cancún, la conferencia ministerial de la OMC también fracasó, pocos días después de que el líder de los agricultores surcoreanos, Lee Kyung-hae, se inmolara en una protesta callejera.
Prácticamente toda la prensa europea expresó su decepción por ese resultado. La revista británica The Economist puso en su tapa la típica foto de un niño africano pobre, a quien caracterizó como "víctima" del fracaso de las negociaciones sobre liberación del comercio. La imagen representaba una visión muy occidental del asunto.
Pero los ministros del Grupo de los 20 países en desarrollo (G-20) recibieron una ovación de los periodistas de sus naciones cuando ingresaron en la sala de prensa al cabo de la conferencia de Cancún. Esa no es la forma en que usualmente se celebra un "fracaso".
De hecho, la reunión en la ciudad mexicana abrió un nuevo escenario. Pocos días antes del inicio de esa conferencia, el G-20 —que incluye a Brasil, China, Egipto, India y Sudáfrica— pidió por escrito a los países ricos que definieran cuándo dejarían de subsidiar sus exportaciones. Sin esa fecha, señalaron, no habría acuerdo.
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Funcionarios de países europeos dijeron entonces que el G-20 tenía poco tiempo de vida. Dados los intereses contrapuestos de países como India y Brasil, argumentaron, sería sencillo fracturarlos. Pero se equivocaron. El G-20 se mantuvo unido y las negociaciones fracasaron.
En Cancún, los ministros de Malasia y Sudáfrica señalaron que las negociaciones serían diferentes a partir de ese momento, porque los países en desarrollo estarían preparados.
De hecho, a través de la cooperación, esas naciones aprendieron cómo manejar las complejas negociaciones usando el esquema relativamente democrático de la OMC: un país, un voto.
Supachai Panitchpakdi, a la sazón director general de la OMC, admitió que las conversaciones serían más dificultosas, pues la institución debería tomar en consideración a todos sus miembros.
Tenía razón. Cinco años más tarde, nadie sabe si la Ronda de Doha llegará a su fin, ni cómo.
El "cuarteto" integrado por Canadá, Estados Unidos, Japón y la Unión Europea (UE), que habitualmente concretaba los "acuerdos" de comercio, ha sido reemplazado por el G-4: Brasil, Estados Unidos, India y la UE, al que se sumaron en julio Australia, China y Japón.
Las conferencias ministeriales de la OMC fueron desde 1999 a 2005 centros "calientes" de actividad internacional. Todo tipo de organizaciones no gubernamentales han asistido a las reuniones y planteado lo que estaba en juego en materia del comercio internacional.
Estas reuniones de ministros han sido acompañadas por foros de críticos de la globalización, y con sobradas razones. Las negociaciones sobre comercio no son un mero asunto técnico sino que tienen impacto sobre los fundamentos en los que se basan las sociedades.
Sin embargo, el argumento central de los activistas antiglobalización de línea dura —que el comercio internacional no tiene nada para ofrecer a los países en desarrollo— ha demostrado ser incorrecto.
Las posiciones al respecto han ido cambiando. En algunos momentos, los países emergentes defendieron el libre comercio en ciertas áreas. En las naciones ricas, el apoyo al libre comercio se encuentra bajo presión de agricultores y sindicatos, pues resulta claro que el mercado laboral, sobre todo los empleos de baja calificación, no ha ganado mucho con la globalización.
Año tras año, el porcentaje correspondiente al salario en el producto bruto interno ha estado disminuyendo. En Estados Unidos, el salario real de los trabajadores de baja calificación se redujo 30 por ciento respecto de los años 70. Diversos estudios revelan que la globalización es uno de los factores que explican este cambio en la relación entre capital y trabajo.
La denominada Ronda de Desarrollo de Doha tiene que ver con el desarrollo sólo por el nombre, admitió Eric White, principal asesor legal del equipo de negociadores de la UE.
"Las negociaciones se concentran en la reducción de los aranceles. ¿Por qué no celebrar una ronda de conversaciones en la que el desarrollo sea realmente central y se discutan todos los temas que los países en desarrollo han puesto sobre la mesa?", señaló.
La OMC también cambia en otros aspectos. Ha comenzado un diálogo con organizaciones no gubernamentales y parlamentarios, que en el pasado habían sido completamente excluidos de las negociaciones sobre comercio que son clave en la globalización.
De todas formas, los procedimientos de la OMC no son totalmente transparentes.
En la reunión de Cancún, su actual director, Pascal Lamy, la calificó de una "organización medieval". Lamy era entonces comisario de Comercio de la UE.
"No hay reglas de procedimiento, excepto la que indica que el presidente de la conferencia decide. No es la mejor forma de conducir negociaciones tan complejas", afirmó.
Ahora, como cabeza de la OMC, los críticos de Lamy preguntan qué reglas aplica para invitar a un limitado número de países a determinadas negociaciones. El hecho de que desde 2005 las "cumbres ministeriales" hayan sido reemplazadas por "minicumbres" de un selecto grupo no habla bien de la democracia de la organización.
Por lo tanto, mientras la "maquinaria judicial" de la OMC funciona a pleno para asegurar que las reglas internas se cumplan, muchos se preguntan si será posible alcanzar un nuevo acuerdo internacional sobre comercio. La OMC no solo se ha democratizado sino que también trata una agenda mucho más amplia que antes.
Su predecesor, el Acuerdo General Sobre Aranceles y Comercio (GATT), sólo se ocupaba de los productos industriales. Ahora, la OMC también se ocupa de la agricultura, los servicios y de los derechos de propiedad intelectual.
Más miembros y más asuntos en debate hacen que llegar a un acuerdo resulte problemático. Por esta razón, algunos consideran que sería mejor alcanzar entendimientos parciales y olvidar el objetivo de un acuerdo global.
No hay razones para formular planteos apocalípticos a causa del fracaso de las negociaciones de la OMC en julio. En este momento, la oposición a la globalización es más fuerte que su apoyo. La globalización y el comercio tienen que ver con las personas. Si avanza con demasiada rapidez, presionando a las sociedades, y dejando muchos "perdedores", dejará de existir.
Sólo un tercio de la población de Estados Unidos cree que el libre comercio es beneficioso. ¿Puede esto, junto con la negativa a reducir sus subsidios al algodón, explicar por qué Washington realmente no quería alcanzar un acuerdo en julio?
En ese momento, China e India demandaban salvaguardas para sus millones de pequeños agricultores: más de la mitad de su población vive en áreas rurales. La buena gobernanza implica la defensa de sus intereses.
Parece, por lo tanto, que es tiempo de desacelerar la globalización. Este proceso ha contribuido con la pasada fase del crecimiento económico mundial, pero existe consenso en que sus frutos se han distribuidos de forma desigual. Los gobiernos deben cambiar sus políticas si quieren lograr apoyo a la globalización en el largo plazo.
El contaminado aire de Beijing y otras ciudades chinas sugiere que hay otra prioridad para la comunidad internacional: proteger el ambiente. ¿No es más importante tener un nuevo acuerdo climático para 2009 que uno sobre libre comercio?
* Este artículo es parte de una serie de cuatro notas de John Vandaele, periodista de la revista belga Mo* y autor de varios libros sobre globalización. El más reciente, publicado en 2007, es "The Silent Death of Neoliberalism" ("La silenciosa muerte del neoliberalismo").