La ciudad de Adler, en la frontera meridional de Rusia y sobre el mar Negro, es la única puerta que ha mantenido a Abjasia conectada con el resto del mundo en los 16 años de aislamiento transcurridos desde una guerra con Georgia.
La seguridad es severa en el puesto de control de Psou, en las inmediaciones de Adler. Los abjasios entran y salen de Rusia por allí, usando viejos pasaportes soviéticos, o rusos que les fueron extendidos tras la guerra de 1992.
La policía fronteriza a menudo interroga intensamente a los viajeros. También registra los vehículos.
La problemática Abjasia se extiende sobre la costa oriental del mar Negro, con Rusia hacia el norte y Georgia hacia el este. El territorio de 8.432 kilómetros cuadrados luce como un pequeño islote junto a su gigantesco rival, Georgia, que cubre 69.700 si se incluye a Abjasia.
La población georgiana, según datos oficiales, es de 4,5 millones de habitantes
también si se incluye a los abjasios.
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Abjasia reclamó independizarse en 1992 de la república de Georgia, que estaba implementando una severa política étnica. El entonces presidente georgiano, Eduard Shevardnadze (1992-2003), también ex ministro de Relaciones Exteriores de la hoy disuelta Unión Soviética, respondió con una ofensiva militar.
Los abjasios resistieron con apoyo de paramilitares rusos y combatientes de otras etnias caucásicas, en su mayoría osetios y chechenos.
En la región del Cáucaso, la mayoría respaldaba la lucha de Abjasia por la independencia, porque reflejaba sus propias esperanzas, que eran similares. Y Rusia defendía a Abjasia contra lo que percibía como intereses políticos enemigos en su tradicional esfera de influencia.
Durante el conflicto se registraron flagrantes violaciones de derechos humanos, cometidas por ambas partes. Las fuerzas georgianas se retiraron en septiembre de 1993, seguidas por un éxodo masivo de más de 200.000 georgianos.
Abjasia se convirtió en una región disidente dentro de Georgia, pero nunca recibió reconocimiento internacional como nación independiente.
La pobreza y el caos reinantes en la posguerra, causadas por el aislamiento y la ausencia de estructuras estatales, socavaron la calidad de vida de la población. Muchos eligieron emigrar.
El último censo soviético de 1989 estimó la población de Abjasia en 560.000 personas. Un censo de 2003 redujo esa cifra a 215.972. La capital abjasia, Sokhumi, tenía alrededor de 125.000 habitantes antes de la guerra. Hoy residen allí, según datos oficiales, unos 60.000, pero pobladores locales dicen que no son más de 40.000.
Cuanto más se interna el visitante en territorio abjasio, más visibles se vuelven las cicatrices del aislamiento.
A lo largo de los 90 kilómetros de la recién renovada carretera desde el puesto de control hacia Sokhumi, entre la costa del mar Negro y los acantilados del Cáucaso, extravagantes centros turísticos y glamorosas "dachas" (casas de campo) están desiertos, en el medio de una sorprendente diversidad y belleza natural.
Son remanentes del pasado de Abjasia como destino que los zares y nobles del siglo XIX elegían para disfrutar del ocio, al igual que, luego, los altos dirigentes del Partido Comunista durante la era soviética (1917-1991).
Con esos visitantes llegó la prosperidad y una pluralidad cosmopolita de rusos, armenios y griegos pónticos.
"Lo que uno ve ahora es inútil para comprender cómo se veía el lugar antes. El propio (líder soviético Josif) Stalin mantuvo 36 dachas en la región", dijo Giorgi Hachev, uno de los pocos habitantes de origen griego que quedan en Abjasia, conduciendo por la carretera que lleva a Sokhumi.
Hachev cree que la guerra de agosto pasado en Osetia del Sur abrió una nueva etap. Georgia perdió toda influencia con la retirada completa de su ejército de la región. Apenas queda una pequeña minoría de georgianos.
La Unión Europea (UE), la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) reconocen a Abjasia como parte integral del territorio de Georgia.
Pero el hecho de que el 26 de agosto Rusia reconociera la independencia de Osetia del Sur y de Abjasia, las dos regiones separatistas de la propia Georgia, el 26 de agosto. El pronunciamiento cambió el estatus de la región, aunque el único país que siguió los pasos rusos fue Nicaragua.
Maxim Gundjia, vicecanciller de Abjasia, dijo que esto no sólo alentó a la población interna, sino que además generó un nuevo interés por parte de las empresas extranjeras.
"Desarrollar relaciones económicas con otros socios cuando se es un país no reconocido es muy problemático, pero pronto anticiparemos el reconocimiento de más países sudasiáticos y latinoamericanos, y soy positivo en cuanto a que las cosas mejorarán gradualmente", declaró a IPS.
"También estamos en estrecho contacto con Singapur, que está interesado en asumir un enorme proyecto de construcción de propiedades aquí", agregó.
Gundjia no le resta importancia a los desafíos que se presentan. "Estimamos que hay unos 40.000 desempleados, pero muchos de ellos están involucrados en el mercado informal. Cuarenta y nueve por ciento de la población vive en áreas rurales, y en gran medida usa su tierra y ganado para asegurarse la subsistencia", señaló.
MIentras, rusos, armenios y griegos se dirigen a Abjasia y hallan sus casas de descanso tomadas por pobladores locales. El sistema judicial está sobrecargado.
Según Gundjia, muchos creen que Georgia se prepara para otra guerra. Pero eso parece improbable, pues las fuerzas rusas están desplegadas en Abjasia.
Eso no necesariamente tranquiliza a la población. "Los rusos no nos protegen porque estén enamorados de Abjasia y Osetia", dijo a IPS León Adzhindzhel, miembro de la Fundación para la Pericia Independiente y experto en cuestiones regionales.
"Su rápido y enorme involucramiento en el Cáucaso meridional ha sido muy costoso; 74.000 millones de dólares fluyeron desde Rusia durante la guerra (de agosto), pero eso fue necesario para evitar una explosión en el Cáucaso septentrional", agregó.
El Cáucaso septentrional, donde se sitúan muchas repúblicas autónomas de la Federación Rusa —como Osetia del Norte, Ingushetia, Chechenia, Kabardino-Balkaria y Dagestán—, es una región muy volátil. En muchos de ellos florecen pausados conflictos y cuasi guerras civiles entre elites pro-rusas y separatistas.
Adzhindzhel cree que Georgia lanzó la agresión para provocar a los aletargados conflictos étnicos en el Cáucaso septentrional.
"Si los combates se hubieran prolongado demasiado, el Cáucaso habría explotado. El día después del ataque de Georgia, los periódicos osetios salieron a decir que Rusia había traicionado a Osetia", recordó.
Por ahora, Rusia ha respondido y domesticado a sus oponentes geopolíticos. Pero será difícil romper el círculo vicioso de la pobreza y el falta de desarrollo sin vender la belleza de la región y el destino de la población local a grandes intereses empresariales.