AZÚCAR-COLOMBIA: Huelga de machetes por trabajo decente

«Los corteros de caña no somos delincuentes ni terroristas, somos trabajadores honestos que reclamamos nuestros derechos», dicen los obreros colombianos de la caña de azúcar.

La huelga de los trabajadores cañeros colombianos comenzó el 15 de septiembre y, para el derechista presidente Álvaro Uribe, es instigada por las insurgentes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

De hecho, el gobierno le ha dado a la huelga un tratamiento de seguridad nacional: ataques de la policía antimotines a los huelguistas, intimidación a los líderes y una base militar como sede de la reunión presidencial con los productores, agremiados en la Asociación de Cultivadores de Caña de Azúcar de Colombia (Asocaña).

"Su lucha es por un contrato. Por la existencia de una relación laboral entre empleadores y trabajadores", dijo el presidente de la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC), Apecides Alviz, al anunciar este lunes junto con las otras centrales sindicales nacionales la participación de Colombia en la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, propuesta por la Confederación Sindical Internacional para este martes.

El pliego laboral único fue presentado el 14 de julio a Asocaña, en nombre de 19.000 trabajadores activos de la agroindustria azucarera del valle geográfico del río Cauca, en los departamentos del Valle del Cauca, en el occidente, y Cauca, en el suroccidente. Por ahora no hay acuerdo alguno.
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Los cortadores, o "corteros" como se les llama aquí, picadores y sembradores, que trabajan de forma indirecta para los 13 grandes ingenios azucareros y de alcohol carburante integrados a Asocaña, buscan mejorar sus condiciones laborales y económicas, ambientales y de salud ocupacional, seguridad industrial e inversión social en al menos 12 municipios productores.

El principal objetivo es lograr la contratación directa de toda la fuerza laboral que actualmente produce para los ingenios azucareros, pero también el control efectivo del peso de la caña, un aumento salarial y el reconocimiento del derecho a enfermarse.

"No hemos orientado manifestación alguna de violencia contra instalaciones o personas", dicen los trabajadores, y piden apoyo a quienes "han dejado los mejores años de sus vidas para que los dueños de la industria azucarera y del etanol amasen grandes fortunas".

La mayoría de los trabajadores cañeros son de raza negra, descendientes de esclavos africanos, y no parecen haber mejorado mucho sus condiciones laborales respecto de las que padecieron sus ancestros.

Decenas de miles de corteros se amontonan con sus familias, de tres o cuatro hijos, en franjas de pobreza y miseria en los límites de los enormes cañaverales del Valle del Cauca, una planicie caliente considerada el segundo territorio más fértil de este país andino, después de la Sabana de Bogotá, y notable por una hermosura que roba el aliento.

Para los indígenas nasas, que habitan el Cauca, los cañeros "son menos que esclavos, porque no tienen amos que los deban alimentar y garantizarles un techo para guarecerse a cambio de la explotación despiadada".

La paga depende de las toneladas de caña que los trabajadores —hombres y, en menor medida, mujeres— sean capaces de cortar y llevar diariamente a básculas controladas exclusivamente por las empresas intermediarias o por los ingenios.

Una decena de corteros acampan desde el 23 de septiembre en la Plaza de Bolívar de Bogotá, el corazón político del país. Allí relatan a quien los quiera oír cómo son sus condiciones de trabajo.

Laboran de lunes a lunes y tienen un día de descanso al mes. Si se enferman, deben enviar a un reemplazo, de lo contrario pierden el puesto.

Salen de casa a las cinco de la mañana y regresan entre las seis y las nueve de la noche. Las mujeres madrugan a las tres, para preparar el refrigerio de estos hombres que durante el día realizan un duro trabajo físico que termina en dolencias paralizantes: cortar caña azucarera a punta de machete.

Al llegar al cañaveral, 90 corteros son asignados para cortar un lote de unos 5.000 metros cuadrados. Si no lo terminan, al día siguiente les asignan un área menor y, por lo tanto, reciben menos paga. Por eso es común que para cumplir, los trabajadores se queden entre 12 y 16 horas diarias en el sembrado.

Todo queda registrado en la contabilidad de la "cooperativa de trabajo asociado" (CTA), entidades diseñadas a finales de los años 90 por el gobierno colombiano para evitar que los empresarios tuvieran que pagar cargas laborales, y cuya existencia elimina toda posibilidad de contratación colectiva.

"Al estar en la cooperativa somos al mismo tiempo trabajador y patrón", es la definición del cortero Efraín Muñoz. Las CTA tienen unos 20.000 afiliados.

"La razón de ser de esas cooperativas no es otra que bajar el precio de la mano de obra", dijo el senador izquierdista Jorge Enrique Robledo en un debate en la cámara alta el 17 de junio.

Para el trabajo se necesitan machetes. Cada cañero gasta unos cinco al mes, más tres o cuatro limas para afilarlo. Además, requieren guantes y protectores de tobillos, ropa de faena y zapatos de cuero. Todo deben pagarlo de su propio bolsillo.

La CTA le descuenta al cortador de caña 20 por ciento por su intermediación. Además, se lo obliga a tener una cuenta de ahorros, que le cuesta entre ocho y 13 dólares al mes, en la que se consigna su remuneración.

Los cañeros no tienen subsidio de transporte, gasto que equivale a la séptima parte de sus salarios. Además, les descuentan el 100 por ciento de aportes para salud, pensión y seguro de riesgos laborales. Si fueran empleados, el patrón asumiría las dos terceras partes de esos rubros y pagaría el subsidio de transporte.

Al final, llevan a casa entre 133 y 155 dólares al mes, aunque para el ministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, los corteros ganan más de 445 dólares mensuales.

Según el gubernamental Consejo de Política Económica y Social, una persona es pobre en este país cuando percibe un ingreso individual por debajo de los 118,3 dólares, a precios de este mes.

Las centrales sindicales subrayan que un salario decente es el que permite cubrir los costos de la canasta familiar, calculada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas en 421,7 dólares.

Según estudios del DANE de 2006 (las cifras más recientes), 55,6 por ciento de los trabajadores colombianos ganan menos de 222 dólares, monto equivalente hoy al salario mínimo legal.

El Valle del Cauca producía más de 2,5 millones de toneladas de azúcar al año. El precio interno ha oscilado entre 30 y 50 centavos de dólar por libra, mientras en el mercado internacional se cotizaba a 12 centavos.

Pero recientemente los ingenios también producen etanol, que resulta el doble de costoso que la gasolina. Por ello reciben subsidios anuales de entre 100 y 120 millones de dólares del gobierno. En las ciudades con más de 500.000 habitantes, es obligatorio mezclar 10 por ciento de etanol a la gasolina.

El gobierno argumentó al principio que el subsidio a los ingenios que produjeran etanol era para garantizar el empleo a los trabajadores cañeros, pero en el Valle del Cauca aumenta la presencia de cortadoras mecánicas.

El gobierno no estaría dispuesto a negociar la huelga "porque eso le implica reformar toda la normatividad sobre las cooperativas", dijo a IPS Camilo González, ex ministro y ex candidato a la gobernación del Cauca, y "sería un precedente que pondría un vacío en el sistema de trabajo precario, que es la base de esta economía".

Los ingenios "dependen de reglas de juego y subsidios estatales. Se habla de libertad de mercado, pero son empresas sujetas a un mercado ‘amarrado’, con ventas garantizadas y trabajo semi esclavo, una paradoja en épocas del neoliberalismo", apuntó González, también director del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz).

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