«Los garífunas eran los mejores navegantes del mundo», dice Jermonino Barrios, descalzo sobre la arena de una estrecha franja de playa hondureña que se extiende entre la Laguna de Los Micos y el mar Caribe.
Barrios, un ex soldado de 67 años, habla con orgullo de su etnia, desperdigada por Belice, Costa Rica, Guatemala, Honduras y Nicaragua.
"Antes teníamos 200 ó 300 garífunas viviendo aquí, y ahora hay apenas unos pocos", explica a Tierramérica.
"Se fueron a Estados Unidos y a otros lugares para trabajar", se lamenta, echando un vistazo a las chozas con techos de paja que se yerguen, holgazanas, bajo las palmeras que ven romper las olas.
En la tumultuosa historia de la incursión europea en lo que hoy es América y el tráfico de africanos esclavizados hacia estas costas, hay pocas peripecias tan conmovedoras como la de los garífunas.
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La génesis de este pueblo se remonta a 1635, con el hundimiento de dos galeones españoles cargados de esclavos en aguas de la isla caribeña de San Vicente. Los africanos que sobrevivieron se unieron a miembros de la etnia caribe, por entonces la población dominante en San Vicente.
Adoptando como lengua un idioma amerindio de la gran familia arahuaca, el hablar de los afrodescendientes terminó gestando la lengua que hoy es reconocida como garífuna.
Si bien contiene algunos elementos del francés, bastante diferentes del creole hablado en ex enclaves franceses como Haití y Martinica, y de otras lenguas como el español, el garífuna es único, y sigue siendo principalmente amerindio.
Por mezclarse con las etnias locales, a menudo los propios garífunas fueron llamados "caribes negros".
En 1797, en medio de las disputas de franceses y británicos por San Vicente, los garífunas fueron desterrados a la isla de Roatan, hoy parte de Honduras, lo que causó una gran mortandad. Casi 3.000 de ellos y sus descendientes se desplazaron hasta territorio continental y de allí se desparramaron por las costas centroamericanas sobre el mar Caribe, desde Nicaragua a Belice.
El primer registro de su existencia en Belice es una carta fechada en 1802 que plantea una queja a un magistrado británico local sobre la presencia de unos 150 garífunas en un asentamiento ubicado a lo largo del río Belice.
"La impresión general entre los magistrados era que estas personas eran peligrosas", señala a Tierramérica E. Roy Cayetano, miembro fundador del Consejo Nacional Garífuna de Belice en su hogar de Dangriga, un pueblo sureño que es centro de la cultura de esta etnia.
Con el paso del tiempo, la herencia étnica y lingüística única de los garífunas comenzó a ser vista como digna de protección.
Una figura importante en el desarrollo de la conciencia garífuna fue el periodista hondureño Thomas Vincent Ramos, muy influenciado por el líder nacionalista jamaiquino negro Marcus Garvey y su Universal Negro Improvement Association (Asociación Universal para la Mejora del Negro).
Ramos se mudó a Belice a comienzos del siglo XX y fundó The Carib Development and Sick Aid Society (La Sociedad Caribe de Desarrollo y Ayuda a los Enfermos), y estableció el Día de Celebración del Asentamiento Garífuna en 1941, que conmemora la llegada de esa comunidad a las costas de este país.
Más tarde llegaron otros peligros a los que los garífunas intentan hacer frente. Hasta 1965 no se podía viajar por carretera a Toledo, el distrito más sureño de Belice, ahora los conductores pueden optar entre dos autopistas.
Aldeas como la hondureña Miami, situada en una faja idílica de mar y arena donde los garífunas establecieron sus hogares, se ven invadidas por constructores e intereses comerciales y turísticos que buscan engatusar a los garífunas y privarlos de su tradicional estilo de vida.
Por ahora, la aldea sólo tiene en común con la enorme urbe turística estadounidense el nombre y el mar Caribe.
Cerca de Miami, un cartel proclama que la tierra es propiedad del Instituto Hondureño de Turismo y que allí se construirá un centro turístico con playas y campo de golf. Los habitantes del lugar dicen que el gobierno de Manuel Zelaya hace poco vendió la tierra a empresas constructoras.
En los últimos años, una de las voces más conmovedoras en defensa del modo de vida garífuna fue la del músico beliceño Andy Palacio, fallecido este año.
Palacio describió la aldea en una canción de 2007: "Viajé al río cerca de Miami/Cuando miré estaba rodeado de soldados/Ellos me pedían mis documentos".
"Ha habido mucha erosión cultural e idiomática", dice Cayetano, hablando de las fuerzas que apartan a los garífunas jóvenes de la tradición de vivir a su aire y buscar el sustento en la pesca y la agricultura.
"Los más jóvenes ya no aprenden la lengua, y los que la hablan son cada vez más ancianos. Tenemos que lidiar con una economía salarial y sus dificultades. Parece prometedora, porque vemos que la gente con dinero tiene poder", añade.
Algunos pasos se han dado para frenar este declive. El Consejo Nacional Garífuna de Belice, por ejemplo, se formó a comienzos de los años 80 para promover y preservar la cultura garífuna en ese país, y hace poco fue esencial para ayudar a construir la Escuela Primaria Gulisi.
Bautizada con el nombre de una heroína que sobrevivió a la deportación a Roatan, la escuela imparte clases de lengua y cultura garífunas en un programa de estudios más amplio.
En 2001, la danza, la música y la lengua garífunas fueron declaradas Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Observar la playa de Miami y reflexionar sobre el futuro de los garífunas hace pensar en un himno local, "Baba" (padre), cuyo mensaje parece hecho a medida de los tiempos difíciles que corren para este pueblo.
Anihein baba wama, furíeigiwamá lun Wabúngiute Íderalámugawa lídangien sianti Anihei baba wama, furíeigiwamá lun Wabúngiute Dúsuma lámuga wachara ya ubóuogu…
El Padre está con nosotros. Recemos a nuestro Dios. Que él puede ayudarnos más allá de lo imposible. El Padre está con nosotros. Recemos a nuestro Dios. Que nuestros males pueden ser menos aquí en la Tierra
* El autor es colaborador de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 4 de octubre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.