En el patio de una casa de ladrillos rojos en el distrito de Gitarama, en las afueras de la capital de Ruanda, tres mujeres ríen sentadas en un banco y se cuentan chismes mientras envuelven con grandes extensiones de cordel carmesí un ramillete de paja en forma de tirabuzón.
Aunque esto puede parecer poco más que una tradición ruandesa, estas tejedoras de cestos representan un éxito económico en este país diminuto sin salida al mar.
Mediante conexiones con el sector privado, las cooperativas de elaboración de canastos venden sus artesanías en el mercado internacional.
Esas cooperativas están integradas por grupos de mujeres vulnerables como las discapacitadas, las portadoras de VIH o las que enviudaron en el genocidio de 1994
Alentada por la Ley para el Crecimiento y las Oportunidades para África (AGOA, por sus siglas en inglés), una norma comercial aprobada en 2000 por Estados Unidos que dio a 39 países subsaharianos —entre ellos Ruanda— un mayor acceso a los mercados estadounidenses, muchos exportadores comenzaron a explorar nuevas vías comerciales.
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Las cestas ruandesas tejidas por mujeres a partir de papiros y pasto, que gozan de la admiración internacional, constituían un lugar obvio para comenzar.
Con el apoyo del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (Unifem) y otras organizaciones internacionales, el gobierno de Ruanda alentó a las mujeres a formar cooperativas y a vender sus canastos a exportadores que se guían por pautas de comercio justo.
Por un cesto, una mujer de una cooperativa puede ganar incluso el doble de lo que obtendría si la vendiera por su cuenta. En muchos casos, el exportador brinda una parte a la cooperativa, como las tinturas de color para las fibras naturales, o todos sus materiales, a fin de mantener la uniformidad del producto final, reduciendo más sus costos de fabricación.
Aunque a las mujeres se les cobra una suma cuando se integran a la cooperativa, muchos consideran que los beneficios que esas tejedoras reciben a largo plazo por sus ventas bien valen la pena.
"Nunca se pensó que las mujeres eran empresarias capaces. Nosotras hemos demostrado que pueden serlo, y que tal vez incluso lo hagan mejor que los hombres", dijo Janet Nkubana, quien fundó Gahaya Links con su hermana Joy Ndungutse luego del genocidio, como manera de ayudar a las mujeres que habían quedado viudas.
Ahora Gahaya Links exporta hasta 50.000 cestos al año, en un acuerdo exclusivo con la cadena estadounidense Macy's mediante su proyecto Camino a la Paz y O, the Oprah Magazine (revista de la conductora televisiva estadounidense Oprah Winfrey), empleando a 3.000 mujeres en cooperativas de todo el país.
Aunque muchas tejedoras desconocen la cifra exacta por la que se venden sus cestos internacionalmente, están orgullosas de que el mundo exterior se interese en comprar sus mercaderías.
"Nos hace sentir confiadas. Sabemos que cuando nuestros cestos van al exterior eso hace que más personas quieran venir a Ruanda, y a través de eso podemos tener una nueva relación con el mundo", dijo Priscille Ntivugurzwa, presidenta de la cooperativa Dufatanye, que significa "trabajar juntas, unirse".
El éxito del proyecto de Macy's expandió el interés del mercado por los canastos ruandeses. La Compañía de Cestos de Ruanda, otra exportadora dedicada al comercio justo, creó la competencia para Gahaya Links. Las tejedoras se dan cuenta de que sus artesanías tienen gran aceptación, y están preparadas para pasar su cooperativa a otro comprador por un precio mayor.
"Gahaya Links nos ayudó a abrir nuestras mentes y a desarrollar nuestras ideas, pero si nos pueden pagar más será mejor", dijo Ntivugurzwa a propósito de la decisión de su cooperativa de abandonar la firma.
"A causa de los cestos, estamos reuniéndonos con muchos nuevos compradores que vienen a visitar y a ver qué podemos hacer", agregó.
El terreno empresarial en Ruanda ha estado históricamente dominado por hombres, y el comercio, que ya es un desafío en un país con limitados puntos de acceso, no fue una excepción.
Con alrededor de 60 por ciento de la población viviendo bajo la línea de pobreza, las tejedoras de cestos pueden ganar entre 25.000 y 40.000 francos ruandeses por mes (aproximadamente entre 50 y 80 dólares).
Para las mujeres que antes sobrevivían gracias a la agricultura de subsistencia, esto supone un marcado aumento que les permite no sólo enviar a sus hijos a la escuela sino también pensar en planificar los próximos años.
"Una de las cosas que la elaboración de cestos ha posibilitado es llevar a las mujeres seguridad económica, en términos de ingresos pero también de brindar cierta clase de red de apoyo social entre ellas mismas", dijo Donnah Kamashazi Gasana, encargada nacional de programa para Unifem en Ruanda.
"Nuestro desafío es cómo devolver la esperanza a las mujeres del mundo, y pienso que sólo podemos hacerlo si les damos seguridad económica", añadió.
A medida que aumenta la seguridad económica de una mujer, a menudo también lo hace su estatus dentro de la comunidad, lo que hace posible que muchas mujeres se comprometan más desde el punto de vista cívico.
Como otras tejedoras afiliadas a las muchas cooperativas de fabricación de canastos del país, Eugenie Nyanzira, de la cooperativa de Rebunyurwe, en las afueras de Gitarama, ahora está involucrada en su gobierno local.
Según Unifem, muchas tejedoras ahora participan en varios aspectos de la gobernanza, que van del gobierno comunitario a la postulación a cargos públicos.
En un país que fue devastado por un genocidio hace apenas 14 años, es una declaración poderosa de que la elaboración de "agaseke", los canastos por la firma de la paz en Ruanda hoy ayudan a unir a tutsis y hutus para asuntos de desarrollo y salud.
En 1994, extremistas de la etnia hutu asesinaron en masa no sólo a integrantes de la etnia tutsi sino también a hutus moderados. Se calcula que 800.000 personas perdieron la vida.
"El genocidio causó muchos problemas y no quedamos con una buena relación. Los agaseke nos han permitido unirnos y trabajar por dinero, para que podamos ayudarnos en vez de odiarnos o recordar el pasado", explicó Nyanzira.
Las mujeres ruandesas están tejiendo un futuro brillante, que es la fibra misma de la que se componen la paz y la estabilidad duraderas.