El éxodo de titulados universitarios del Caribe prevalece como una fatalidad soportada por los países sin que una solución aparezca en el horizonte cercano. Más allá de sus efectos controvertidos en las economías locales, la marcha de las personas mejor instruidas deja tras de sí una pesada huella social.
Si bien la situación económica aparece como preponderante en la escala de motivaciones para emigrar hacia naciones industrializadas, estudios realizados por especialistas del área indican que en el caso de los profesionales con altos estudios se manifiestan otras razones vinculadas con la realización laboral y el reconocimiento social.
"Tomar la decisión final de emigrar a otro sitio no fue nada fácil, tuve que poner en la balanza muchos factores importantes", dijo a IPS Elena Gutiérrez, quien consideró por una parte "la lejanía de mis padres, la separación de buenos amigos y el dejar mis costumbres por otras".
"Por otro lado la balanza se aferraba a un mayor y mejor desenvolvimiento tanto profesional como económico, el saber que podré crecer como persona y que mi trabajo podrá ser valorado y remunerado a la altura de mis esfuerzos fue un importante factor", señaló esta cubana de 25 años, con residencia en París, en entrevista vía correo electrónico.
Según la investigadora cubana Ágela Casañas, algunas de las causas de la emigración de titulados universitarios de América Latina y el Caribe son "el poco desarrollo en la inversión en la ciencia, la formación de profesionales sin planificación que después no encuentran empleo".
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Además, "los bajos salarios, las deficitarias inversiones públicas o privadas en el sistema de producción de conocimiento, el escaso reconocimiento social de las actividades científicas", apunta la especialista del Centro de Estudios de Migraciones Internacionales de la Universidad de La Habana (CEMI) en su artículo "La emigración de profesionales desde el país que emite. El caso cubano."
"Para el caso de los profesionales se añaden condicionantes asociadas al papel que juega su realización profesional, en particular la necesidad de continuar especializándose y acceder a nuevas tecnologías y adelantos en las disciplinas en que se han formado", acota el texto, publicado por la revista Aldea Mundo en 2007. "Pienso que tanto en mi perfil como muchos otros, la realización en Cuba siempre será parcial, con muchas limitaciones, por las razones que todos conocemos: económicas, de información, de acceso a la competencia, al mundo exterior y políticas", apuntó Rosario Hernández, una ingeniera industrial de 35 años radicada en Lisboa.
Según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), 70 por ciento de la fuerza de trabajo con estudios superiores en el Caribe, que tiene el mayor índice de emigración del mundo, se ha instalado en países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), integrada fundamentalmente por todos los países industrializados.
Esa cifra alcanza niveles dramáticos en naciones como Jamaica y Guyana, que han perdido 85 y 89 por ciento de la mano de obra con nivel universitario, respectivamente. En Cuba, ese segmento poblacional representa entre 10 y 13 por ciento del total de las personas que abandonan esta isla, según un estudio realizado por el CEMI entre 1995 y 2003.
El ex presidente cubano Fidel Castro aseguró en su habitual columna Reflexiones que entre 1959 y 2004, a causa de la "injusta política de Estados Unidos", 5,16 por ciento de los profesionales graduados bajo el sistema socialista habían dejado el país, lo que representa más de 41.500 personas.
"Ese continuo saqueo de cerebros en los países del Sur desarticula y debilita los programas de formación de capital humano, un recurso necesario para salir a flote del subdesarrollo", sostuvo el líder histórico de la Revolución Cubana.
El costo se hace particularmente alto en países como Barbados, Jamaica, Trinidad y Tobago y Cuba, donde la inversión estatal en el sector terciario de la educación es considerable. Se estima que la formación de un profesional demanda entre 8.000 y 20.000 dólares.
Pero las pérdidas no se producen sólo a nivel de la macroeconomía. Para las familias el precio de la emigración puede resultar demasiado doloroso.
"Yo no diría que mi familia vive mejor desde que yo resido en el extranjero. Ahora es, como tantas familias cubanas, una familia rota, en que uno de los hijos no ha podido visitar a su madre durante casi cinco años, ha perdido cumpleaños y funerales, y ha estado ausente durante los primeros años de su sobrino y los últimos días de su padre", relató a IPS José Martínez, de 35 años.
"No están mejor sin mí, pero ciertamente tienen más dinero, comen y visten un poco mejor, y pueden pedir mi ayuda para resolver pequeños desastres domésticos que serían de otra forma insolubles", observó Martínez, quien vive en Montreal y contestó las consultas de IPS por correo electrónico.
El envío de remesas de dinero se ha considerado por décadas como la cara positiva de la emigración del Sur al Norte, junto con la creación de redes multinacionales de trabajo y la mejor preparación de un personal que, de retornar al país de origen, contribuiría al desarrollo local con sus conocimientos.
"Mi permanencia en otro país constituye la principal y casi única vía de subsistencia de mi familia" en la isla, confesó Hernández.
"Simplemente el hecho de saber que mis padres tienen dinero para poder comprar lo necesario para alimentarse es muy tranquilizador para mí", agregó por su parte Gutiérrez.
Pero las remesas aumentan la dependencia externa, engendran patrones de consumo ajenos a las realidades locales, alientan la salida de nuevos emigrantes y fortalecen una cultura de la emigración que desestimula la inversión nacional y la formación de la capital humano, según Keith Nurse, profesor de la Universidad de las Indias Occidentales, en Trinidad y Tobago.
El auge de las remesas entre 2001 y 2006 hacia América Latina y el Caribe parece haber llegado a su fin con los actuales problemas económicos en Estados Unidos. Según una investigación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), esos envíos desde ese país de América del Norte se estancó en los últimos dos años en torno a los 46.000 millones de dólares.
Aumente o disminuya el flujo de remesas, las "pérdidas para los países cuyo patrimonio intelectual emigra siempre serán mayores que cualquier recompensa que obtengan, por vías ajenas, a lograr la estabilidad de sus recursos calificados, a partir de su propio desarrollo interno", asevera Casañas. http://www.ipslatam.net/edicionweb/newsNotMain.asp?id=-1