La renuncia del presidente pakistaní Pervez Musharraf puso fin a la estrecha relación que mantenía ese país asiático con el gobierno de Estados Unidos, del que recibía beneficios políticos y económicos pese a ir en ciertos casos en contra de los intereses de seguridad de Washington.
Es bien sabido que el presidente George W. Bush repetidamente elogió a Musharraf por ser el aliado más leal a Estados Unidos en la "guerra contra el terrorismo", aun cuando muchos líderes militares de Islamabad tenían fuertes vínculos con militantes islámicos pakistaníes y con el movimiento islamista afgano Talibán.
Lo que no se ha informado es que el gobierno de Bush hizo la vista gorda a la responsabilidad del régimen de Musharraf en el programa de exportación de tecnología nuclear llevado a cabo por el científico pakistaní Abdul Qadeer Khan, así como sus acuerdos con aliados tribales pakistaníes de Al Qaeda.
El primer problema que afrontó la administración de Bush cuando asumió fue que los militares pakistaníes, liderados por Musharraf, eran el verdadero nexo con los talibanes y Al Qaeda.
La red terrorista "fue una creación de la cultura de la guerra santa existente en el ejército pakistaní", observó en una entrevista en septiembre Bruce Riedel, director para Asia Meridional del Consejo de Seguridad Nacional durante el gobierno de Bill Clinton (1993-2001).
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Si existe un estado que patrocina a Al Qaeda, ése es Pakistán, a través de sus servicios de inteligencia militar, sostuvo Riedel.
El vicepresidente Dick Cheney y el predominantemente neoconservador Departamento Defensa estaban al tanto de las relaciones del régimen de Musharraf con el Talibán y Al Qaeda.
Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, la Casa Blanca creó el mito de que Musharraf, frente a una libre elección, se "unió con el mundo libre para combatir a los terroristas".
Pero, como subrayó el experto en temas asiáticos Selig S. Harrison, el 19 de septiembre de 2001, apenas seis días después de que supuestamente aceptara las demandas estadounidenses de cooperación contra el Talibán y contra Al Qaeda, Musharraf dio un discurso televisado en lengua urdu en el que declaró: "Intentamos hacer lo mejor en esta crítica situación sin provocar ningún daño a Afganistán y al Talibán".
En sus memorias, publicadas en 2006, Musharraf reveló las siete demandas específicas que le había hecho Estados Unidos y aseguró haberse negado tanto a concederle derechos a sobrevolar y aterrizar territorio pakistaní, como para usar sus terminales marítimas y bases aéreas en operaciones antiterroristas.
Musharraf también escribió que, inmediatamente después de los atentados en Nueva York y Washington, el subsecretario de Estado (vicecanciller), Richard Armitage, amenazó con bombardear Pakistán y llevar a ese país "de nuevo a la Edad de Piedra" si su presidente no apoyaba a Estados Unidos contra Bin Laden y sus aliados afganos.
Pero Armitage categóricamente negó, a través de su asistente, Kara Bue, haber hecho esta amenaza, y mucho menos contra Pakistán.
En los años siguientes, Musharraf llevó adelante un juego complicado. A la Agencia Central de Inteligencia (CIA) se le permitió operar en las provincias pakistaníes fronterizas con Afganistán para perseguir a miembros de la red Al Qaeda, pero sólo mientras los agentes fueran acompañados por sus pares de los servicios de inteligencia pakistaníes.
Eso restringió la capacidad de los agentes estadounidenses para reunir información en la frontera noroccidental. Al mismo tiempo, los servicios de inteligencia pakistaníes permitieron a líderes talibanes y de Al Qaeda operar libremente en las áreas tribales, e incluso en la ciudad de Karachi.
El gobierno de Bush incluso hizo la vista gorda a la red de venta de tecnología nuclear, liderada por el científico Khan, a Libia e Irán, y tolerada por los militares pakistaníes.
Los periodistas Douglas Frantz y Catherine Collins escribieron en su libro "The Nuclear Jihadist" (El combatiente islámico nuclear) que un general retirado que trabajaba con Khan aseguró que el científico había actuado con el pleno conocimiento de los jefes militares. "Por supuesto que los militares sabían. Ellos lo ayudaron", habría afirmado.
Pero la Casa Blanca prefirió ayudar a Musharraf a ocultar ese hecho inconveniente. Según las memorias del ex director de la CIA George Tenet, en septiembre de 2003, Bush confrontó al entonces presidente pakistaní con evidencia recolectada por la agencia de inteligencia estadounidense y le pidió que detuviera a Khan.
Meses después, el arresto domiciliario de Khan, su confesión pública y el perdón de Musharraf fueron acompañados por una extraordinaria serie de declaraciones de altos funcionarios en el gobierno de Bush exonerando al líder pakistaní y a los militares por el caso.
Todo el escenario ha sido "cuidadosamente orquestado con Musharraf", dijo a IPS el año pasado Larry Wilkerson, entonces funcionario del Departamento de Estado (cancillería) y luego jefe de gabinete de Colin Powell. El acuerdo que se alcanzó entre los dos gobiernos no incluía un permiso a agentes de Estados Unidos para interrogar a Khan.
Pero, al parecer, el gobierno de Bush recibió un compromiso de que el régimen pakistaní entregaría a altos mandos de Al Qaeda, y así lo hizo.
Mientras, Musharraf hacia un pacto político con cinco partidos islámicos en 2004 que le garantizaron la victoria en las elecciones en dos provincias fronterizas con Afganistán en que la influencia islámica extremista es grande.
Esto, seguido de un repliegue militar de la provincia de Waziristán del Sur, le dieron a las fuerzas pro talibanes aliadas con Al Qaeda vía libre para reclutar y entrenar militantes para la guerra en Afganistán.
* Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. "Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam", su último libro, fue publicado en junio de 2005 y reeditado en 2006.