La renuncia del presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, marcó el fin oficial de la defectuosa política para ese país llevada a cabo por su par estadounidense George W. Bush.
El próximo capítulo en esa complicada relación sigue siendo incierto, y es probable que la reconciliación insuma tiempo y paciencia de parte de Estados Unidos.
Musharraf, quien llegó al poder con un golpe militar en 1999, fue forzado a renunciar luego de una prolongada caída que terminó con amenazas de juicio político de parte del joven gobierno democráticamente electo.
Diez meses después de declarar un estado de emergencia y de enfrentarse con la Suprema Corte, Musharraf sucumbió a la presión del gobierno civil, con seis meses en el poder, y el 18 de este mes cedió su puesto.
Según Dawn, un periódico pakistaní que se publica en inglés, Bush —quien había centrado su política para Pakistán estrictamente en Musharraf, a quien consideraba su amigo personal—, fue el "último reticente", incluso dentro de su propio gobierno, a convencerse de que el mandatario pakistaní tenía que irse.
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Dawn informó que fue la embajadora estadounidense en Pakistán, Anne Patterson, quien finalmente convenció a Bush de que "soltara" al ex dictador.
Sin embargo, mucho antes de la crisis constitucional y del estado de emergencia, analistas se habían vuelto críticos de Musharraf como aliado de Washington.
Aunque el líder pakistaní aparentó interés en la lucha contra el extremismo musulmán en las regiones fronterizas con Afganistán —y recolectó así miles de millones de dólares en asistencia de Estados Unidos—, en 2004 y 2006 concretó acuerdos con insurgentes islamistas que les permitieron operar más libremente.
Se cree que esa libertad afianzó al movimiento islamista afgano Talibán en la frontera, creando un baluarte para la red extremista Al Qaeda, del saudita Osama bin Laden, y una plataforma para la insurgencia en Afganistán.
Aunque persisten las dudas sobre el futuro de Musharraf fuera del gobierno, la mayoría de los asuntos planteados en los días siguientes giraron en torno al gobierno de coalición que condujo a la renuncia del dictador.
Éste está formado por el Partido Popular de Pakistán (PPP), del viudo de la asesinada primera ministra Benazir Bhutto (1988-1990 y 1993-1996), Asaf Ali Zardari, y por la Liga Musulmana de Pakistán (PML-N), del ex primer ministro Nawaz Sharif (1990-1993 y 1997-1999).
Los líderes de ambos partidos o sus familias se han disputado el poder durante todos los periodos de gobierno civil de los últimos 30 años.
Aunque la renuncia de Musharraf fue una importante victoria para el gobierno civil, es probable que los problemas que subyacen en la unificada oposición al ex mandatario salgan a la superficie.
"No hay dudas de que hubo una cosa en la que los dos partidos se pusieron de acuerdo: librarse de Musharraf", dijo a IPS Vikram Singh, experto en políticas para Asia del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense, que se centra en Pakistán y Afganistán.
"En cierto nivel, al renunciar, Musharraf cierra un capítulo para Pakistán. Es la última puerta en el camino de regreso a la democracia, pero eso no significa que la democracia sea más fácil que la dictadura", agregó.
Una cuestión de particular importancia para Estados Unidos es cómo afrontarán los dirigentes civiles al extremismo insurgente en las regiones fronterizas. Hay temores de que el gobierno siga los pasos de Musharraf y realice acuerdos con los islamistas para proteger su frágil poder.
Con los militares intentando quitarse responsabilidad, el tema se ha vuelto uno de los más polémicos para la coalición. Según el periodista pakistaní Ahmed Rashid, el ejército y el gobierno no lograron un acuerdo para frenar el crecimiento del Talibán pakistaní, en parte debido a viejas rivalidades entre las dos instituciones.
"El ejército quiere que el gobierno lidere y asuma la responsabilidad política de ir tras los extremistas, a fin de que la actual falta de popularidad del ejército no empeore", señaló Rashid en una columna que escribió, como invitado, para la cadena estatal británica BBC.
"Pero el señor Sharif no tiene intenciones de convertirse en el instrumento del ejército, mientras el señor Zardari hasta ahora no puede negociar una posición común de la coalición", agregó.
Aunque Zardari y el PPP son ostensiblemente más pro occidentales, Sharif "no quiere concesiones al ejército y no ofrece apoyo a la guerra contra los extremistas del Talibán. Consciente de su banco de votos del ala derechista, él tiene poco tiempo para demandas estadounidenses".
La presión de Estados Unidos ha sido considerable. Rashid indicó que Washington ha amenazado con más bombardeos del lado pakistaní de la frontera si el ejército y el gobierno no pueden manejar a los insurgentes.
Singh también dijo a IPS que otra respuesta punitiva de Estados Unidos a la inacción podría ser condicionar la asistencia, pero advirtió que la clave para fortalecer al gobierno es ofrecer una relación seria y real con Pakistán.
"También tenemos que ofrecer una asociación a largo plazo con Pakistán. (Los dirigentes pakistaníes) sospechan que si tenemos éxito con Al Qaeda nos apartaremos de ellos. Hemos hecho poco por garantizarles que vemos algo más allá de este esfuerzo muy centrado en el terrorismo", dijo Singh a IPS.
"Somos amigos en los malos momentos. Cuando hay problemas, estamos allí", agregó.
Todos los expertos coinciden en que el liderazgo civil y la democracia son beneficiosos para las relaciones entre Estados Unidos y Pakistán.
"No se puede escapar del hecho de que Pakistán estará en mejor situación económica con un gobierno civil que con una dictadura militar. En general, el gobierno ha aceptado esto", dijo Frederic Grare, del Fondo Carnegie para la Paz Internacional.
"Pakistán se convertirá completamente en una democracia cuando haya una propiedad civil del aparato de seguridad y de la política exterior", dijo Grare a IPS.
"La dificultad real (para Estados Unidos) es asegurarse de que con sus acciones no haga más frágil al ya frágil gobierno civil", agregó.
Pero la situación parece empeorar con la creciente violencia y el avance del Talibán en Afganistán, y dos explosiones esta semana en Pakistán que dejaron casi 100 muertos— y Estados Unidos puede impacientarse rápidamente.
"Aunque Estados Unidos estará esperando que las cosas cambien rápidamente, es improbable que esto ocurra por ahora", escribió Rashid.