La emboscada en la capital de Afganistán que mató a 10 soldados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la mayor pérdida en campo de batalla para las fuerzas occidentales desde que empezó la guerra, fue el toque final de una semana con intensa actividad insurgente.
Aunque la OTAN pudo repeler el ataque del martes, matando a decenas de rebeldes, la operación insurgente fue una gran propaganda a favor del movimiento islamista afgano Talibán, y demostró que éste gana confianza a pesar de que pierda la mayoría de las batallas ante las fuerzas extranjeras.
Casi 100 rebeldes realizaron una emboscada a un equipo de soldados franceses con cohetes y morteros en una montaña cercana a Sarobi, localidad a unos 30 kilómetros al este de Kabul. Además de los 10 muertos, 21 soldados occidentales resultaron heridos en lo que terminó siendo una batalla de varias horas, que contó incluso con intervención aérea estadounidense.
En respuesta al ataque, que supuso la mayor pérdida de personal francés en el extranjero desde el atentado suicida contra la embajada de ese país europeo en Beirut en 1983, el presidente Nicolas Sarkozy viajó a Kabul este miércoles para expresar su apoyo a las fuerzas.
En la noche del lunes, los insurgentes pusieron en práctica un ambicioso ataque contra la base militar estadounidense en la sudoriental provincia de Khost. Un coche bomba detonado en la puerta principal de la base mató a 10 civiles, y otro estuvo a punto de estallar pero las fuerzas de seguridad afganas lo impidieron al matar al conductor.
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Al día siguiente, más de 30 insurgentes dispararon cohetes contra la misma base mientras una ola de atacantes suicidas se lanzó contra las puertas. Las fuerzas estadounidenses repelieron el ataque, pero la compleja ofensiva de los insurgentes fue una señal de que crecen en confianza.
"Los talibanes son cada vez más fuertes y tienen más confianza", dijo Waliullah Rahmani, del Centro de Kabul para Estudios Estratégicos. "Lanzan ataques cada vez más complejos y en forma más enérgica", añadió.
Según una declaración de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad de Afganistán, coalición encabezada por la OTAN, cientos de combatientes talibanes han sido abatidos este año. Un alto funcionario de esa alianza señaló que las batallas más encarnizadas provocaron grandes pérdidas para los insurgentes.
Pero la entereza del Talibán para superar esas pérdidas y seguir realizando ataques de alto perfil parece indicar que estabilizar Afganistán puede llegar a ser más complicado que simplemente enviar más soldados, señalan analistas. "Éste es un problema regional. Sin cambios políticos en Pakistán, aun 200.000 soldados de la OTAN no serán suficientes", sostuvo Rahmani.
Funcionarios afganos y estadounidenses han insistido en remarcar el papel de Pakistán en la provisión de refugios seguros para los insurgentes, y algunos sostienen que si no se desbaratan las redes extremistas islámicas en ese país de Asia meridional será imposible derrotar al Talibán.
"La guerra contra el terrorismo no se libra en las aldeas de Afganistán", dijo a periodistas el presidente Hamid Karzai. "El único resultado de los ataques aéreos es matar a civiles", dijo el mandatario, y sostuvo que Estados Unidos debería concentrarse en atacar objetivos en Pakistán, en incluso actuar contra elementos hostiles dentro del propio aparato de seguridad de ese país.
Funcionarios estadounidenses también advierten la creciente influencia de combatientes extranjeros, posiblemente provenientes de Iraq, que recorren la frontera afgano-pakistaní y estimulan la insurgencia.
"En las tácticas y técnicas usadas por los enemigos en nuestro sector vemos evidencias de una influencia extranjera", señaló el director de Asuntos Públicos del ejército estadounidense, Rumi Nielson-Green. "Por eso es que se necesita una estrategia de contrainsurgencia no sólo en Afganistán, sino en toda la región", añadió.
Las fuerzas estadounidenses en más de una ocasión han disparado misiles en territorio de Pakistán, pero funcionarios de ese país afirman que esas operaciones sólo han causado bajas entre civiles.
Más aun, las autoridades en Islamabad se niegan a permitir que tropas de Estados Unidos ingresen abiertamente a Pakistán, temiendo una violenta reacción popular contra el gobierno y contra Estados Unidos.
Analistas señalan que la confianza mostrada por el Talibán se debe no sólo a que cuenta con refugios seguros y apoyo en Pakistán, sino también por la situación política en Afganistán.
"La gente ha pedido fe en el gobierno", sostuvo el politólogo Habibullah Rafih, miembro de la Academia de Ciencias de Afganistán. "Más armas no resolverán este problema", sostuvo, en referencia a la posibilidad de que Washington envíe más soldados a la región.
"El dinero de la reconstrucción se ha ido a los bolsillos equivocados, y las organizaciones no gubernamentales y las autoridades son vistas como corruptas, lo cual hace que algunas personas en las provincias se vuelvan a favor del Talibán", explicó.
Mientras crece la brecha entre los afganos y su gobierno, los insurgentes llenan el vacío. Más de la mitad de la provincia de Wardak, a apenas 45 minutos de Kabul en automóvil, está bajo directo control del Talibán, según el centro de estudios europeo SENLIS Council.
Los insurgentes ganan presencia en la provincia de Logar, justo al sur de la capital. La semana pasada, combatientes realizaron allí una emboscada contra un vehículo del Comité Internacional de Rescate, en el que murieron tres socorristas extranjeros y un afgano.
En la vecina provincia de Ghazni, habitantes informaron que crece la presencia talibán y que dos distritos, Newa y Ajrstán, están bajo completo control de ese movimiento islamista. "El Talibán controla los tribunales, la policía, e incluso el gobierno del distrito", señaló Fazel Wali, un maestro de la zona.
Incluso las aparentes victorias del gobierno afgano tienen allí un olor a derrota. Más de 7.000 policías inundaron las calles de Kabul el lunes, con motivo de las celebraciones del Día de la Independencia, luego de que las autoridades alertaron posibles ataques insurgentes.
Las extremadas medidas de seguridad impidieron un ataque, pero el gobierno debió cancelar las celebraciones por primera vez en años. "Los talibanes fueron capaces de detener las celebraciones sin siquiera levantar un dedo", dijo Hamid Asir, de la Unión Nacional de Periodistas.