La primera visita a la Casa Blanca del primer ministro de Pakistán, Yousuf Raza Gillani, comenzará este lunes en medio de una andanada de críticas en Estados Unidos a su desempeño en la lucha contra la organización extremista Talibán.
Pakistán, acuciado por la escalada militar de ese grupo islamista y por la peor inflación en unos 30 años, se ha vuelto una fuente de frustración y ansiedad para la dirigencia política estadounidense, que suelen atribuirle el creciente deterioro de la seguridad en el vecino Afganistán.
"Nadie duda de que algunos extremistas que operan en Afganistán proceden de Pakistán", dijo el presidente estadounidense, George W. Bush, a comienzos de mes, luego que su par afgano, Hamid Karzai, acusó a la inteligencia pakistaní de ayudar a los insurgentes.
"Eso es problemático para nosotros, para Afganistán y debería serlo para Pakistán", opinó, al tiempo que anunció una investigación sobre las afirmaciones de Karzai.
Altos funcionarios militares estadounidenses, entre ellos el jefe del Estado Mayor Conjunto, almirante Michael Mullen, y el de las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Afganistán, general David McKiernan, también muestran creciente frustración.
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Según un informe publicado por el diario londinense The Times, Mullen advirtió en privado, en una visita a Islamabad a comienzos de mes, que su país actuaría militarmente de modo unilateral si Pakistán no actuaba con más agresividad para contener el flujo de combatientes hacia Afganistán.
Los virtuales candidatos presidenciales de los dos principales partidos estadounidenses —Barack Obama, del opositor Demócrata, y John McCain, del gobernante Republicano— se hicieron eco de las quejas de Bush a medida que Afganistán se encumbra en el debate electoral.
En la víspera de una gira que este mes lo llevó a Afganistán y a países de Medio Oriente y Europa, Obama adoptó una posición aún más radical que la del gobierno de Bush y la de McCain.
Allí reiteró una controvertida amenaza que hizo por primera vez a comienzos de este año: que Washington "no tolerará un santuario terrorista" dentro de Pakistán.
"Debemos dejar claro que, si Pakistán no puede actuar o no actúa, eliminaremos objetivos terroristas de alto nivel si los tenemos a la vista", declaró.
Entre los "objetivos" implícitos en esta afirmación figuran líderes tribales pakistaníes pertenecientes a Talibán, como Baitullah Mehsud, y jefes de la red extremista Al Qaeda a los que se cree refugiados por aquella organización en las Áreas Tribales Administradas Federalmente (FATA) de Pakistán.
Tales amenazas y quejas han puesto a Gillani en una posición extremadamente difícil.
Su coalición de gobierno, que hace dos meses se vio debilitada con la partida de la Liga Musulmana de Pakistán, del ex primer ministro Nawaz Sharif (1990-1993 y 1997-1999), afronta una crisis económica cada vez mayor.
Esto se debe al encarecimiento de alimentos y combustibles y a la escasez de agua y electricidad, que originó protestas e incluso estallidos de violencia en algunas de las mayores áreas urbanas de Pakistán.
A pesar de una breve ofensiva del paramilitar Cuerpo de Fronteras y de la policía a fines del mes pasado, las fuerzas de Talibán intensificaron el asedio sobre Peshawar, capital de la Provincia de la Frontera Noroccidental, limítrofe con Afganistán y vecina de las FATA.
El creciente poder del Talibán pakistaní y de sus aliados, dentro de las FATA y más allá, acrecentó en Washington la sensación de que el gobierno de Gillani carece de una estrategia para tratar con la insurgencia.
"Talibán está avanzando de un modo muy calculado", dijo a principios de mes el analista pakistaní Pervez Hoodbhoy, en una conferencia en el Instituto de Medio Oriente (MEI) en Washington.
Hoodbhoy advirtió que la intención insurgente de reemplazar la ley secular y tribal por la shariá (ley islámica) se extendió mucho más allá de las regiones dominadas por la etnia pashtún (patana) en el país.
Aunque buena parte del sistema en Pakistán "está en una negación" del creciente poder de Talibán, el experto señaló que los últimos pasos del grupo deberían ser vistos como un "peldaño hacia el resto" del territorio nacional.
Sin embargo, aunque su gobierno se dispusiera a lanzarse contra Talibán, no está claro que Gillani pueda obtener apoyo o cooperación del ejército pakistaní.
Bajo el mando del general Ashfaz Kayani, como ocurrió con sus predecesores, la fuerza mostró poco interés en establecer una estrategia agresiva contra los insurgentes, como la que Washington considera necesaria.
Los funcionarios de Estados Unidos están cada vez más desencantados con Kayani. Al reemplazar al presidente Pervez Musharraf, en el otoño boreal pasado, alimentó esperanzas de que pudiera persuadir al ejército de que la amenaza de Talibán y Al Qaeda es peor que la de India.
Pero, hasta ahora, Kayani ha seguido los pasos de Musharraf, negociando tranquilamente ceses del fuego con los insurgentes, tal vez en un intento de ganar tiempo para acrecentar las fuerzas convencionales del ejército.
"No tiene intenciones de librar una guerra estadounidense a distancia en los territorios tribales. También sabe que Estados Unidos continuará pagándole grandes subsidios para asegurarse la salvaguarda de las líneas de suministro estadounidenses a Afganistán" y de las armas nucleares pakistaníes, sostuvo el brigadier retirado F.B. Ali.
De hecho, la voluntad de Washington de continuar pagando esos subsidios quedó en evidencia esta semana, cuando The New York Times informó que el gobierno de Bush quería usar 227 millones de dólares de un paquete de asistencia militar de 300 millones de dólares, aprobado por el Congreso legislativo este año, para ayudar al ejército pakistaní a comprar equipamiento.
Esto incluía helicópteros y aviones de reconocimiento, útiles para operativos contrainsurgentes. Las nuevas naves sustituirían a jets de combate F-16.
Aunque el Departamento de Estado (cancillería) dijo que los F-16 podrían usarse para combatir el terrorismo, algunos analistas desestimaron ese concepto.
Y sugirieron que, al aprobar semejante cambio, Washington estaba efectivamente debilitando sus esfuerzos para persuadir al ejército de que la contrainsurgencia debería ser su prioridad principal.
Se espera que Gillani solicite más asistencia económica, la cual considera crucial para vencer o contener a los insurgentes en cualquier caso. Washington proveyó a Pakistán de unos 10.000 millones de dólares en asistencia desde 2002, pero casi toda esa suma se dirigió a la ayuda militar.
Ese pedido de Gillani será recibido de modo particularmente favorable por los demócratas, entre ellos Obama, quien aprobó una propuesta pendiente en el Congreso legislativo para triplicar la asistencia no militar para Pakistán a 1.500 millones de dólares al año, buena parte de ellos dirigidos a las FATA.
El gobierno también dijo que concederá más asistencia, pero todavía no hizo una propuesta específica.
En cuanto a Talibán, Gillani pedirá, sobre todo, paciencia. Y advertirá contra cualquier acción militar unilateral por parte de Estados Unidos.
Pero muchos en Washington exigen un ataque, en especial luego del ataque de Talibán, a comienzos de este mes cerca de la frontera en Afganistán, en el que resultaron muertos nueve soldados estadounidenses.
"Bombardear empeorará las cosas. Ni siquiera piensen en eso. Por cada civil inocente asesinado ustedes crearán 100 talibanes. Eso sería una catástrofe para el resto de Pakistán", dijo Hoodbhoy al Instituto.