Los sectores más duros del gobierno de Estados Unidos perdieron otra batalla contra el ala más pragmática de la administración, enrolados en la llamada corriente «realista» en materia de política exterior.
Un alto funcionario del Departamento de Estado (cancillería) participará este sábado en Ginebra en un diálogo con representes del gobierno de Irán, en el que también intervendrán delegados de China, Francia, Gran Bretaña y Rusia, miembros permanentes, al igual que Estados Unidos, del Consejo de Seguridad de la ONU.
Se trata de un cambio importante en la política del gobierno de George W. Bush, que ahora se había comprometido a no participar en conversaciones directas con el de Irán si éste no aceptaba antes poner fin a su programa de enriquecimiento de uranio.
Esto, sumado a otras acciones y declaraciones de altos funcionarios estadounidenses, sugiere que Bush ha descartado lanzar un ataque militar contra Irán antes del fin de su mandato, el 20 de enero de 2009, aunque la cuestión del programa nuclear iraní continúe sin resolución cuando llegue el día en que deba abandonar la Casa Blanca.
La decisión de participar en las conversaciones en Ginebra "demuestran nuestra seriedad cuando decimos que queremos encontrar una salida diplomática", dijo a la prensa la portavoz de Bush, Dana Perino.
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El subsecretario de Estado (vicecanciller) para asuntos de política, William Burns, se sentará a la misma mesa que el enviado del gobierno iraní, Saeed Jalili, aunque su papel estará limitado a "escuchar", según insiste la Casa Blanca.
Analistas comparan esta victoria de los "realistas" sobre los "halcones", cuyo representante más notorio es el vicepresidente Dick Cheney, con la que obtuvieron al modificar, desde fines de 2006, la actitud frente al programa nuclear de Corea del Norte, que había detonado una bomba atómica.
Poco después de ese ensayo, la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, convenció a Bush para que dejara de lado su oposición a negociaciones directas con Corea del Norte para persuadir al presidente Kim Jong-il, de abandonar su programa nuclear.
El objetivo era revivir el llamado "diálogo entre seis", las negociaciones en las que, además de Estados Unidos y Corea del Norte, participaban China, Corea del Sur, Japón y Rusia.
Rice contó con el apoyo de estas cuatro naciones, que sostenían que no habría progreso en las conversaciones si Washington no dialogaba en forma directa con Pyongyang.
A pesar de las protestas de los "halcones", entre los que figuraba el ex embajador ante la ONU (Organización de las Naciones Unidas) John Bolton, Bush asignó al subsecretario de Estado para Asia oriental y el Pacífico, Christopher Hill, la flexibilidad de maniobra que había solicitado para reanimar esas negociaciones.
Los representantes del sector de línea dura, y especialmente Bolton, considerado portavoz de Cheney, también elevaron su protesta respecto de la política de Bush hacia Irán, sobre todo desde que Rice persuadió al presidente en mayo de 2006 de sumarse a negociaciones multilaterales si Teherán suspendía su programa de enriquecimiento de uranio.
Hasta ese momento, Bush había aceptado el planteo de los "halcones", que consideraban que ese diálogo daría legitimidad al régimen iraní y desmoralizaría a los sectores de oposición en ese país.
Como en el caso de Corea del Norte, Rice contó con el apoyo de los aliados y socios de Estados Unidos: Alemania, Francia y Gran Bretaña, además de China y Rusia, que argumentaron que era poco probable convencer a Teherán de suspender su programa nuclear si Washington no manifestaba, al menos confidencialmente, su voluntad de sumarse a las conversaciones.
Esas potencias, aunque apoyaron a Estados Unidos para lograr que el Consejo de Seguridad impusiera dos rondas de sanciones a Teherán, también espolearon con éxito a Washington para que realizara una serie de concesiones destinadas a persuadir a Irán a poner en marcha las negociaciones.
Sin embargo, cuando esto no tuvo el efecto deseado, los aliados de Estados Unidos urgieron a Bush a dejar de lado la precondición de la suspensión del programa nuclear iraní en forma que le permitiera sentarse a la mesa con Teherán para dialogar sobre su propuesta de interrumpir el enriquecimiento de uranio a cambio de que no se le impusieran nuevas sanciones internacionales.
Incluso antes de que el Departamento de Estado confirmara que Burns asistirá a las negociaciones que comienzan este sábado, Bolton y los "halcones" se quejaban de una "diplomacia fallida".
Argumentaban que si Irán continúa con un programa nuclear que, según creen, está dirigido contra Israel, esto cambiará el equilibrio de poder en Medio Oriente y el mundo "en forma catastrófica".
La propuesta de los sectores duros era que Estados Unidos lanzara un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes o no pusiera obstáculos a Israel si decidía seguir ese curso de acción.
Los duros y apocalípticos comentarios de Bolton, incluso antes del anuncio de la participación de Burns en las negociaciones, sugieren que los "halcones" en Washington están perdiendo sus esperanzas no sólo de influir sino de retomar el control de la política hacia Irán en lo que resta del mandato de Bush.
Analistas señalan que la percepción de Bolton sobre el equilibrio de poder en el gobierno de Estados Unidos no está errada.
A pesar de las invocaciones rituales acerca de que "todas las opciones" están sobre la mesa respecto de la política hacia Irán las últimas señales de Washington apuntan hacia una actitud más flexible.
Incluso, Estados Unidos podría abrir una "sección de intereses" en Teherán, es decir una forma de reanudación de contactos diplomáticos. Asimismo, la reacción de Washington frente a la prueba de lanzamiento de misiles realizada hace pocos días por Irán fue inesperadamente silenciosa.
Pero quizás lo más significativo fueron los comentarios del almirante Michael Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, acerca de que un ataque contra Irán desestabilizaría a Medio Oriente y su llamado a un "diálogo amplio" con Teherán.
Al mismo tiempo, el secretario (ministro) de Defensa, Robert Gates, quien no oculta su deseo de negociar con Irán, ordenó una reubicación de las fuerzas militares estadounidenses en la zona del golfo Pérsico (o Arábigo).
Gates dispuso que uno de las fuerzas de tareas de la Armada, compuestas por un portaaviones y sus naves escolta, abandonara esa zona para posicionarse en el mar Arábigo, a la luz del agravamiento de la situación en Afganistán.
Esto no sólo subraya la convicción de los jefes militares acerca de que ese país y las zonas de Pakistán que limitan con él se han convertido en el principal frente de la "guerra contra el terrorismo" sino que, también, parece destinado a reducir las tensiones con Irán.