CHINA: Terremoto desnuda privilegios urbanos y penuria campesina

En 1970, un fuerte terremoto sacudió la zona rural de la meridional provincia china de Yunnan. La respuesta del régimen comunista, en pleno apogeo de la «Revolución Cultural y Proletaria», no tardó en llegar desde la lejana Beijing a las víctimas de la catástrofe.

Los damnificados recibieron rápidamente decenas de miles de ejemplares del Libro Rojo de citas del líder Mao Zedong, quien gobernó China desde 1949 hasta poco antes de su muerte en 1976. Los volúmenes estaban acompañados por otros tantos miles de insignias con su imagen.

Los esfuerzos de rescate fueron complementados con otros tantos miles de cartas de solidaridad enviadas desde la capital.

Debieron pasar más de 12 años para que se conociera la verdad: el "apoyo espiritual" no sirvió para salvar de la muerte a más de 15.000 víctimas del terremoto, todas ellas campesinas.

Las últimas dos décadas de reformas económicas de mercado y de relativa apertura han cambiado el estilo de los dirigentes chinos para hacer frente a los desastres naturales, pero no han acortado la brecha que existe entre las ciudades privilegiadas y las zonas rurales pobres.
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El terremoto que sacudió en mayo pasado a la provincia de Sichuan, el más severo en más de 30 años, dejó un saldo de cerca de 90.000 muertos o desaparecidos y cinco millones de personas sin hogar.

El desastre desnudó la creciente desigualdad de riqueza entre las ciudades en rápido crecimiento y las áreas rurales, brecha que los actuales líderes habían prometido acortar.

El daño más visible en la capital provincial, Chengdu, lo sufrió el obsoleto y hace mucho tiempo abandonado edificio que fue el consulado de la disuelta Unión Soviética. En cambio, las pequeñas ciudades y aldeas fueron arrasadas.

"Aquí tenemos un dicho: al fin de cuentas, somos la capital", señaló Zhang Jianhong, un vendedor de libros en Chengdu.

Esa confianza, compartida por muchos en esa ciudad, está parcialmente basada sobre la realidad. La capital provincial se encuentra en la cuenca plana de Sichuan, cuyos estratos subterráneos son rígidos y sólidos.

El terremoto del 12 de mayo tuvo su epicentro en los límites de esa cuenca y destruyó las ciudades y aldeas alrededor de Chengdu, donde el terreno plano comienza a volverse montañoso.

Pero el sentimiento de invencibilidad de los residentes de la capital también responde a la seguridad de que, como residentes urbanos, reciben más cuidados que sus "primos" campesinos.

Desde los primeros años de la revolución comunista, que tomó el poder en China en 1949, el Estado se preocupó por atender las necesidades de los habitantes de las ciudades, frecuentemente a expensas de las vastas masas rurales del país.

En la pequeña ciudad de Bailu, a dos horas en automóvil desde Chengdu, los campesinos dicen que frecuentemente usan carbón mezclado con agua en lugar de argamasa cuando construyen sus casas. Sus ingresos representan apenas una fracción del que obtienen en promedio los residentes de la próspera capital provincial.

Sun Jie, quien vive en la ladera de una colina en Bailu, gana 59 dólares al mes recogiendo y vendiendo "huanglian", una raíz que se emplea en la medicina tradicional china para tratar inflamaciones.

"Se pagaban 11 dólares por kilo, pero ahora el precio cayó a seis y no se puede hacer mucho con eso", dijo Sun, de 28 años. "Las opciones son trabajar en las minas o vender plantas medicinales. Aquí no hay nada más. Mi madre ha vivido aquí toda su vida y no quiere dejar la tierra. Tengo que cuidarla, así que nos arreglamos como podemos."

A Bailu, un pintoresco grupo de casas ocultas en las montañas, la suerte le cambió muchas veces. Un misionero francés se enamoró de la belleza del lugar en 1908 y construyó un seminario teológico en la cima de las colinas que dominan la aldea. Los habitantes de entonces se referían a ese clásico edificio blanco y su capilla como la Notre Dame —la célebre catedral parisina— de Bailu.

Parejas recién casadas de Chengdu y aún más allá se trasladaban hasta el lugar para tomarse fotos en un ambiente romántico.

"Mis padres me dijeron que cuando los franceses vivían aquí muchos pobladores trabajaban para el seminario, cortando madera, cocinando y cuidando la tierra", dijo la madre de Sun.

"Pero esos días se han ido hace ya mucho y ahora incluso el seminario fue destruido por el terremoto. El gobierno cerró muchas de las minas de carbón, porque para ellos eran ilegales, así que muchos se están yendo", agregó.

Los habitantes de la ciudad y el campo en Sichuan tienen diferentes recuerdos de los pasados desastres. Residentes de Chengdu admiten que jamás escucharon a sus padres referirse a la hambruna que a fines de los años 50 alentó el "Gran Salto Adelante".

Se trataba de un programa gubernamental pensado para transformar la economía básicamente agraria en una sociedad comunista moderna e industrializada. El resultado fue catastrófico.

Pero en las pequeñas aldeas de la región muchos campesinos recuerdan haber escuchado de niños las historias sobre terribles privaciones durante la hambruna. "Muchos murieron. Sólo los más fuertes y más afortunados sobrevivieron", dijo Lao Wu, quien vive en la aldea de Anren.

Aunque décadas de rápido y sostenido crecimiento económico han cambiado dramáticamente, y para mejor, la vida de millones de chinos, la abrumadora mayoría de la población rural ha progresado mucho menos que los ahora prósperos habitantes de las ciudades.

Alrededor de dos tercios de los 1.300 millones de chinos aún viven fuera de los grandes centros urbanos.

El ingreso por habitante en las zonas rurales, de 600 dólares al año en 2007, representa un tercio del correspondiente a la población urbana. El año pasado, el parlamento chino aprobó una ley que permite a los habitantes de las ciudades comprar y tener derecho de propiedad sobre sus inmuebles.

Los campesinos, en cambio, deben continuar arrendando sus parcelas al Estado y están indefensos cuando los funcionarios locales se las arrebatan para aplicar programas de reurbanización.

El gobierno chino recibió aplausos por su rápida reacción ante al terremoto del 12 de mayo y su masiva movilización para proveer refugio, comida, agua y prevenir epidemias.

Pero algunos señalan que se trató de un esfuerzo para preservar la imagen de las autoridades a la luz de la disparidad de las reglas de construcción y seguridad aplicadas en ciudades y en aldeas. Los campesinos están mucho más expuestos a los desastres.

"Es siempre lo mismo. Cuando ocurre una catástrofe la gente común sufre, pero el Partido Comunista se lleva el crédito", dijo Zeng Xiaodong, empleado de la industria farmacéutica en Pengzhou.

Esta localidad, a 60 kilómetros de Chengdu, absorbió a muchas de las industrias contaminantes erradicadas de la capital provincial, siguiendo directivas de Beijing de desarrollo ambientalmente responsable en las grandes ciudades.

Pero aun cuando estas fábricas intentan contratar a su fuerza de trabajo entre los campesinos locales, el alojamiento que les ofrecen es frecuentemente de baja calidad y construido apresuradamente.

Quizás la demostración más contundente de la brecha entre las ciudades y el campo es que alrededor de 7.000 aulas escolares colapsaron a causa del terremoto, enterrando a 10.000 niños y maestros.

Afligidos padres enfatizaron que se debió a la pésima construcción de los edificios, de la que responsabilizaron a funcionarios corruptos.

Los habitantes están preocupados por el cambio en sus vidas que supondrán los planes de reconstrucción del gobierno. A la luz del tratamiento discriminatorio que era moneda común antes del desastre en su perjuicio, los campesinos de Sichuan temen ser postergados nuevamente.

Beijing destinó 10.000 millones de dólares para la reconstrucción de las zonas destruidas y el primer ministro, Wen Jiabao, prometió que más de la mitad de esa suma se dedicará a la reparación de los hogares campesinos.

Pero el abismo entre la ciudad y el campo es evidente incluso en los nuevos planes de construcción.

En la ciudad turística de Dujiangyan, declarada patrimonio de la humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), los habitantes que perdieron sus casas tienen dos opciones.

Una es un subsidio de 20.400 dólares. La otra, derechos de propiedad sobre una vivienda de 70 metros cuadrados en una nueva urbanización que estará terminada en tres años.

Pero a los campesinos de Bailu apenas les ofrecieron cinco metros cuadrados por persona si acceden a ser reubicados en casas elegidas por el gobierno.

"No queremos irnos porque nuestro hogar, más la tierra, son alrededor de 200 metros cuadrados", dijo Lu Mei, una joven madre. "Pero tenemos pocas opciones, porque la tierra es del gobierno."

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