ALIMENTACIÓN-PERÚ: Mujeres preservan biodiversidad de la papa

En los Andes sudamericanos, las mujeres se han encargado por siglos de seleccionar, conservar y administrar un abanico de semillas de papas nativas. Su imagen está asociada a la reproducción en el campo y a la seguridad alimentaria de sus pueblos.

Crédito: Milagros Salazar/IPS
Crédito: Milagros Salazar/IPS
La conservación de miles de variedades nativas de este tubérculo (Solanum tuberosum), con especiales características gastronómicas, nutricionales y de resistencia al clima, ha cobrado un valor inusitado este año. Uno de los factores de la actual crisis alimentaria es que el sustento humano actual depende de apenas un puñado de especies vegetales, advierten expertos.

Rodeada de un séquito de hombres, la peruana Natividad Pilco, 44 años, escarba la tierra con la avidez de quien busca tesoros. Y los encuentra.

"Esta papa se llama 'oke suito' (largo azulado) y es buena para sancochar. Esta otra es 'yana bole' (papa negra redondeada) que se come en sopas porque es dulce", explica Pilco.

Ella integra el grupo de 40 familias conservacionistas de papas nativas de la comunidad andina de Huama, a más de 4.000 metros sobre el nivel del mar y a dos horas de automóvil de la ciudad de Cusco, en el sur de Perú.
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En estos días de cosecha, las mujeres de Huama acompañan a sus esposos a las chacras (fincas) para ayudar en la recolección de los tubérculos y seleccionar los mejores ejemplares para alimentar a la familia.

Pilco y otras campesinas demuestran allí que saben más que los hombres sobre el uso de cada fruto que da la tierra: "Estas papas grandes son para la comida, estas medianitas son mejor para semillas, y éstas que están un poco malas y amargas, para hacer chuño (papa deshidratada)", explica, mientras su esposo, Camilo Huaraca, uno de los conservacionistas más veteranos de Huama, la escucha sonriente.

El chuño es la forma tradicional de conservar y almacenar papas por largas temporadas. Para conseguirlo, las mujeres congelan el tubérculo en el intenso frío de las alturas, y luego lo deshidratan con el pisado y la exposición al sol en los techos de sus casas.

Por esa necesidad de mantener en la cocina la preparación de platos tradicionales, su papel en el proceso de producción del tubérculo empieza en el campo.

Las mujeres se encargan de seleccionar las papas que serán utilizadas como semillas, con lo cual contribuyen a la diversidad del cultivo, las colocan en la tierra y las administran en los almacenes.

"Nosotros ayudamos en la siembra trayendo el abono, colocando las semillas, escogiéndolas y tapándolas con la tierra", explica la campesina Regina Illamarca que carga en un poncho colorido a su pequeño hijo en la espalda. En los Andes, toda la familia se involucra en los cultivos.

En algunas comunidades altoandinas del sur, como Ccaritamaya en Puno, las mujeres cumplen la función exclusiva de introducir las semillas en los surcos preparados para la siembra, explicaron los líderes de ese pueblo en una encuesta realizada por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

Desde hace siglos, la tradición vincula a las mujeres con las semillas y la reproducción de los cultivos en las chacras.

Los investigadores Mario Tapia y Ana de la Torre resaltan en el libro "La mujer campesina y las semillas andinas" que las divinidades de la cultura de esta región están relacionadas con lo femenino: no en vano pachamama significa madre tierra en quechua.

Además, las mujeres participan activamente en los rituales para garantizar las buenas cosechas. En Ccaritamaya, las campesinas provistas de inciensos, sobre todo en edad fértil, son las que se encargan de la primera siembra simbólica en un acto de pago a la pachamama.

En los grabados del cronista mestizo peruano Felipe Guamán Poma de Ayala, de la época de la conquista española, se observa a la mujer depositando la papa y los granos de maíz en la tierra en plena siembra.

Tapia y De la Torre incluso comparan el hogar, donde la mujer custodia las semillas y la producción del cultivo, con el vientre materno.

"Para el pensamiento andino, el hombre deposita la semilla y la mujer la recibe —sea en el útero materno o en el hogar—, la guarda y la cuida, es decir se responsabiliza de ella hasta que nuevamente salga fuera de su dominio, a la chacra", señalan los autores.

La FAO subraya que las mujeres "se han encargado de seleccionar incontables variedades de papas para conservar y mejorar la diversidad vegetal, lo que ha permitido cultivarlas en distintas zonas agroecológicas y afrontar las plagas, las enfermedades y los cambios climáticos".

Tapia y De la Torre señalan que incluso se han encontrado con que las mujeres más ancianas de las comunidades se encargan de realizar la propagación de la papa mediante semillas botánicas para incrementar la diversidad y de allí seleccionar nuevas variedades.

Con este propósito, en los Andes se celebran ferias de semillas entre diversas comunidades del país, en las que la mujer juega un papel vital en el intercambio de variedades.

Este sentido de subsistencia tiene una dimensión global. Como señalan Tapia y De la Torre, "la humanidad depende de los recursos biológicos del mundo para su supervivencia, y la biodiversidad ofrece la posibilidad de aumentar los suministros alimenticios".

Bajo diversas formas de preparación, la papa se ha adaptado a la tradición culinaria de casi todo el planeta. Es el cuarto alimento humano básico, después del maíz, el trigo y el arroz, con una producción anual de más de 323 millones de toneladas.

Además de su riqueza en hidratos de carbono, vitaminas y minerales, es el tubérculo con más proteínas, según la FAO.

Aunque los científicos tratan de hacer lo suyo en los laboratorios para preservarla, "el trabajo de conservación que hacen estos campesinos es mucho más importante porque mantienen la diversidad en forma viviente y dinámica", señala la genetista del no gubernamental Centro Internacional de la Papa (CIP), María Scurrah.

El CIP, con sede en Lima, guarda en su banco de germoplasma —semillas, cultivo de tejidos o colecciones de plantas— unas 4.500 variedades de la región andina, y más de la mitad de ellas son de origen peruano.

"Nuestras mujeres son importantes en la chacra, la cosecha, en la selección de semillas, en el negocio. Si yo vengo a trabajar la tierra, todo lo tengo que coordinar con mi mujer", subraya el presidente de los conservacionistas de Huama, Rafael Pilco.

El talento de comerciantes de las campesinas es reconocido por toda la comunidad. En Huama, ellas se han encargado de vender en los últimos tres años 20.000 kilogramos de papas nativas a dos de los mejores hoteles del Cusco.

Aunque debido a un convenio firmado con esas empresas hoteleras cada kilogramo del tubérculo se vende a apenas medio dólar, ellas aseguran que siempre tratan de sacar el mejor precio.

"Los hombres no saben vender pues, por cualquier cosa entregan la papa", increpa Illamarca mirando a su esposo, Narciso Tilca.

La relación de la mujer andina con este alimento también está asociada al estatus social. Cuanto más sabe una campesina de la riqueza culinaria, diversidad y conservación del tubérculo, mejor es considerada.

Por eso resulta común que las suegras pongan a prueban las dotes de cocineras de sus nueras con el pelado de algunas papas de formas caprichosas.

Tapia subraya que las campesinas necesitan apoyo y sobre todo información sobre la necesidad de ofrecer una alimentación variada y nutritiva a su familia, para que el conocimiento ancestral que se mantiene por generaciones también se capitalice con la orientación de estos tiempos.

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