IRAQ: Bush toma distancia de la ofensiva en Basora

Cuando quedó en claro que la ofensiva contra milicias chiitas en la ciudad de Basora afrontaba serios problemas, el gobierno de Estados Unidos comenzó a decir en privado que había sido lanzada por el de Iraq sin consultar a la Casa Blanca.

Los esfuerzos para negar la responsabilidad del gobierno de George W. Bush indican que la operación se ha vuelto una fuente de problemas, en vísperas del informe que el general David Petraeus, máximo comandante militar estadounidense en Iraq, y el embajador en ese país, Ryan Crocker, deben dar ante el Congreso legislativo en Washington.

Washington evaluó erróneamente la capacidad para coordinar una operación militar del Ejército Mahdi, la milicia liderada por el clérigo chiita Moqtada al-Sadr.

Ahora parece claro que su inactividad se debía a que se encontraba en un proceso de reorganización y entrenamiento, y no a que Al-Sadr hubiera abandonado la opción armada o perdido el control sobre los insurgentes.

El gobierno de Bush comenzó a tomar distancia de la ofensiva en Basora el 27 de marzo, cuando un funcionario, que pidió reserva de su identidad, declaró a The Washington Post que el primer ministro iraquí Nouri Al-Maliki "decidió lanzar el ataque sin consultar a sus aliados estadounidenses".
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Otra fuente señaló: "No podemos descifrar exactamente qué está pasando", si bien existían muchas "teorías conspirativas" para tratar de explicar las razones por las cuales Al-Maliki actuó de esa forma.

El diario The New York Times señaló el domingo que "pocos observadores en Iraq parecen creer que Al-Maliki intentó un golpe tan audaz" y agregó que "muchos dicen que este político notoriamente cauteloso se vio envuelto en una ofensiva de grandes proporciones".

Estas sugerencias acerca de un eventual error de cálculo del primer ministro israelí son evidentemente falsas. Iraq no puede planear acciones militares sin el apoyo del comando estadounidense.

El 25 de marzo, cuando la operación en Basora apenas comenzaba, el coronel Bill Buckner, portavoz de las fuerzas de ocupación, dijo que éstas proveían inteligencia, vigilancia y apoyo aéreo a las tropas iraquíes.

Un asesor estadounidense de las fuerzas de seguridad iraquíes, involucrado en la operación, dijo a The Washington Post que esperaba que las acciones tomaran entre una semana y 10 días.

La ofensiva incluyó acciones de combate conjuntas de tropas de Estados Unidos e Iraq. Aunque en principio esto fue negado, el 30 de marzo el comando estadounidense admitió que hubo una operación conjunta en la que 22 personas, a las que calificó como insurgentes, perdieron la vida.

Algunos observadores pusieron en duda que el gobierno de Bush decidiera que Al-Maliki lanzara una campaña tan riesgosa contra las bien atrincheradas milicias en Basora antes del testimonio de Petraeus y Crocker ante los legisladores.

Pero esta presunción se basa en que el vicepresidente Dick Cheney y los máximos jefes militares tomaban en cuenta el riesgo potencial de intentar eliminar o debilitar al Ejército Mahdi en Basora.

De hecho, tanto el gobierno de Bush como los militares iraquíes fueron claramente tomados por sorpresa cuando los insurgentes atacaron el 25 de marzo, iniciando una batalla por el control de la ciudad.

Durante meses, animado por el cese unilateral del fuego declarado por Al-Sadr en agosto, Washington estuvo probando si los insurgentes responderían a actos de represión en pequeña escala.

Hubo constantes operaciones en las que al menos 2.000 miembros del Ejército Mahdi fueron arrestados, según una fuente chiita.

La resistencia a esas acciones fue mínima. Según funcionarios del gobierno de Bush, este hecho se debió a la aparente voluntad de Al-Sadr de limitar la influencia de Irán o al debilitamiento del Ejército Mahdi como fuerza de combate.

El 24 de julio, Crocker responsabilizó a Teherán por las operaciones de los insurgentes. Tras el cese del fuego declarado por Al.Sadr en agosto, funcionarios iraquíes señalaron que Irán convenció al clérigo de suspender los combates, al parecer por su deseo de estabilizar al gobierno iraquí, en el que los chiitas con mayoría.

David Satterfield, asesor de la secretaria de Estado (canciller) estadounidense, Condoleezza Rice, también atribuyó la reducción de los ataques a una decisión del gobierno iraní.

Los militares estadounidenses no estaban seguros sobre las razones por las que el Ejército Mahdi no respondía, pero tenían la esperanza de que el número de acciones armadas se mantendría bajo y que esto se debía a que Teherán "había escuchado" las advertencias de Washington.

En tanto, Petraeus se convenció de que la capacidad del Ejército Mahdi para resistir había sido socavada por las acciones militares de Estados Unidos y su desorganización interna.

El 22 de febrero Al-Sadr anunció que extendía el cese del fuego. Esto, al parecer, convenció a Petraeus y al gobierno de Bush de que podían lanzar una operación contra el Ejército Mahdi en Basora sin grandes riesgos de enfrentarse con una respuesta militar.

Esta presunción ignoró las evidencias de que Al-Sadr evitaba combates de importancia porque estaba reorganizando y convirtiendo a su milicia en una fuerza más efectiva con la ayuda del régimen de Teherán.

Insurgentes del Ejército Mahdi, incluidos jefes de alto rango, fueron enviados a Irán para recibir entrenamiento. No eran elementos "renegados": contaban con el total apoyo de Al-Sadr.

Un miembro veterano, entrenado por los iraníes, dijo al diario británico The Independent en abril de 2007 que la asistencia militar de Teherán era "parte de una nueva estrategia. Sabemos que nos enfrentamos con un enemigo poderoso y debemos aprender los métodos y técnicas adecuadas".

La semana pasada, un comandante del Ejército Mahdi declaró a una agencia de noticias canadiense que "ahora estamos mejor organizados, tenemos mejores armas, centros de comando y fácil acceso al apoyo logístico y financiero", presumiblemente proveniente de Teherán.

La capacidad del Ejército Mahdi para complicar la ofensiva de Basora sugiere que la resistencia chiita a la ocupación está en sus comienzos y plantea un gran desafío al discurso triunfalista de Bush sobre el desarrollo de la guerra en Iraq.

* Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. "Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam", su último libro, fue publicado en junio de 2005 y reeditado en 2006.

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