A medida que se extiende en China la explosión de descontento entre las minorías, el problema constituye una seria amenaza para los líderes comunistas, mucho más grave que las penurias en materia de relaciones públicas en vísperas de los Juegos Olímpicos de Beijing, según analistas locales.
El gobierno reconoció que en los últimos días suprimió una protesta de la importante minoría uighur, de habla turca y predominantemente musulmana, que vive en la noroccidental provincia de Xinjiang.
Los disturbios ocurrieron el 23 de marzo, en coincidencia con una gran operación militar para reprimir disturbios protagonizados por los habitantes tibetanos de las provincias que limitan con Xinjiang al este y al sur.
"Un pequeño número de elementos trataron de incitar al separatismo, crear disturbios en el mercado e incluso incitar a las masas a la rebelión con el engaño", señaló una declaración del gobierno regional de Hotan. Se dice que más de 100.000 personas estaban en el atiborrado mercado cuando se produjo el intento de sublevación.
Hotan, ubicada en el borde austral del desierto de Taklamakan, es una ciudad donde los uighurs se han alzado frecuentemente en protesta, con especial virulencia en 1954, a fines de los años 60 y en 2001.
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Muchas de sus quejas son un espejo de las planteadas por los habitantes de Tíbet, región himalaya ocupada militarmente por China en los años 50, quienes protagonizaron a mediados de marzo una serie de demostraciones en la capital, Lhasa, y otras partes del territorio. Se estima que la represión china dejó alrededor de 140 muertos.
Tanto los tibetanos como los uighurs afirman que la autonomía de la que supuestamente gozan es apenas simbólica, ya que todas las decisiones políticas importantes son tomadas por el Partido Comunista Chino y todos los puestos de conducción importantes en su estructura regional están en manos de dirigentes de origen chino.
Aunque los uighurs representaban 90 por ciento de la población de la región en 1949, cuando los comunistas tomaron el poder, ahora constituyen menos de la mitad.
La zona es rica en recursos, particularmente petróleo, lo que la ha convertido en el centro de la campaña de Beijing para desarrollar sus atrasadas provincias occidentales. El gobierno ha tratado de apaciguar Xinjiang con su clásica receta que combina el crecimiento económico con un férreo control político.
Pero el constante flujo de migrantes de otras partes de China, sumado a las tácticas de mano dura de Beijing para controlar las prácticas religiosas, han fomentado el resentimiento de los uighurs.
Los líderes comunistas chinos han argumentado durante mucho tiempo que la región es un "nido" de separatistas que reclaman la independencia y un blanco de actividades terroristas por parte de grupos islamistas radicalizados.
Luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y en Washington, Beijing presentó su lucha contra los separatistas de la etnia uighur como parte de la "guerra contra el terrorismo". El gobierno argumentó que varios centenares de uighurs han recibido entrenamiento por parte de la milicia islamista Talibán en Afganistán.
El jefe del Partido Comunista de Xinjiang, Wang Lequan, utilizó una entrevista televisiva, el 10 de marzo, para enviar una dura amenaza a quienes intenten utilizar las tensiones étnicas con el fin de "sabotear" los Juegos Olímpicos que comenzarán el 8 de agosto en Beijing.
"Sin importar la nacionalidad, sin tener en cuenta de quién se trate, los agitadores, separatistas y terroristas serán aplastados. No existe la menor duda acerca de esto", afirmó.
Las noticias sobre la represión de las protestas en Xinjiang se conocieron cuando la antorcha olímpica llegaba a Turquía en su recorrido.
En una inusual alianza, grupos de derechos humanos uighurs, con sede fuera de China, se unieron en sus protestas contra Beijing. Manifestantes que entonaban consignas antichinas se hicieron notar en la ceremonia de recepción de la llama olímpica en Ankara. Al menos seis activistas fueron arrestados por la policía turca.
"La intención de los saboteadores es muy clara. Alterar el recorrido de la antorcha olímpica, que pertenece a los pueblos de todo el mundo, es una flagrante provocación al espíritu olímpico y un descarado desafío a los pueblos del mundo", argumentó este jueves la portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Jiang Yu.
Analistas independientes creen que el desafío para las autoridades de Beijing no se limita a responder a las críticas a su historial en materia de derechos humanos, a los que describen como un intento de enlodar la imagen internacional de China en vísperas de los Juegos Olímpicos.
Lo que está en juego, advierten, es el control del gobierno central sobre las rebeldes regiones occidentales del país.
"Las protestas que ahora vemos son el resultado de la negativa del Partido Comunista a reconocer la falacia de sus campañas antiseparatistas", dijo Wang Lixiong, escritor y académico radicado en Beijing que ha viajado extensamente por Xinjiang y Tíbet.
"Hubo protestas en el pasado y habrá más en el futuro si el gobierno no asume la realidad y modifica su enfoque", agregó.
Otro analista, que pidió no revelar su identidad, dijo a IPS que no se había registrado un movimiento tan fuerte hacia la autodeterminación desde fines de los años 80.
En ese momento, dirigentes de orientación liberal como Hu Yaobang (secretario general del Partido Comunista Chino desde 1980 hasta 1987) y Zhao Ziyang (quien desempeñó el mismo cargo entre 1987 y 1989, cuando cayó víctima de una purga política), promovieron la democratización y un enfoque más amigable hacia las minorías étnicas.
Aunque la mayoría de los chinos disfrutan un nivel de libertad personal sin precedentes desde que los comunistas tomaron el poder hace 59 años, el partido es impiadoso con quienes se atreven a desafiar su férreo control político.
Beijing ha rechazado los pedidos de organismos internacionales de derechos humanos para que otorgue una real autonomía a las minorías étnicas.
"Xinjiang practica una política de autonomía étnica regional. Las minorías étnicas no sólo disfrutan de los mismos derechos que la mayoría han, sino también algunos derechos especiales según la ley", dijo Jiang Yu.
En vistas del aumento de las protestas, las autoridades chinas elevaron el tono belicoso de su retórica, denunciando a los manifestantes como traidores.
"Aquellos que no aman a la madre patria, no están calificados para ser considerados seres humanos", dijo el jefe del Partido Comunista en Tíbet.
Los responsables de las agencias de seguridad interna chinas acusaron al Dalai Lama, líder espiritual de Tíbet y premio Nobel de la Paz 1989, y a sus seguidores, de adoptar métodos "terroristas" y planificar "ataques suicidas", según el portavoz del Ministerio de Seguridad Pública, Wu Heping.