Unos 15 años después del inicio del sitio contra la capital de Bosnia-Herzegovina, la ciudad recuperó parte de su antigua prosperidad, aunque las heridas y los recuerdos de la guerra todavía impregnan el aire.
Los automóviles nuevos congestionan las calles de Sarajevo. Una población joven y animada camina por las riberas del río Miljacka. Los comercios exhiben sus costosas mercaderías de afamadas marcas.
Por toda la ciudad pueden verse los esqueletos de edificios en construcción. La Torre Avaz Twist, que ya exhibe su fachada de cristal, está por quedar terminada. Con 142 metros, será la más alta de los Balcanes.
Pero los resabios del trágico pasado son evidentes entre estos símbolos del progreso. Muchos edificios todavía están cubiertos de marcas de balas disparadas por francotiradores y de morteros.
A menudo se ven manchas rojas en el asfalto. Son las llamadas "rosas de Sarajevo", que señalan los lugares donde ocurrieron explosiones que causaron muertos y heridos.
El sitio de la ciudad se convirtió en un símbolo de la guerra étnica de Bosnia-Herzegovina, uno de los hitos de la disolución de la antigua Yugoslavia. Incluso hoy, el país está tajantemente dividido entre serbios, croatas y bosnios.
Sarajevo fue sitiada entre abril de 1991 y octubre de 1995 por combatientes serbo-bosnios, en lo que ha sido el asedio militar más extenso de la historia moderna. Más de 10.000 personas fallecieron, la mayoría asesinadas por francotiradores y ataques de morteros.
La guerra tuvo un enorme impacto en la demografía de Sarajevo. La ciudad era llamada "la Jerusalén de Europa" por su multiculturalidad, pero eso cambió.
El censo de 1991 mostró una población de 527.049 habitantes, con hasta 45 por ciento de bosnios musulmanes, 38 por ciento de serbios ortodoxos y siete por ciento de croatas católicos. En 1997, los musulmanes bosnios eran 87 por ciento de la población, y los serbios apenas cinco por ciento.
Muchos bosnios fueron forzados a huir durante la guerra. La mayoría de los serbios se fueron luego del conflicto para no volver, pues la separación étnica y la violencia volvieron imposible la vida en comunidad.
La hemorragia continuó luego de la guerra, cuando las precarias condiciones de vida obligaron a muchos a emigrar hacia Occidente. En 2006, la población se calculaba en 418.000 personas, aproximadamente 21 por ciento menos que antes del sitio.
Aun hoy se forman largas filas frente a las embajadas de Alemania y Austria, destinos preferidos para los refugiados y emigrantes bosnios.
Pero la emigración es apenas uno de los efectos de posguerra.
"Muchos sufrieron amputaciones y otras heridas serias luego de la guerra, y necesitan tratamiento de por vida", dijo a IPS la médica Amira Karkin-Tais, quien lidera Hope 87, un programa especial de rehabilitación médica y psicológica de las víctimas de minas en Sarajevo.
"En total tratamos a 1.250 pacientes, pero conseguir financiamiento se vuelve cada vez más difícil. Si no atraemos nuevas donaciones tendremos que detener nuestras tareas dentro de dos años. Eso dejará una brecha grande, dado que estas personas realmente sufren", agregó.
Bosnia-Herzegovina es el país europeo con más minas antipersonal activas. Desde el fin de la guerra murieron 475 personas a causa de ellas, en un total de 1.611 víctimas. Desde enero de este año, las minas mataron dos personas e hirieron a tres.
Los niños cuyos padres murieron durante la guerra se encuentran en una situación particularmente difícil. Sarajevo tiene 5.400 niños que en el conflicto perdieron a un progenitor y 400 que perdieron a los dos. La mayoría vive con familiares que se ocupan de ellos. La asistencia que brinda el Estado es insuficiente.
Con un desempleo superior a 40 por ciento, muchos sobreviven con muy poco.
Pero, a pesar de la persistencia de problemas relacionados con la guerra y de la incertidumbre política causada por las divisiones étnicas, los avances en la reconstrucción dan motivos al optimismo.
"Esto no significa que los jóvenes deseen ciegamente adaptarse a los estándares de vida occidentales", dijo la maestra francesa Nazim Fuggeres, que vive y trabaja en Sarajevo.
"Muchos de ellos comprenden que su estilo de vida es más valioso que las experiencias de adicción al trabajo de la mayoría de los europeos. Lo que ellos anhelan es la libertad de movimiento que ni siquiera sus padres en la era de Yugoslavia pudieron disfrutar", agregó.