Las existencias mundiales de granos atraviesan bajas sin precedentes. Los precios agrícolas andan por las nubes. Esta situación renueva la búsqueda de mejores métodos de cultivo para satisfacer la demanda alimentaria.
Durante mucho tiempo, Estados Unidos y Europa practicaron una agricultura industrial, con un incesante aumento de la producción. Pero esos mecanismos son cuestionados cada vez más, por la tendencia monopólica de las empresas del sector y problemas de sustentabilidad.
Para aumentar la producción de manera sustentable, los expertos en agricultura buscan modelos alternativos, o al menos variaciones significativas a las prácticas industriales predominantes.
Un estudio de tres años sobre la agricultura mundial, elaborado por representantes de 110 países e instituciones clave, concluye que América del Norte está cada vez más dominada por una estructura agrícola vertical.
Según la Evaluación Internacional del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD), publicada a mediados de este mes, "los grandes actores tienen una influencia predominante sobre la producción, el procesamiento y la comercialización de alimentos".
Las prácticas industriales y monopólicas han desvinculado a los cultivadores de los consumidores, y garantizan que quienes se queden con la mayor parte de las ganancias sean las grandes empresas y no los agricultores.
El precio de la canasta de alimentos promedio aumentó dos por ciento en términos reales en los últimos 20 años, mientras el ingreso de los agricultores se redujo 40 por ciento, según el experto Raj Patel.
La Unión Nacional de Agricultores de Estados Unidos calculó que por cada dólar gastado por los consumidores de este país en alimentos, apenas 20 centavos van realmente a los cultivadores o hacendados.
El resto termina en las empresas a cargo de "marketing, procesamiento, venta mayorista, distribución y venta minorista".
Esta concentración cada vez mayor significa que cada vez menos agronegocios influyen sobre la cadena de suministro de alimentos.
Quienes critican esta situación visualizan el esquema predominante como un reloj de arena: una gran cantidad de productores deben canalizar sus mercaderías a través de un puñado de grandes corporaciones antes de abrirse camino hacia los consumidores.
Una investigación realizada por la socióloga rural Mary Hendrickson, de la Universidad de Missouri, demuestra que la influencia de los agronegocios en Estados Unidos aumentó de modo significativo.
Las cuatro mayores procesadoras de soja concentran ahora 80 por ciento del mercado, mientras que en 1977 representaban 54 por ciento. Las cuatro principales procesadoras de harina de trigo pasaron de poseer 42 por ciento del mercado en 1982 a alrededor de 60 por ciento hoy.
Pero la concentración existe en ambos extremos del negocio agrícola estadounidense. Los dos principales proveedores de semillas abarcan 58 por ciento del mercado, y casi la mitad de los alimentos se venden en apenas cinco vendedores minoristas: Wal-Mart, Kroger, Albertson's, Safeway y Ahold.
Los críticos señalan que esta tendencia al monopolio tiene un impacto perverso en la competencia y, como consecuencia, en los precios al consumidor.
"Cualquier materia prima donde cuatro industrias o menos ejercen alrededor de 60 por ciento del control corre riesgo de caer en un cártel de precios", escribieron Denis Keeney y Loni Kemp, del Instituto para la Agricultura y las Políticas Comerciales, en una evaluación sobre la agricultura estadounidense.
"Los cultivadores no tienen control sobre los precios del mercado, y los consumidores, con el tiempo, pagarán precios más elevados", agregaron.
Los pequeños productores agropecuarios fueron particularmente afectados por la configuración de reloj de arena de la agricultura estadounidense.
Dependen forzosamente de un puñado de grandes compradores y de unas pocas grandes corporaciones que les venden semillas y fertilizantes, y tienen poca capacidad de influir en el precio de sus productos.
A causa de las restricciones a los derechos de propiedad intelectual sobre las semillas, además, a menudo deben comprar semillas todos los años. Es decir que, aunque los agricultores superan en número a los compradores y proveedores de insumos, tienen mucha menos influencia.
Y aunque una cantidad significativa de subsidios del gobierno están dirigidos a la agricultura, una ínfima fracción de esos fondos llegan a los pequeños productores agropecuarios.
Además del efecto distorsionante del comportamiento monopólico, la agricultura a escala industrial también está bajo ataque por razones de sustentabilidad.
"Hemos visto impactos ecológicos adversos sobre la calidad de aguas y suelos y sobre la biodiversidad", dijo Hendrickson a IPS.
"El uso de insumos sintéticos (fertilizantes, pesticidas, etcétera) potenció la productividad de un modo fabuloso, pero tuvo algunos impactos serios", agregó.
Keeney y Kemp coincidieron, alegando en su informe que "uno no puede ver cómo esta estructura puede postergarse en el próximo siglo por depender tan fuertemente de los combustibles fósiles, los subsidios al contribuyente y las externalidades ambientales".
La agricultura industrial ya ha derivado en "contaminación de las aguas (superficiales y) subterráneas, zonas de hipoxia (deficiencia de oxígeno), incremento de inundaciones, agotamiento de las aguas subterráneas, contaminación aérea, olores excesivos, cambio climático, pérdida de hábitat natural, degradación de ecosistemas naturales, pérdida de polinizadores, pérdida de calidad del suelo y erosión del suelo".
Quienes proponen una agricultura a gran escala alegan que, de todos modos, todavía es el modo más eficiente de producir grandes cantidades de alimentos. Señalan que se adapta mejor a la apertura de nuevas áreas de cultivo, aumentando así la productividad.
El razonamiento tiene su origen en las economías de gran escala. Las firmas más grandes pueden consolidar sus funciones y así reducir costos.
Por ejemplo, mientras cada pequeño establecimiento agrícola puede requerir su propio tractor, una firma agrícola industrial con múltiples establecimientos podría compartirlo.
Sin embargo, estos alegatos de mayor eficiencia quedaron bajo cuestionamiento especialmente al considerar los costos externos asociados con este método: contaminación, agotamiento del suelo, etcétera.
Críticos como Gary Howe, del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola, señalan que la agricultura industrial no puede considerarse más eficiente que la de pequeña escala, dada su fuerte dependencia de los subsidios.
Howe también destacó la gran productividad generada a partir de la agricultura a pequeña escala en las "revoluciones verdes" de Asia.
Una clave importante para el futuro de la agricultura es cambiar la medida del éxito, argumentó Hendrickson. Ésta debería apartarse de consideraciones como cuánto se cultiva por superficie a algo más parecido a la cantidad de nutrientes producidos en la misma área.
La evaluación latinoamericana de la IAASTD "mostró que las estrategias agroecológicas pueden ser tan —o más— productivas como la actual agricultura intensiva a gran escala, que depende de los insumos externos", destacó Hendrickson.
"Probablemente ellos sean un mejor modelo para impulsar la producción alimentaria, exactamente en las áreas que la necesitan", concluyó.
Esos métodos "emplean conocimiento local/tradicional y hallazgos de la ciencia formalizada, (y) que están adaptados a su particular nicho social y ecológico".
Mientras el mundo afronta una situación agrícola desesperada, los expertos esperan que se pueda estimular la producción, reducir los precios y mejorar la sustentabilidad al mismo tiempo.
Aunque hay varias opciones disponibles, muchos coinciden en que se debe comenzar dando a los agricultores una mayor influencia dentro de la cadena alimentaria, y rompiendo la influencia monopólica e insustentable de los grandes agronegocios.