PENA DE MUERTE-PAKISTÁN: Treinta y cinco años en el limbo penal

«Me convertí en ministro sólo para él», dijo a IPS el flamante secretario de Derechos Humanos de Pakistán, Ansar Burney, en referencia a un condenado a la horca que pasó los últimos 35 años perdido en diferentes pabellones de la muerte.

Burney reclamó buscar al septuagenario ciudadano indio Kashimir Singh, que llevaba 35 años languideciendo en un pabellón de condenados a muerte de este país de Asia meridional.

Singh obtuvo el perdón presidencial a fines de febrero. En los próximos días regresará a su hogar en Hoshirapur, India. Allí se reunirá con su esposa, con la que se casó a los 16 años, y tuvo dos hijos y una hija. El anciano está deseoso de recuperar la vida que perdió hace tres décadas.

Singh fue condenado a muerte por la Ley de Secreto Oficial en la nororiental ciudad de Lahore en 1973. Había sido agente de policía en Amritsar, India, pero perdió su trabajo por cuestiones disciplinarias.

Singh y un amigo se dedicaron al contrabando entre Pakistán e India antes de ser detenidos en este país. Era una época de tensiones entre ambos países, tras las hostilidades de 1971, lo que llevó a cientos de militares y civiles a la cárcel.
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Su amigo fue condenado a 10 años de prisión. Pero Singh fue sentenciado a la pena capital, tras ser encontrado culpable de espionaje.

La ejecución en la horca estaba prevista para 1978, tras el rechazo de su pedido de clemencia por el entonces presidente Fazal Ilahi Chaudhry (1973-1978). Pero en la víspera, le informaron que, por alguna razón inexplicable, el procedimiento había sido postergado.

En la década siguiente, Singh se desvaneció en el vasto sistema carcelario pakistaní al ser transferido de una prisión a otra, a la espera de ser llevado a la horca. Así transcurrieron muchos años.

Hace dos meses fue trasladado a la prisión de Kot Lakhpat, en Lahore, donde fue descubierto por Burney, su primer visitante.

Hace siete años, Burney, un destacado abogado especializado en derechos humanos, participaba en un programa de radio cuando recibió una llamada de Londres pediéndole ayuda para localizar a Singh.

"Traté de encontrarlo entonces, pero no lo logré. Ahora sé por qué", relató Burney, que desde hace 25 años dirige el Fondo de Bienestar Ansar Burney (ABWT, por sus siglas en inglés).

Tras convertirse al Islam, Singh era conocido en prisión como Ibrahim. "No sé si la conversión fue forzada o por voluntad propia. Pero debido al nuevo nombre se hizo difícil localizar su documentación original", explicó.

Tras ser designado ministro de Derechos Humanos por el gobierno interino en noviembre de 2007, Burney comenzó a investigar la situación de unos 40 pakistaníes detenidos, al igual que la desaparición de Singh.

La búsqueda terminó en Kot Lakhpat el 11 de febrero.

"Llámalo providencia, pero encontré a Singh, al igual que a otros presos en una celda del pabellón de la muerte y me fui. Pero algo me dijo que debía volver y hablar un poco más con él y lo hice. Doy gracias por ello", comentó eufórico Burney.

El ministro quedó horrorizado por lo que halló tras las rejas. "Es el infierno en la tierra", exclamó en alusión a las condiciones que soportan los presos del pabellón de los condenados a muerte, física y mentalmente enfermos.

"No sólo han cumplido prisión de por vida. Encontré un par de reclusos centenarios. Vi hombres a los que les habían amputado las piernas a causa de la gangrena. Otros tenían tuberculosis y muchos padecían varios problemas psíquicos", relató.

Las celdas, previstas para tres personas, tenían "16 presos hacinados como animales", indicó el ministro. Dormían por turnos y sólo podían salir 30 minutos al día "para fortalecer sus piernas antes de volver a su celda".

"Orinan y defecan en el mismo lugar. Está todo mugriento y apestoso", añadió.

Burney encontró una veintena de condenados a muerte que desde hace entre 10 y 30 años esperan una respuesta a su pedido de clemencia.

"Puedo afirmar que 60 por ciento de los presos del pabellón de la muerte son inocentes", aseguró.

Algunos le dijeron que no conocían a la persona que estaban acusados de asesinar o no estaban en la ciudad cuando el delito fue cometido. Algunos relataron que fueron acusados falsamente de "hostilidad".

"El sistema es imperfecto y muchos inocentes, en general pobres, están presos", señaló el ministro.

La independiente Comisión de Derechos Humanos de Pakistán expresó su preocupación al respecto el año pasado en su informe "Lenta marcha a la horca". Hay graves defectos en el sistema de justicia, policial y penal, dijo la entidad y pidió una moratoria inmediata sobre las ejecuciones.

Casi un tercio de los 24.000 condenados a muerte del mundo (más de 7.400) están en Pakistán. Algunos de ellos están presos desde hace décadas. La cantidad de ejecuciones en 2006 se triplicó respecto del año anterior, de 31 a 82.

También preocupa a las organizaciones de derechos humanos el aumento continuo de delitos pasibles de ser castigados con la pena máxima.

Cuando Pakistán se independizó del imperio británico en 1947, sólo el asesinato y la traición se castigaban con la muerte. Hoy son 27 los delitos capitales, incluida la blasfemia, desvestir a una mujer en público y atentar contra el sistema ferroviario.

Muchos de esos delitos se agregaron durante la dictadura del general Zia-ul-Haq, de 1977 a 1988.

Funcionarios pakistaníes preparan la documentación para liberar a Singh.

"Es un gran honor para mí ayudar a un hombre que sufrió un castigo tan duro", señaló Burney, quien tiene previsto acompañar a Singh a India y entregarlo a su familia en persona.

"La ABWT le abrirá una cuenta bancaria y lo ayudará hasta que pueda arreglárselas solo", apuntó.

Antes de regresar, Singh quiso contar con unos pantalones y una camiseta, en vez del shalwar kameez, pantalón y túnica pakistaní, que usó en prisión. "Vamos a consentirle todos sus deseos", señaló el ministro.

El perdón otorgado a Singh da esperanzas a la familia de Sarabjit Singh, otro ciudadano indio condenado a muerte de Pakistán por espionaje.

Sarabjit fue detenido por el ejército pakistaní el 25 de agosto de 1990 y fue hallado culpable de planifcar atentados en Lahore y Multan en 1989. Su familia siempre sostuvo su inocencia alegando que se encontraba lejos de la frontera, completamente borracho.

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