La producción cinematográfica en Cuba no ha escapado al abrumador predominio de la cultura machista en la sociedad. Penetrar en esta industria, un coto casi exclusivo para hombres aún, es prácticamente una quimera para las cineastas.
En cinco decenios de historia del estatal Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), sólo un largometraje de ficción ha sido dirigido íntegramente por una mujer: "De cierta manera", de Sara Gómez (1943-1974), cuya obra, considerada transgresora, apenas se conoce fuera de los círculos académicos y de la crítica especializada.
En estos días, la realizadora Rebeca Chávez concluye la edición de "Rojo vivo", filme inspirado en la lucha armada contra la tiranía de Fulgencio Batista (1952-1958) en la ciudad de Santiago de Cuba, más de 850 kilómetros al oriente de la capital cubana.
Danae Diéguez, profesora de la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte (ISA) de la isla, ha dedicado especial atención al estudio de la presencia femenina en la cinematografía local, donde "la voluntad política no ha bastado para eliminar el machismo y la cultura patriarcal".
Diéguez, que está preparando su tesis de doctorado bajo el título "Mujeres detrás del lente. El audiovisual cubano dirigido por mujeres", considera que se trata de un fenómeno cultural y económico, según dijo a IPS en una entrevista realizada a través de correo electrónico.
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IPS: — ¿A qué atribuye la invisibilidad que, como señala en su ensayo "De la mirada femenina sobre la violencia", padecen muchas realizadoras cubanas?
DANAE DIÉGUEZ: — El primer punto es que realmente son pocas las realizadoras, con respecto a los directores. La cuestión estadística dice algo, pero no es lo más importante. Puede existir igual número de mujeres y que ellas reproduzcan patrones patriarcales.
La clave en la realización estaría en las posibilidades de acceder a ella en condiciones de equidad para, desde esa igualdad de oportunidades, elaborar el proyecto, presentarlo y concretarlo.
Lo otro es que el cine históricamente ha sido un mundo masculino. Las mujeres se ocupaban de otras cosas: vestuario, maquillaje y, en los mejores casos, edición, pero escasísimamente de la dirección.
A ello hay que sumarle que el cine es arte, pero también es industria. Yo me siento a escribir una novela en la soledad de mi casa y la escribo, pero el cine hace más complejo el proceso de creación por toda su infraestructura. Estamos hablando entonces de un fenómeno cultural, evidente, y otro de carácter económico.
Cuando se unen ambos elementos, sucede lo que tal vez haya hecho decir a la directora cubana Mayra Vilasís que era "más fácil ser pilota de aviación que directora de cine".
Dentro del Icaic, exceptuando a Sara Gómez, ninguna mujer ha podido realizar un largometraje de ficción. Hubo que esperar a "Mujer transparente", en 1991, para encontrar las historias de ficción de tres directoras (que trabajaron en equipo con dos hombres). Por lo tanto, todas realizaron documentales, cuya recepción, sabemos, es diferente, minoritaria, por decirlo de alguna manera.
Otras directoras han surgido fuera de la gran industria. Aunque algunas han tenido un camino de crecimiento y tienen una trayectoria muy intensa, se han mantenido fuera del centro que legitima la realización cinematográfica en la isla.
No voy a mencionar nombres para no ser injusta si olvido a alguna pero, por ejemplo, Teresa Ordoqui dirigió en 1989 en los Estudios Fílmicos de la Televisión un largometraje de ficción en 16 milímetros, "Te llamarás Inocencia", película con una propuesta visual muy interesante y de la que apenas se habla, para no decir que no se menciona.
Hay otra razón importante y es la emigración al vídeo, como soporte que "democratiza" la realización. Esto fue clave para las mujeres que encontraban en el celuloide un impedimento para poder expresarse.
— ¿Cree que en el cine cubano existe una mirada femenina, asumida particularmente desde la conciencia de género?
— No lo creo. Existen momentos muy puntuales en los que se podría hablar de una mirada femenina, tanto en largometrajes como en documentales, pero no se puede hablar de ello como algo que identifique una línea estilística. Y estoy hablando de todo el cine cubano, tanto hecho por hombres como por mujeres, porque puedes ser hombre y tener una mirada femenina y viceversa.
Sabemos que ser mujer no implica tener una mirada femenina. Tampoco por haber tratado el tema de la mujer y sus conquistas ya se tiene una conciencia de género, lo que comprende muchas otras cosas. El hecho de que yo como académica, o aquél como crítico lea, vea y escriba sobre esta cuestión, es otra cosa.
— En su opinión, ¿por qué la violencia de género aparece como tema recurrente en la producción más reciente de las jóvenes cineastas cubanas?
— Es un tema más, entre tantos que la joven generación está asumiendo. Al trabajar con un corpus de obras dirigidas por mujeres, empiezo a encontrar regularidades temáticas y eso me ayuda a sistematizar y hacerlas visibles, que es mi primer objetivo.
La violencia de género también se ha hecho más visible en nuestra sociedad y en el mundo en general. Cuba tiene particularidades al respecto.
Para mi generación, nacida en los 70, el mundo era otra cosa. No advertíamos la violencia como algo cercano, si acaso fuera de nosotros. La década del 90 cambió el panorama y hace unos años se habla de la violencia y de sus múltiples manifestaciones de manera más clara. La directora Lizette Vila, que lleva tiempo abordando la temática en sus documentales, sólo en 2007 lo hizo con las mujeres cubanas maltratadas.
Como ha dicho el historiador cubano Julio Cesar González Pagés, "las principales manifestaciones de la violencia son las que ejercen los hombres sobre las mujeres, sobre otros hombres y sobre sí mismos".
Las jóvenes viven en ese mundo, asisten a él con la mirada de las creadoras y no hay respuestas sino preguntas, que salen a relucir en sus obras relacionadas con el círculo de la violencia y su naturalización. Eso es algo que me ha llamado la atención en las obras realizadas por mujeres.
— ¿Qué contribución ha hecho —y puede aún hacer— el cine dirigido por mujeres a la cinematografía de Cuba, tanto en su dimensión puramente estética como en su resonancia social?
— La contribución no está en lo estético, aunque hay momentos interesantes en algunas de ellas. Habría que investigar con más asiduidad. No me he detenido a verificar si definen o no una mirada estética que distinga un espacio de lo femenino, o sencillamente si se da en ellas la producción de imágenes resistentes a una cultura patriarcal.
En el mundo de la realización audiovisual y cinematográfica, la equidad de género no será cierta hasta que, en la vida real, se traduzca en la posibilidad de concretar los proyectos de las mujeres.
Recientemente, en la séptima Muestra de Nuevos Realizadores, gracias a la sensibilidad y la inteligencia de la dirección de ese encuentro, pusimos en la agenda del Icaic varios temas, entre ellos el de las mujeres directoras de fotografía. En Cuba ya hay muchas, algunas con una calidad notable, que aún no pueden entrar a la industria sencillamente porque son mujeres.
Los tiempos son otros: la tecnología se ha aligerado, las escuelas de cine existen y con una cámara en la mano se pueden hacer maravillas, aun fuera de la industria. La muestra de este año demostró, entre otras cosas, la calidad creciente de las más jóvenes, las temáticas que registran, en muchos casos relacionadas con el mundo y el espacio de lo femenino.
Esa es una verdad que se impuso y se impone. Queda ahora que quienes ejecutan y toman decisiones en nuestras instituciones asuman la equidad de género como ese camino necesario para hacer más justicia.