REFUGIADOS-KENIA: En permanente escape

Nadifo Gababa nació en Etiopía, pero abandonó su hogar en 2005, cuando partió hacia Kenia en busca de mayor seguridad. Ahora es víctima de la violencia post-electoral en el país donde se refugió.

En esta crítica situación, que ya desplazó a casi 500.000 keniatas, también están atrapados los refugiados de Sudán, Somalia, la República Democrática del Congo, además de los de Etiopía.

Las autoridades de su país habían acusado a Gababa de haber apoyado financieramente al Frente Oromo de Liberación (OLF), organización formada en 1973 para luchar por los derechos del pueblo oromo de Etiopía.

El OLF, a su vez, acusa al gobierno etíope de décadas de abusos a los derechos humanos contra los oromo. Gababa temía ser arrestada.

Ella se sintió aliviada cuando el camión en el que la introdujeron junto con sus cinco hijos llegó a Huruma, en las tierras del oriente de Nairobi. Como ella y sus hijos hablan swahili, no pasó mucho tiempo hasta que fue dirigida a la mezquita local.
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Con algún dinero que le quedó luego de llegar, alquiló una casucha de una habitación, inscribió a sus hijos en escuelas del lugar y se consiguió un trabajo en un hotel cercano. La vida era manejable hasta que la violencia estalló en la ciudad, poco después que Mwai Kibaki fue declarado ganador de las elecciones presidenciales del 27 de diciembre.

IPS dialogó con Gababa en el campamento de refugiados de Jamhuri Show Ground, en Nairobi, que alberga a 320 extranjeros.

— ¿Por qué escapó de Etiopía?

— Por la política. Y, de nuevo, estoy aquí a causa de la política. Abandoné mi hogar el 27 de mayo de 2005. Cinco años antes, el gobierno de Etiopía había arrestado a mi esposo, acusándolo de ser simpatizante del OLF.

Mi esposo era el chofer del comisionado del distrito. Antes de su arresto, llevábamos una buena vida. Teníamos vehículos de transporte público y un comercio mayorista, que yo administraba. Como vivíamos en la frontera entre Kenia y Etiopía, nuestros hijos estudiaban en Kenia.

Cuando mi esposo fue arrestado, las cosas empeoraron para mi familia. Fui acosada por la policía, que me detuvo dos veces y me encerró en las celdas policiales diciendo que yo estaba manejando la red que financiaba la causa del OLF, y que yo había continuado el trabajo de mi marido.

Ésta era una falsa acusación. Cada vez que era arrestada, pasaba bastante tiempo en las celdas, lo que perjudicó mi negocio. Fui torturada e incluso violada. La última vez que quedé libre resolví escapar, por mi seguridad y la de mis hijos. Los arrestos nos habían traumatizado. Durante cinco años no me permitieron ver a mi esposo.

Esa mañana, mientras preparaba a mis hijos para la escuela, puse un poco de ropa en sus bolsos, le susurré a mi hijo mayor —entonces de 13 años— sobre mi intención y, alrededor de una hora más tarde, crucé la frontera como si fuera a comprar algo del lado keniata. Así fue como escapé.

—Usted huyó a Kenia en busca de seguridad, pero ahora está huyendo otra vez. ¿Qué piensa sobre lo que está ocurriendo?

—En Huruma estábamos bien. Mis vecinos, aunque venían de diferentes comunidades, eran amigables y vivíamos pacíficamente. Luego, el 29 de diciembre, hubo tensión en Huruma, mientras la gente esperaba que anunciaran los resultados presidenciales. Mis buenos vecinos —mi casa estaba entre las de ellos— ya no se miraban más.

Yo tenía miedo, así que fui con mis hijos a pasar la noche en la mezquita. Cuando volvimos, al día siguiente, nuestro hogar ya no estaba más. Cada vecino había incendiado la casa del otro. A la mía se la tragaron las llamas, junto con las de ellos.

Tengo la esperanza de que haya paz, para volver a Huruma. Sin embargo, lo que está ocurriendo ahora es descorazonador. (Se oyen disparos a la distancia).

Cuando llegamos al campamento de aquí, mi hijo me preguntó: "Mamá, ¿estábamos destinados a sufrir todas nuestras vidas? Tal vez deberíamos simplemente ir a Etiopía y morir".

Quiero ser fuerte, para estar ahí para mis hijos. Si eso significa romper piedras para hacer guijarros que vender, entonces quiero hacerlo para mantener a mi familia. Quiero vivir otro día en paz. Quiero creer que esto ocurrirá muy pronto.

— ¿Usted está segura aquí?

— En las últimas tres semanas hemos estado aquí y hasta ahora estuvo bien. Pero siempre tememos lo peor. En tiempos de guerra no hay ley, y podemos resultar perjudicados incluso dentro del campamento.

Quiero que mis hijos estén al alcance de mi vista todo el tiempo. Mi hijo —ahora de 15 años— se ocupa de ver que sus hermanos estén seguros. En un campamento pueden ocurrir violaciones y otros delitos. Temo lo primero, y quiero que mis hijos estén a salvo de delitos tan atroces.

Una noche, algunos jóvenes de la comunidad kikuyu llegaron con varias armas rudimentarias —afilados machetes, tablas de madera, barras de metal— y nos obligaron a unirnos a ellos para atacar a jóvenes luo que presuntamente estaban abriéndose paso a fin de ingresar al campamento para matarnos.

Pero no hubo nada de eso, y cuando volvimos los lugares del campamento donde dormíamos hallamos que nuestra ropa, utensilios y otras pocas posesiones habían sido robadas.

En este campamento somos 210 etíopes y generalmente estamos a salvo. La Cruz Roja Internacional y la Alianza Nacional de Iglesias (una organización no gubernamental con sede en Nairobi) nos están asistiendo con alimentos y otras necesidades básicas. Aunque estamos agradecidos por esto, a veces la comida no es suficiente y se sirve tarde, cuando los niños están realmente hambrientos y con sueño. Cuando uno está en su propio hogar, su territorio, sabe cuándo y cuánto alimento darles a sus hijos.

—¿Qué es lo próximo?

— El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) nos dijo que vamos a ir a Kakuma (un campamento de refugiados en el norte de Kenia) apenas las carreteras estén seguras. Tengo cierta aprensión con respecto a Kakuma. Oí que allí le ocurren cosas malas a la gente. No quiero que mis hijos o yo misma nos arriesguemos a ser violados. Ahora, con el VIH (virus de inmunodeficiencia adquirida) y el sida, las violaciones significan muerte.

— ¿Hay algo en medio de esta situación que usted encuentre positivo?

— No, nada. Bueno, en realidad sí: por lo menos estoy viva y tengo a todos mis hijos. No he perdido a ninguno. Lo mejor es que mi familia está viva e intacta. Mi hijo, aunque extraña la escuela y a sus amigos, dice que por lo menos en el campamento no tiene que preocuparse por ser atacado o perder sus libros. Perdió todo en el incendio. Incluso el sonido de los disparos (que se oyen de nuevo, ahora a corta distancia) ya no nos sobresalta. Estamos acostumbrados a él, tanto de día como de noche.

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