BRASIL: Pescadores dejan redes para cultivar ostras

En un sencillo restaurante sobre una playa del sur de la isla brasileña de Florianópolis, una pareja de turistas festeja con champán y ostras «un año más de vacaciones y de amor».

Crédito: Universidad Federal de Santa Catarina.
Crédito: Universidad Federal de Santa Catarina.
El dueño del restaurante, el ex pescador Antonio Amaral, también tiene motivos para celebrar: casi 20 años sin sobresaltos económicos gracias a un exitoso proyecto de desarrollo de la universidad local.

El matrimonio de turistas "gaúchos" (originarios del sureño estado de Rio Grande do Sul), lleva 15 años repitiendo el ritual en el restaurante Beira d'Agua ("a orillas del agua", en portugués), en Sambaqui, una playa del barrio de Santo Antonio, Florianópolis, al sur de la capital del estado de Santa Catarina.

La sencilla instalación es típica de esta colonia de pescadores con una arquitectura tradicional de la inmigración procedente de las islas Azores: una cabaña de madera sobre pilotes a orillas del mar, con paredes descoloridas y pocos adornos, un árbol de Navidad hecho con caparazones de ostras y una lámpara del mismo material.

Tampoco venden aquí el champán, que la pareja trae para acompañar el plato de ostras. Pero para ellos y otros turistas que visitan éste y otros restaurantes cercanos, más lujosos y turísticos, Beira d'Agua no tiene comparación.
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Comen ostras al ajo y ahumadas, entre otras sabrosas recetas, con moluscos que los pescadores acaban de sacar del mar en sus pequeños botes, a pocos metros de la mesa.

"Es un lugar simple, verdadero, auténtico", explica Karen García, publicitaria de profesión, al justificar su elección.

"La ostra es fresquita, cultivada aquí mismo, y el atardecer es especial", agrega su marido, el empresario Sergio Paezzi, mientras por la ventana el espectáculo es de un sol que se esconde tras el tradicional puente que une la isla con la parte continental de Florianópolis.

Amaral apenas sobrevivía con la pesca "artesanal", y ahora, con el cultivo de ostras, percibe por mes entre 2.000 y 3.000 reales (1.176 a 1.764 dólares).

"Todos los pescadores tuvimos una mejoría en nuestras vidas", dice a IPS.

"Ahora tenemos un ingreso fijo, porque la pesca no lo era. Un día daba y otro día no. Y la ostra es un ingreso todos los días", subraya.

El "campo" donde Amaral cultiva está en el mar, a unos 100 metros de la orilla. Son unos 200 metros cuadrados cercados por flotadores, a unos cuatro metros de profundidad.

Las "semillas" (ostras apenas salidas de su estado larvario) se colocan en unas suertes de jaulas hechas con red, donde demoran unos siete meses en crecer hasta un tamaño apto para su comercialización. Cada recipiente admite 1.000 ostras jóvenes y unas 200 adultas.

La experiencia comenzó a fines de la década de 1980, después de dos años de "discusiones" entre los pescadores y la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), cuando decidieron impulsar la "ostricultura" en la región, dice Amaral.

"La idea era verificar si la ostricultura podía servir como una alternativa para los pescadores artesanales, que estaban enfrentando problemas de subsistencia", explica Claudio Blacher, oceanógrafo del Laboratorio de Moluscos Marinos de la UFSC.

La idea tuvo tanto éxito que el laboratorio hoy produce más de 40 millones de "semillas", que vende a un precio de 10 reales (5,88 dólares) el millar.

En la zona de Florianópolis hay unos 100 productores asociados en una cooperativa. Algunos, como Amaral, producen para su propio restaurante. Otros vecinos venden las ostras a una industria local que a su vez revende a estados como São Paulo y Río de Janeiro.

La meta de la cooperativa de pescadores es vender por cuenta propia. Ya tienen una pequeña industria al sur de la isla donde lavan y envasan las ostras.

Amaral compra entre 300.000 y 450.000 "semillas" por año, y produce unas tres toneladas de ostras en ese mismo período, según sus números.

Blacher explica que la especie de ostra es la misma del océano Pacífico (Crassostrea gigas), de buen rendimiento y reconocida en países como Francia, Estados Unidos y Canadá. Se han traído además algunas variedades de la costa de Chile "que se adaptaron muy bien", afirma.

El proyecto se extiende al cultivo de mejillones (con unos 900 productores en la región) y ha incorporado también las vieiras.

El oceanógrafo subraya que, además de haber mejorado la vida de los pescadores, la iniciativa es beneficiosa desde el punto de vista ambiental.

"El cultivo del molusco es una actividad segura ambientalmente, ya que los moluscos, por ser filtradores, reducen la turbidez del agua, aumentando la penetración de la luz y por lo tanto aumentando la productividad del área", afirma.

La implementación de este tipo de cultivos "trae como consecuencia un aumento de la biodiversidad de la región, porque las estructuras de creación de ostras sirven para la fijación de pequeños invertebrados y toda una cadena de animales que se desarrollan conjuntamente", explica el investigador.

Amaral tiene una explicación más simple: "Es bueno porque es una cosa que no contamina la naturaleza. Por el contrario, usted tiene una ostra fresca, que acaba de salir del mar. La ostra es muy nutritiva y sólo le hará bien", argumenta el ex pescador.

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