Los indígenas del centro-occidental estado brasileño de Mato Grosso del Sur no se parecen a las tribus retratadas por el cine, vestidas con trajes típicos y viviendo a sus anchas en la selva amazónica. Pero algunos de sus problemas son similares e incluso más graves.
Entre ellos se destacan la falta de tierras para cultivos y la destrucción del ambiente.
Los pocos que disfrutan de algunos bosques sufren la amenaza de perderlos. Es el caso de quienes viven en el Pantanal Matogrossense, un ecosistema húmedo cuya preservación es una de las mayores preocupaciones nacionales, aunque actualmente la atención se centre en la Amazonia.
Bosques del área de asentamiento de los indígenas kadiweu son talados para atender la creciente demanda del polo siderúrgico instalado en Corumbá, en el corazón del Pantanal, denunció ante Tierramérica el presidente de la organización no gubernamental Ecología y Acción, Alessandro Menezes.
La empresa MMX, que desde 2007 produce acero o hierro-gusa en Corumbá, ya sufrió una interdicción por usar carbón ilegal y sigue operando por un recurso judicial provisional.
Las autoridades ambientales incautaron dos veces carbón proveniente de bosques nativos y destinado a la siderurgia.
Antes de instalar su planta, MMX había firmado con la Fiscalía y el gobierno estadual un compromiso para adquirir carbón sólo de áreas reforestadas. Por violarlo varias veces le fue aplicada una multa de un millón de reales (560 mil dólares).
La demanda del polo minero-siderúrgico de Corumbá, que reúne a otras cuatro grandes empresas, supera ampliamente el carbón vegetal que se puede producir por proyectos de reforestación cercanos, según Sonia Hess, profesora de la Universidad Federal de Mato Grosso del Sur.
En consecuencia, cerca de 3.500 toneladas de árboles nativos son convertidos en carbón cada día.
Además, las autoridades ambientales aseguran que bosques nativos matogrossenses también abastecen a siderúrgicas del vecino Minas Gerais. Ese sector industrial ya es conocido por haber devastado extensos bosques en ese meridional estado y repetir el daño en la Amazonia oriental, tras la explotación de las inmensas reservas de mineral de hierro de la Sierra de Carajás, en el septentrional estado de Pará.
Las carbonerías aprovechan que parte del territorio kadiweu "está en litigio, aún ocupado por hacendados" pese a su reconocimiento como tierra indígena, explicó Menezes. También están amenazadas áreas de otro pueblo autóctono del Pantanal, el terena, acotó.
En Taunay, una de las zonas terenas, la deforestación se aceleró últimamente, ante la posibilidad futura de su demarcación y entrega de la posesión indígena, señaló Lisio Lili, un miembro de esa comunidad que fue dirigente local de la Fundación Nacional del Indígena, de protección a esa población. Carbón y ganadería son los intereses que talan los bosques, apuntó.
"Estamos haciendo un mapa de los pueblos indígenas del Pantanal", para recoger la memoria y la realidad de esas comunidades, además de conocer sus perspectivas futuras, en términos de amenazas, como la deforestación y el avance de monocultivos, y también de posible desarrollo productivo y educacional, informó a Tierramérica. Los ambientalistas "son nuestros aliados", destacó.
La defensa del Pantanal es parte de las prioridades gubernamentales. Esa área húmeda, que se extiende a Bolivia y Paraguay, concentra una enorme biodiversidad y constituye una gran atracción ecoturística.
En los años 80 hubo campañas internacionales para proteger su fauna, especialmente los yacarés (Caiman yacare) sacrificados en gran cantidad para exportar su cuero.
Esta fauna también está amenazada por la hidrovía de los ríos Paraguay y Paraná, y por la expansión de monocultivos como la soja y la caña de azúcar, observó Menezes.
Ampliar la hidrovía, cada día más importante para exportar productos siderúrgicos y agrícolas a través de Paraguay para llegar al Río de la Plata, exige obras que pueden alterar el flujo de la cuenca y desequilibrar el ecosistema del Pantanal, temen los ambientalistas.
En otras partes de Mato Grosso del Sur, que concentra la segunda mayor población aborigen por estado en Brasil después de Amazonas, los problemas son distintos. Los guaraníes, que suman 60 por ciento de los casi 65.000 indígenas que viven allí, luchan desesperadamente por ampliar sus tierras, aunque totalmente deforestadas.
A diferencia de los kadiweu, cuyos cerca de 2.000 miembros disponen de una reserva de 538.536 hectáreas, los guaraníes —especialmente de su rama kaiwoá, la más numerosa en Mato Grosso del Sur— viven en "confinamiento", según los antropólogos.
En Dourados, municipio rico en agricultura, más de 12.000 indígenas habitan en sólo 3.500 hectáreas y, además, sin bosques, lo cual contrasta con un pueblo de tradiciones forestales y nómada.
Como la tierra es insuficiente para su subsistencia, muchos trabajan como asalariados, principalmente cortando caña de azúcar. Ésas son algunas de las razones a las que se atribuyen los numerosos asesinatos y suicidios que ocurren entre los kaiwoá.
* El autor es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 2 de febrero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.