TAILANDIA: Insurgencia musulmana acosa al gobierno

Los atentados perpetrados este martes y en la víspera por presuntos insurgentes en las convulsionadas provincias del sur de Tailandia son tomados como una severa advertencia para el próximo gobierno, que heredará un largo y sangriento conflicto.

El blanco del ataque de esta madrugada fue un concurrido mercado de Yala, una de las tres provincias tailandesas que albergan una minoría malayo-musulmana. Unas 35 personas resultaron heridas, 10 de las cuales están muy graves, al explotar una bomba sujeta a una motocicleta en la localidad de igual nombre.

Una zona remota de la vecina provincia de Narathiwat, también fronteriza de Malasia, había sido escenario el lunes de un ataque más sangriento aun. Ocho soldados fueron muertos por una bomba puesta en la ruta que impactó en el camión en el que viajaban. Los atacantes también abrieron fuego contra los soldados y decapitaron a uno de ellos, relataron funcionarios militares.

Los ataques forman parte del conflicto en las provincias de Narathiwat, Yala y Pattani, que ingresó en su quinto año. Unas 2.800 personas fueron asesinadas desde que un campamento del ejército fue atacado en enero de 2004. La mayoría de las víctimas eran musulmanas.

Cuando estalló la violencia, el primer ministro de Tailandia, un país predominantemente budista, era Thaksin Shinawatra. Críticos de dentro y fuera del país lo acusaron de alimentar el conflicto defendiendo medidas duras, que incluyeron aprobar un decreto de emergencia que concedió amplios poderes a las fuerzas de seguridad.
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Pero en septiembre de 2006, Thaksin fue derrocado por los militares en lo que fue el golpe de Estado número 18 en el país. El gobierno designado por la junta dio una nota más conciliadora, disculpándose ante los malayo-musulmanes, que constituyen la mayoría de la población de las provincias meridionales, por los excesos cometidos en el pasado por sus tropas.

Sin embargo, tales palabras no implicaron avances, dado que eso no se tradujo en una operación más visible por parte de los militares. Se espera que el 23 de este mes la junta militar deje su lugar al gobierno que forme el nuevo parlamento, surgido de las elecciones legislativas del 23 de diciembre, las primeras realizadas desde el golpe de Estado. De sus 16 meses en el poder, a la junta le queda como consuelo el hecho de que sus estrategias en el sur para debilitar a los insurgentes parecen haber funcionado.

El mortal ataque de esta semana contra el vehículo militar fue el peor desde mediados de 2007, cuando un atentado similar mató a siete soldados.

"El ejército logró penetrar la red de insurgentes y ha logrado asegurarse de que las áreas urbanas en el sur estén mejor protegidas", dijo Panitan Wattanayagorn, experto en seguridad nacional de la Universidad de Chulalongkorn, en Bangkok.

"Hubo menos ataques coordinados por parte de los insurgentes e incluso dejaron de hacerse las manifestaciones públicas que los rebeldes habían instigado antes", agregó.

También la proporción de las matanzas en el sur refleja este cambio, aseguró en una entrevista. "La cantidad de asesinatos bajó de tres diarios como promedio a casi la mitad, gracias a las nuevas operaciones militares", dijo.

Sin embargo, resulta menos sorprendente el hecho de que los militares no se hayan ganado la simpatía de la población malayo-musulmana de esas zonas. Los informes de abusos y el clima de temor parecen no diferir de la atmósfera que prevalecía cuando Thaksin estaba en el poder.

"El ejército fracasó en el frente político al intentar asegurarse el apoyo del pueblo. Los musulmanes no ven a los soldados como protectores sino como abusadores. Esto también era así antes del golpe", explicó a IPS Sunai Phasuk, investigador tailandés de la organización internacional Human Rights Watch.

De hecho, algunos musulmanes dijeron a organizaciones locales de vigilancia de los derechos humanos que "ahora el sur está peor que bajo el gobierno de Thaksin". Esta acusación fue moldeada por los continuos arrestos y denuncias de torturas de jóvenes malayo-musulmanes por parte de militares.

"Hay mucha tensión entre la comunidad musulmana y el ejército", dijo un activista por los derechos humanos que actualmente se encuentra en el sur.

Informes de fuerzas irregulares budistas y escuadrones de la muerte vinculados a las operaciones militares en las tres provincias se agregaron a este temor musulmán.

El ataque de 2007 contra una aldea malayo-musulmana mostró a milicianos vestidos de uniformes negros, que llegaron en una camioneta y luego abrieron fuego con rifles de asalto y arrojaron granadas contra un grupo de hombres jóvenes que estaban sentados cerca de una mezquita. Cinco adolescentes murieron esa vez.

Semejante violencia implicó ampliar la brecha entre budistas y musulmanes del lugar. "La desconfianza aumentó entre las comunidades que profesan esa fe con otras que no, y la gente se siente más vulnerable que antes a la hora de visitar esas áreas", dijo Worawit Baru, profesor de estudios malayos en la Universidad Príncipe de Songkhla, en Pattani.

"La solución a este problema tiene que ser política, donde a los civiles se les dé un rol para reformar la política local y para que los militares la sigan", declaró a IPS desde Pattani.

"Es difícil resolver este problema si solamente se lo ve como necesitar una solución militar, como ocurrió el año pasado", añadió.

La actual ola de violencia tiene sus raíces en un conflicto que data de hace muchas décadas, luego que las tres provincias meridionales, otrora parte del reino de Pattani, fueron anexadas en 1902 por Siam, como se llamaba Tailandia entonces.

Los malayo-musulmanes acusaron al gobierno de Tailandia, fuertemente centralizado en Bangkok, de discriminación cultural, lingüística y económica.

Los movimientos separatistas malayo-musulmanes surgieron en los años 60 y permanecieron activos durante los 80, mientras combatían a los efectivos militares tailandeses para crear un estado independiente de Pattani. La Organización por la Liberación del Pattani Unido estaba entre los grupos rebeldes.

Pero a diferencia de las generaciones anteriores de rebeldes, que parecían ser más seculares y nacionalistas en su misión, la insurgencia malayo-musulmana está marcada por un mayor fervor religioso. Algunos de los panfletos que distribuyen transmiten este tono, mientras civiles malayo-musulmanes son urgidos a ayudar a limpiar el área de no creyentes.

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