Mientras se prolonga la crisis política en Kenia, con un llamado de la oposición a boicotear empresas vinculadas al gobierno, Joseph Ombui mira ansiosamente a los clientes de su desabastecido comercio cada vez que les dice: «No queda. Intente la semana que viene».
Esta ha sido la situación en la ciudad de Kisii, 380 kilómetros al oeste de Nairobi, desde el 30 de diciembre, cuando la Comisión Electoral declaró que el presidente Mwai Kibaki había triunfado en los comicios del día 27, que la oposición y observadores internacionales denunciaron como escandalosamente fraudulentos.
La oposición anunció este viernes que boicoteará a las compañías dirigidas por aliados del presidente. El cambio de táctica se produjo como consecuencia de la muerte de al menos cinco personas durante el tercer día consecutivo de protestas callejeras masivas iniciado el miércoles. A fines de diciembre se desató el infierno en esta pequeña ciudad. Algunos jóvenes levantaron barricadas en los caminos, apedrearon automóviles e incendiaron comercios para expresar su ira por la trampa electoral.
Los disturbios provocaron el cierre de las principales vías de ingreso a la ciudad, lo que impidió desde entonces el normal abastecimiento.
"Recibíamos papas y otros alimentos frescos por la ruta de Kericho, pero ahora está cerrada. El pescado venía de Kisimu, pero el camino a esa ciudad también está cerrado. Nuestra esperanza es que todo vuelva a la normalidad pronto", dijo Ombui.
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No muy lejos de la tienda de Ombui, Mary Moraa contempla lo que queda del quiosco en el que pasaba sus días vendiendo ropa, gaseosas y tarjetas telefónicas a sus clientes, que resultó destruido durante los disturbios.
"Era mi medio de vida. Ahora todo está perdido. No tengo nada", se lamentó, con sus ojos enrojecidos.
Moraa, como muchos otros keniatas, votó por el candidato presidencial de su preferencia y esperaba que todo transcurriera en calma y con normalidad, como en comicios anteriores. Por eso, cuando terminó de trabajar, el 29 de diciembre, cerró su negocio dejando toda la mercadería en el interior.
Amos Ongige, dueño de una ferretería en Kisii, ha estado llevando sus camiones todas las tardes a la comisaría o a su casa, por temor a que los quemaran en las protestas. Antes los dejaba en el estacionamiento del negocio, al cuidado de dos vigiladotes.
"El miedo por lo que me puede pasar, o al negocio, me provoca pesadillas", dijo Ongige a IPS. "No sé qué ocurrirá mañana con nosotros: mis empleados, mi familia. Si esta inestabilidad continúa todos nos volveremos indigentes", agregó.
La desesperanza es el estado de ánimo más común en la ciudad. La mayoría de los comerciantes adoptó una estrategia de "esperar y ver". Indicaron a sus empleados que no volvieran al trabajo luego del feriado de fin de año.
Aunque Kisii no sufrió el nivel de saqueos y destrucción de negocios que se produjeron en otras ciudades del país, los comerciantes han perdido millones por la ola de violencia.
No hubo combustible durante cinco días. Cuando las compañías comenzaron a enviarlo desde sus depósitos en Kisumu, una localidad vecina, con custodia policial, el precio de la gasolina se duplicó.
Furiosos choferes de ómnibus ordenaron a las personas que no estaban dispuestas a pagar el aumento en la tarifa que se bajaran de los micros, pero como son muy pocos los que circulan la mayoría de los pasajeros aceptó desembolsar el nuevo precio sin protestar.
Uno de esos choferes, Joseph Makori, dijo a IPS: "Hace sólo tres días pagábamos alrededor de un dólar el litro de gasóleo, que ahora cuesta tres veces más. ¿Cómo esperan que me mantenga en el negocio?".
Jennifer Mokeira, quien viaja todos los días para vender vegetales, señaló que ese aumento "se llevaba todas mis ganancias". "Tuve que duplicar mis precios de venta. Pero la gente no compra y como la mayoría de las personas ya no viaja a Nairobi gran parte de los vegetales se pudre. Voy a dejar el negocio hasta que las cosas mejoren", indicó.
La ciudad también se quedó sin comunicaciones poco después del estallido de violencia. "Nos guiamos por rumores y el miedo se apoderó de nosotros", afirmó.
Los habitantes de Kisii ahora se ven limitados a una dieta de pescado y papas, ya que otros productos básicos no llegan a la ciudad.
Si las rutas no se reabren, "esta pujante ciudad pronto será testigo de la destrucción, el hambre y la desesperanza," dijo Faith Kenanda, una hotelera que ya no tiene clientes que compitan por una mesa para saborear sus platos.