SOCIEDAD CIVIL: El motor del cambio

Los movimientos sociales han sido el motor de las transformaciones más importantes en las sociedades y la mente del público, aseguró Dieter Rucht, del Centro de Berlín para las Ciencias Sociales.

Autor de numerosos artículos y libros sobre su especialidad, Rucht copreside hoy el grupo de investigación Sociedad Civil, Ciudadanía y Movilización Política en Europa del Centro. También dirige una cátedra de ciencias políticas y sociales en la Universidad Libre de Berlín.

IPS: —¿Cuáles son los movimientos sociales que, en este momento, usted evaluaría como exitosos?

DIETER RUCHT: — Primero habría que definir qué consideramos exitoso o efectivo. Usualmente se asume que eso se relaciona con la capacidad de alcanzar los objetivos propuestos. Pero un movimiento puede fracasar en su meta primaria y, de todas formas, ejercer una gran influencia en el largo plazo. Por ejemplo, creando una toma de conciencia crítica en la población a nivel nacional.

Creo que los movimientos de mujeres han sido exitosos en una perspectiva histórica, si miramos a los últimos 100 ó 200 años, pero incluso con la vista puesta en un periodo más reciente.
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Los ambientalistas han sido exitosos, pero tenemos que hacer una diferencia. Su efecto principal fue crear conciencia sobre el cambio climático. Obviamente, esto no responde sólo a su activismo, sino a científicos y expertos en clima que estuvieron discutiendo al respecto por años, pero sin mucha repercusión.

Sin embargo, el debate se amplió en los últimos años, hasta alcanzar a los políticos y la población en general. Esto se debe, no en exclusiva, pero principalmente al trabajo de los grupos ambientalistas.

— ¿Cuál es la situación en América Latina?

— En este momento, lucen como victoriosos, porque determinadas políticas en la región han sido abandonadas. No parece posible que se vuelvan a implementar políticas neoliberales duras, como en Chile después de 1973, o en Argentina en los años 90. Primero, porque estos experimentos fracasaron en términos económicos. O fueron exitosos para unos pocos que se enriquecieron mientras que el resto de la población quedó al margen. Pero también porque los movimientos sociales de izquierda, o progresistas, fueron exitosos.

Sin embargo, no estoy muy seguro sobre el impacto a largo plazo, pues existen muchas ambivalencias en estas victorias. El caso de Nicaragua mostró que grupos de izquierda, democráticos, con inserción en las bases, usaron mal su hegemonía cuando llegaron al poder y se volvieron represivos —al menos en cierto grado— frente a ciertos segmentos de la población.

Si miramos el caso de Venezuela, me produce sentimientos contradictorios. Por un lado, la brecha entre ricos y pobres se está estrechando, el nivel de vida de los pobres está en ascenso, el acceso a la educación y la salud se está expandiendo. Pero, por otro lado, las libertades civiles están amenazadas.

Es difícil predecir si habrá en el largo plazo un mayor respeto por esas libertades o si existirá un régimen autoritario, que enriquecerá a quienes detentan el poder en lugar de servir al conjunto de la población..

— En el caso de Europa, ¿estamos presenciando el surgimiento de un activismo de extrema derecha?

— Desde los años 90 hemos tenido dos desarrollos significativos en el área de los movimientos sociales. Uno es el crecimiento de los extremistas de derecha en la mayoría de los países occidentales. Es muy importante en términos de la cantidad de actos o demostraciones pero, sorpresivamente, no en cuanto a la participación de la gente: la cantidad de personas que se involucran en estas protestas es pequeño.

Por otro lado, hubo una gran cantidad de contrademostraciones, subestimadas por la mayoría de los observadores. Los datos disponibles para Alemania muestran que estas manifestaciones de rechazo superan 20 veces a las movilizaciones de extrema derecha, no en cantidad de actos, pero sí de participantes.

Por lo tanto, la irrupción del extremismo y su creciente confianza en sí mismo para ocupar la esfera pública, es un gran fenómeno de los últimos 15 años.

El segundo gran tema es la aparición de los movimientos llamados de justicia global en los países occidentales y algunos orientales. No se trata de un fenómeno nuevo, pero es una suerte de aglomeración que ha surgido de los movimientos sociales de los años 70 y 80. No tienen peso numérico, pero son muy importantes en términos de presencia pública.

— ¿Las sociedades de Europa oriental son más vulnerables a los movimientos de extrema derecha, a causa de su antipatía por la izquierda?

— Son más vulnerables que las occidentales por una serie de razones. Primero, porque los cambios fueron muy rápidos y la gente sufrió fuertes impactos en el terreno político y económico. Además, hay gente muy astuta, que acumuló una enorme riqueza, por ejemplo en Rusia. El resto se ha quedado con la impresión de que no hubo mucho avance.

Lo hubo en términos de las posibilidades de expresarse, pero las condiciones de vida no han mejorado mucho. Esto ofrecería posibilidades a los movimientos de izquierda, pero afrontan el problema de estar asociados al viejo sistema comunista, tan desacreditado que hace difícil promover un programa de izquierda.

Aunque esta es una nueva generación de la izquierda, que no quiere volver al pasado, sus consignas le harán recordar a la gente ese pasado y generarán una resistencia emocional.

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