La larga agonía de tres de los 45 rehenes en manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), cuya liberación prometió este mes la cúpula de esa guerrilla, parece que terminará este fin de semana.
Si el tiempo lo permite, la ex congresista colombiana Consuelo González, la ex candidata a la vicepresidencia Clara Rojas y su hijo de tres años, Emmanuel, nacido de una relación con un guerrillero, deberían quedar libres y reunirse con sus familias en Caracas este sábado 29.
Esto es lo que esperan con devoción muchas personas reunidas en la capital venezolana, mientras el presidente de ese país, Hugo Chávez, lanza su elaborado plan de enviar helicópteros y aviones a territorio colombiano para recoger a los rehenes de manos de las FARC.
Sin embargo, el jueves por la tarde, el gobierno de Colombia colocó en el sitio web de la Presidencia un comunicado, aparentemente sin consulta ni aviso previo a su par venezolano, estableciendo un plazo unilateral para la finalización de la compleja operación de Chávez.
Según ese texto, el permiso de Bogotá para el ingreso de naves venezolanas al espacio aérea colombiano expiraría este domingo a las 19.00 hora local.
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Pero este viernes, el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, recibió una llamada de su par de Francia, Nicolas Sarkozy, según algunas versiones de prensa. Aparentemente, el ultimátum fue levantado en la tarde.
Es fácil notar detrás de ese anuncio la frustración de Bogotá, aislada diplomáticamente por el entusiasta apoyo de los gobiernos vecinos a los esfuerzos de Chávez para conseguir la liberación de al menos un puñado de rehenes.
Tampoco cuesta imaginar el desaliento de los generales colombianos que creen que pueden y están ganando la guerra de casi 44 años contra las FARC, y que quedaron esta semana súbitamente superados, mientras su enemigo emergía a la escena internacional, eludiendo el ostracismo político al que lo había recluido el gobierno de Uribe con su negativa total a negociar.
Sólo puede resultar perturbador para el alto mando colombiano que, en mitad de una enorme ofensiva en la selvática y lluviosa zona de guerra, deba cumplir la orden de frenar sus fuerzas para establecer un espacio desmilitarizado de hecho sin ninguna condición a cambio.
Entre los que esperan en Caracas están las familias de González y Rojas, capturadas por la guerrilla en el sureño departamento del Huila y en la Amazonia en 2001 y 2002, respectivamente, políticos y diplomáticos de cinco países latinoamericanos, Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba y Ecuador, y de dos europeos, Francia y Suiza, cuyos gobiernos se han sumado al operativo y fungen como «garantes» internacionales de la entrega de las rehenes.
También está una delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja, cuya participación, como parte neutral, ha sido solicitada por los gobiernos y las FARC, y periodistas de todo el mundo, para quienes Chávez ha dispuesto un vuelo a Colombia para transmitir en vivo el rescate humanitario.
Cuando esta operación haya concluido, ¿qué le seguirá? Son intensos los rumores de que las FARC podrían liberar a uno de los tres contratistas estadounidenses, capturados cuando realizaban actividades contrainsurgentes en territorio de Colombia, cuya salud no es buena.
La guerrilla quiere que políticos estadounidenses se sumen al esfuerzo internacional para conseguir soluciones, no sólo a los grandes y complejos asuntos que bloquean el camino hacia un canje de todos los rehenes por los insurgentes presos, sino para problemas de más largo aliento, como el narcotráfico y el desarrollo rural y, eventualmente, para el fin de la guerra.
El jueves, el comisionado brasileño Marco Aurelio García, asesor personal del presidente Luiz Inácio Lula da Silva en política internacional, dio unas breves declaraciones a una radioemisora, poco después de llegar a Caracas.
«Tenemos firmes esperanzas. Este será el primer paso en un largo proceso destinado en primer lugar a resolver la crisis de los rehenes, y luego a encontrar una solución pacífica al conflicto que ha paralizado Colombia por más de 40 años», dijo García.
En definitiva, lo que ocurra este fin de semana en el norte de América del Sur tendrá alcances más amplios que la liberación individual de tres rehenes. Si todo sale bien, lo que está ocurriendo en este momento tiene el potencial de modificar radicalmente el futuro de la guerra y la paz en Colombia.