El hombre que mató a León Trotsky por encargo de los servicios secretos soviéticos y pasó 20 años en una prisión mexicana sin hablar se radicó al final de sus días en la capital cubana, donde solía pasear a diario con sus perros por la Quinta Avenida del residencial barrio de Miramar.
Y fue en esa quinta avenida donde el cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996) vio por primera vez aquellos perros y entendió que eran los ejemplares idóneos para su último filme, en el cual narra la historia de una familia de la alta burguesía cubana que se aísla en su mansión para ignorar los cambios que sucedieron al triunfo de la Revolución en 1959.
Los perros del catalán Ramón Mercader del Río (1914-1978), conocido entonces en la isla como Jaime Ramón, han sido vistos por muchas personas en el mundo en las secuencias de "Los sobrevivientes" (1978), una de las obras maestras del director de "Memorias del Subdesarrollo" (1968) y "Fresa y Chocolate" (1993).
"Nunca hubo perros así en Cuba, ni los ha vuelto a haber", dijo a IPS el escritor cubano Leonardo Padura, quien trabaja en los últimos detalles de una novela alrededor de las "peripecias, intrigas y persecuciones" que rodearon el exilio y el asesinato en México de Trotsky (1879-1940), uno de los principales líderes de la llamada Revolución de Octubre (Rusia, 1917).
"Una novela como esa sólo se puede escribir obsesionado con esta historia", comentó el periodista y narrador, autor de obras literarias que ahondan en la realidad cubana actual como "Vientos de Cuaresma" (1994), "Pasado perfecto" (1995), "Máscaras" (1997), "Paisaje de Otoño" (1998), "La novela de mi vida" (2001) y "La neblina del ayer" (2005)
"El hombre que amaba los perros", un título con el que Padura pretende rendir homenaje al escritor estadounidense Raymond Chandler (1888-1959), se cuenta en tres líneas paralelas: el exilio de Trotsky desde 1929 hasta su muerte en 1940, la preparación y ejecución de su asesinato y el destino posterior del asesino o "brazo ejecutor", en Moscú y luego en Cuba.
Padura cuenta el recorrido del exiliado Trotsky por Alma-Ata (Kazajstán), Turquía, Francia, Noruega y su estancia definitiva en una "casa-fortaleza" en Coyoacán, ciudad de México. Y, por otro lado, sigue los pasos de Mercader del Río desde sus tiempos como soldado del Ejército Popular español, Moscú, Francia, Nueva York y México.
Como en sus libros policíacos, donde la trama es sólo un pretexto para ahondar en la sociedad cubana, el novelista parte de lo que considera uno de los asesinatos más significativos del siglo XX, para ahondar en la lucha por el poder tras la muerte de Vladimir Ilich Lenin (1870-1924) y el ascenso del fascismo.
"(Joseph) Stalin y Trotsky pensaban de dos modos diversos sobre la revolución. Stalin, para consolidar su poder, se aferrró a su teoría del socialismo en un solo país, y coartó todo atisbo de democracia y pluralidad. Trotsky, con su teoría de la revolución permanente, pensaba que la victoria en Rusia era sólo un paso para luego seguir por Europa".
"Pero Stalin prácticamente traicionó a la posible revolución china en 1926-1927, no permitió una alianza entre las fuerzas de izquierda en Alemania que pudieron evitar el ascenso de Adolf Hitler al poder, maniató a la Internacional Comunista y en España, durante la guerra civil (1936-1939), exigió que se luchara por la victoria sin hacer la revolución. Era el menos brillante, pero demostró ser el más astuto y sibilino.
"Trotsky era brillante, orador, culto, mundano, famoso y mítico. Eliminar a Trotsky se convirtió en una exigencia para que Stalin pudiera conseguir la preeminencia y el poder absoluto, incluso la posibilidad de reescribir la historia y robarse un protagonismo que nunca tuvo".
El final se conoce desde el inicio, lo importante es el cómo. "¿Por qué se frustró la gran utopía del siglo XX? Simbólicamente es lo que quiero llevar a la novela. La perversión comenzó en los mismos años 20 y el asesinato de Trotsky puso el punto final a cualquier salvación de esta utopía", afirmó el autor.
"Es algo que también tiene que ver con nosotros. El ser humano no puede vivir sin utopía", añadió.
Tres años lleva el novelista cubano trabajando en la obra que espera sea publicada en el otoño de 2008, por la editorial Tusquets, de Barcelona. Durante ese tiempo buscó documentos originales, leyó libros de historia y ficción, consultó mapas urbanos y aprendió casi de memoria los diarios del exilio de Trotsky.
En todo el proceso previo a la escritura, Padura siempre tropezó con el mismo obstáculo: el silencio de Merceder del Río. "Estuvo 20 años en la cárcel en México y no habló, el tiempo que vivió en Moscú desapareció y en Cuba fue un fantasma. Y pensé que alguna vez debía haber tenido muchos deseos de contar su historia", explica.
En la novela, Jaime Ramón le cuenta todo a un joven cubano estudiante de veterinaria que, a pesar de su promesa de no decirle a nadie, 20 años después le pasa todos los detalles a un amigo escritor. Los perros se convierten en la conexión entre Mercader del Río y el muchacho que, a su vez, marca la distancia necesaria entre la histórica y la ficción.
"Como Ramón Mercader amaba los perros, también los amaba el hombre que él asesinó. Trotsky tenía cuatro galgos rusos y cuando parte al exilio a Alma-Ata se lleva uno consigo. El mismo amor lo compartía también el joven veterinario cubano. Cualquiera de ellos puede ser el hombre que amaba a los perros", comenta.