El gobierno de Estados Unidos considera que ya pasó lo peor en Iraq, el frente principal de su «guerra contra el terrorismo», pero ahora trata desesperadamente de contener nuevas crisis en la «periferia»: Pakistán, Turquía y el Cuerno de África.
El autogolpe de Estado del presidente paquistaní Pervez Musharraf, combinado con la amenaza de Turquía de invadir el norte de Iraq y la posibilidad de una guerra entre Etiopía y Eritrea, alimentan la impresión de que Estados Unidos se ha vuelto en rehén de fuerzas y personalidades más allá de su control.
Un hecho resalta la aparente impotencia de la única superpotencia mundial: la secretaria de Estado (canciller) Condoleezza Rice se vio limitada a realizar llamadas telefónicas de último momento a los jefes de Estado de Pakistán, para que no declarara el estado de emergencia, y de Turquía, para que no invadiera el Kurdistán iraquí.
Si estas crisis se agravan, podrían dar un duro golpe a las esperanzas de Washington de fortalecer a "moderados" que hagan frente a sus enemigos declarados, los insurgentes del Islam sunita y el supuesto "eje" del Islam chiita liderado por Irán, que incluye a Siria, la milicia libanesa Hezbolá y al Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas).
Esto ocurre en el marco de la ausencia de avances en el proceso de paz entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina, el punto muerto en la situación política de Líbano y las crecientes tensiones entre Washington y Teherán.
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Algunos veteranos observadores sugieren que esta situación recuerda a las crisis de fines de los años 70 y principios de los 80.
Entonces se sucedieron la ejecución del ex primer ministro y ex presidente paquistaní Zulfikar Ali Bhutto a manos de la dictadura militar de ese país, la Revolución Islámica en Irán, la invasión de la hoy disuelta Unión Soviética a Afganistán, y la sangrienta guerra —alimentada por las superpotencias— entre Etiopía y Somalía.
Ese "arco de crisis" llevó al ex presidente estadounidense Jimmy Carter (1977-1981) a incrementar fuertemente la presencia militar de Washington desde el mar Rojo hasta el golfo Pérsico (o Arábigo).
Pero el panorama actual es "mucho más complicado", dijo a IPS un ex alto funcionario del Departamento de Estado (cancillería) de Estados Unidos.
"En ese entonces no teníamos 200.000 soldados peleando en Afganistán e Iraq, ni existía el antiamericanismo que ahora es dominante en esa área. Y, hablando con franqueza, no tenemos funcionarios con un conocimiento de la región comparable a los que sí habían en 1979", agregó.
De las tres nuevas crisis, la que se desarrolla a lo largo de la frontera entre Turquía y el Kurdistán iraquí amenaza de manera directa los intentos del gobierno de George W. Bush para estabilizar Iraq.
Altos funcionarios estadounidenses tienen la esperanza de que la visita a Washington el lunes 5 del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, le haya aportado suficiente capital político para neutralizar a la oposición y los jefes militares de línea dura que lo presionan para invadir el norte de Iraq para aplastar a las guerrillas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán.
Bush se comprometió a entregar información de inteligencia a Turquía que le permita combatir a los insurgentes con mayor éxito y sin enviar el ejército a una incursión en territorio iraquí.
Es mucho lo que está en juego. La mayoría de los analistas cree que una invasión provocará un enfrentamiento entre las tropas turcas y las milicias kurdas iraquíes (Peshmerga) de las que Washington depende para mantener estabilizado el norte de Iraq y, al mismo tiempo, proveen los reclutas más confiables al nuevo ejército de ese país.
Al mismo tiempo, Turquía es una nación predominantemente musulmana pero "moderada". Sobre todo, es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), contribuye con tropas a operaciones de mantenimiento de la paz en Afganistán y brinda acceso a Estados Unidos a la base aérea de Incirlik, vital para el apoyo logístico a las fuerzas desplegadas en Iraq.
En suma, Washington no está en condiciones de hacer frente a un conflicto entre Turquía y los kurdos, por el riesgo de perder a un aliado considerado indispensable para la estabilización de Iraq.
Erdogan y los funcionarios turcos que lo acompañaron quedaron insatisfechos con las promesas de Bush. Un nuevo ataque del PKK, como el que costó la vida a 20 soldados turcos el mes pasado, podría forzar la invasión.
Aunque esta crisis es grave, los expertos consideran que la apuesta es mayor en Pakistán, luego del autogolpe de Musharraf.
Ese país del sudeste de Asia está considerado el "frente principal" de la "guerra contra el terrorismo" de Bush desde que los miembros de Al Qaeda y de Talibán fueron expelidos de Afganistán y buscaron refugio en las áreas tribales de la frontera entre ambas naciones.
Estados Unidos asignó a Pakistán unos 15.000 millones de dólares en ayuda oficial o encubierta por los últimos seis años, para incentivar su cooperación en Afganistán y la "guerra contra el terrorismo". Pero el gobierno de Bush se ha desilusionado con los resultados del último año.
Musharraf resistió los pedidos de Washington para que compartiera el poder con sus opositores civiles moderados, principalmente la ex primera ministra Benazir Bhutto. Este proceso, en el mejor de los casos, ha sido postergado por la declaración del estado de emergencia del pasado fin de semana.
Además, Musharraf y los altos jefes militares permitieron —e incluso quizás alentaron— un mayor control por parte de los grupos islámicos radicalizados de las zonas fronterizas con Afganistán.
Allí, según estimaciones de inteligencia de Estados Unidos, los máximos líderes de la red terrorista Al Qaeda reconstituyeron su comando central y las milicias del movimiento islamista Talibán encontraron no sólo un "paraíso seguro" sino una fuente inagotable de nuevos reclutas.
"Ahora estamos en el peor de los mundos posibles", dijo el miércoles el representante (diputado) Gary Ackerman, presidente de la comisión de Relaciones Exteriores del Congreso legislativo estadounidense.
En referencia a Musharraf, señaló: "Nuestro aliado es un líder aislado y resentido, menos popular con su pueblo que Osama bin Laden. En lugar de arrestar a los terroristas que suponen una amenaza existencial para su régimen, y probablemente par el país, está enviando a la cárcel a las personas con las que tendría que haber trabajado para generar el apoyo político necesario con el objetivo de acabar con el extremismo".
El gobierno de Bush, incapaz de evitar el autogolpe de Musharraf, ahora lo presiona para que cumpla con su promesa de renunciar al cargo de jefe de las fuerzas armadas y permita que se realicen elecciones libres, en las que se supone que Buttho sería elegida nuevamente como primera ministra.
Pero incluso si lo hace —tal como prometió el martes— no queda claro si el daño ya hecho puede ser reparado. La relativa confianza que Musharraf gozaba en Washington se ha evaporado.
Se dice, incluso, que hay discretos contactos con otros generales para explorar la posibilidad de desplazarlo. Esto podría generar mayor inestabilidad y permitir el avance de islamistas radicalizados en el único país musulmán que posee armas nucleares.
Frente a las amenazas existentes en Kurdistán y Pakistán, la situación en el Cuerno de África parece remota. Sin embargo, la organización de estudios independiente Grupo Internacional de Crisis (ICG) advirtió esta semana que ese frente de la "guerra contra el terrorismo" —donde Etiopía es el aliado de Estados Unidos— se encuentra en un peligroso proceso de desestabilización.
La aliada Etiopía y Eritrea, a la que Washington amenazó con declarar patrocinante del terrorismo internacional, se han embarcado en una carrera armamentista de "proporciones alarmantes", según el ICG, a lo largo de la misma frontera donde pelearon la sangrienta guerra que se extendió desde 1998 hasta 2000.
El gobierno de Bush y Etiopía acusan a Eritrea de haber apoyado a la Unión de Cortes Islámicas de Somalía, desplazada el año pasado del poder en Mogadiscio y otras partes de ese país por una invasión del ejército etíope con el apoyo de Washington.
Las tropas ocupantes se encuentran en una situación que algunos analistas equiparan con la de las fuerzas estadounidenses en Iraq.
Según el presidente del ICG, Gareth Evans, una guerra podría estallar "en semanas" entre Eritrea y Etiopía si la comunidad internacional no actúa con rapidez, en especial Estados Unidos.
"No hay una solución militar fácil para lo que está ocurriendo. Nos enfrentamos a un prolongado conflicto en suelo eritreo, la desestabilización de Etiopía y una nueva, horrible, crisis humanitaria", advirtió Evans.