SALUD-PAKISTÁN: Bazar de riñones en decadencia

«La única vez que fui a Rawalpindi fue en 2004, cuando un 'agente' me llevó a un hospital a vender mi riñón», relató Faqir Masih, de 23 años. Nunca más quiso volver a esa ciudad pakistaní, cerca de Islamabad.

Originario de Youhanabad, un asentamiento pobre de mayoría cristiana de la periferia de esta ciudad, capital de la provincia de Punjab, Faqir gana unos cuatro dólares al día, cuando logra conseguir trabajo como obrero.

"Alguien me tentó a vender un riñón para poder casarme", relató, recordando su encuentro con un intermediario en el comercio de órganos humanos. "El agente me prometió 1.600 dólares por donar el órgano, que fue transplantado a una persona de origen árabe."

Pero lo engañaron.

El agente huyó y literalmente lo dejó en la calle, casi sin dinero para un tomar autobús para Lahore. "Cuando me desperté tirado en la calle, tras la operación, tenía la herida abierta. Me dolía", contó Faqir.
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Por suerte, unos transeúntes lo condujeron al hospital más cercano, donde lo atendieron. Luego pudo tomar el autobús a Lahore. Tres años después, Faqir sigue soltero y tan pobre como antes.

Ése no es el único caso. Por las callejuelas sin pavimentar de Youhanabad abundan vergonzosas historias de engaño.

Shahzad Rizwan es cobrador en una empresa de autobuses. El riñón "sólo valía unos 830 dólares porque soy A positivo", grupo sanguíneo con menor demanda.

Riaz Masih, de 24 años, está enfurecido por el engaño. "Los parientes de mi esposa nos acusaron, a mi madre y a mí, de engañarlos porque no les dijimos que tenía un solo riñón", señaló.

"Cuando el transplante de órganos deja de basarse sobre consideraciones altruistas y se convierte en un canje comercial, casi siempre hay corrupción", explicó Anwar Naqvi, del Instituto de Urología y Transplantes de Sind, con sede en la ciudad de Karachi.

Naqvi está dedicado a combatir el tráfico de órganos.

A muchos residentes del barrio de Masih no le pagaron nada o les dieron una pequeña parte del dinero prometido por un órgano. Gran parte de estas víctimas viven con culpa por haber vendido una parte de su cuerpo.

"Como si fueran partes de un automóvil", describió la situación Bilal Masih.

A Bilal, conductor de autobús de 43 años, el dinero le sirvió para pagar una deuda contraída en 2003. Pero el alivio duró poco. Cuatro años después está resignado: "Nuestro destino es ser pobres."

Ninguno de sus cinco hijos va a la escuela. Sigue endeudado y se pelea casi todo el tiempo con su esposa. "Me volví muy irritable porque me siento cansado o porque me agobia la carga de haber vendido una parte de mí", contó.

Su esposa, Gulshan, reveló el origen de gran parte de su situación anímica: "Sufre incontinencia y muchas veces se orina cuando duerme."

Gulshan está convencida de que eso es consecuencia de la extracción. "La ira divina nos cae encima", exclamó, meciendo enérgicamente a su hijo menor.

A pocos minutos de automóvil de Lahore hay poblados que son como almacenes bien provistos de riñones. Allí viven adultos analfabetos, dispuestos y agobiados por la pobreza que viven en condiciones de extrema pobreza. Los agentes recorren la zona engañando a la gente con promesas.

Muchos agentes vendieron su propio riñón y tienen una cicatriz como prueba. Andan bien vestidos y tienen accesorios caros, como teléfonos celulares, para convencer a los posibles donantes de que su vida será mejor con un riñón menos.

Durante años, "turistas de transplante" venían de lugares tan lejanos como Estados Unidos, Europa y Medio Oriente para someterse a un transplante de riñón en hospitales privados de Lahore y Rawalpindi por ínfima fracción de lo que pagarían en sus países.

Unos 1.500 extranjeros al año se practican un transplante de riñón en Pakistán, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), lo que creó a Pakistán fama de "bazar del riñón" en el mundo.

Pero tras la promulgación de la Ordenanza de Transplante de Órganos y Tejidos Humanos del 3 de septiembre, se espera que el horrible comercio se revierta o directamente liquide este comercio infame.

El Hospital Masood de Lahore fue hasta principios de año un gran centro de transplantes de órganos. El quirófano donde se practicaban no es hoy ni la sombra de lo que fue. El pequeño recinto está muy deteriorado y ni siquiera le queda un cartel que lo identifique.

La policía de Punjab allanó tres hospitales de Lahore en mayo. Uno de ellos fue el Masood. Su propietario, Masood Nasir, de 70 años, fue encarcelado.

"Nadie dona un riñón gratis", admitió el director ejecutivo del Hospital Massod, Ahsan M. Khan. "Pero sólo cobrábamos los honorarios de los cirujanos y del centro. Incluso, dejamos de hacer operaciones de transplante en enero, cuando se propuso la norma."

"Me cuesta creer que la administración del hospital no estuviera al tanto de lo que sucedía", dijo a IPS un asistente quirúrgico que durante cinco años participó en unas 300 extracciones y transplantes en el hospital Masood y dejó ese trabajo hace cinco meses.

"Había un recepcionista llamado Nawazish que después se convirtió en agente", explicó. "Una veintena de personas trabajaban para él, por lo general donantes de riñón que recorrían los poblados en busca de trabajadores pobres a los que engañaban con la promesa de mucho dinero."

"El anestesista solía preguntar al paciente antes de dormirlo si había aceptado 'vender' su riñón. Nunca se usaba la palabra 'donar'", apuntó. La mayoría de los receptores de órganos eran árabes.

Donar una parte de uno mismo está bien, según este técnico de la salud, pero "cuando es a cambio de dinero se convierte en un negocio, y todos sabíamos lo que estaba pasando".

"Los ricos siempre son los beneficiarios del transplante", añadió. "Somos todos pobres y eso no nos habilita a vender parte de nuestro cuerpo. Esa gente sólo vio una oportunidad rápida para hacerse rico."

"Incluso cuando reciben el dinero de la donación, no saben cómo invertirlo bien. Se desvanece en pocos meses. No salen de la pobreza, quedan peor y más vulnerables. El ciclo los vuelve a atrapar", explicó Farid.

Aqeel Masih recibió unos 1.000 dólares y se compró una televisión, un reproductor de discos compactos y una cadena de oro para su esposa. Después decidió comprar una calesa de tres ruedas por 283 dólares, que luego revendió a un precio menor.

"Quedaban unos 250 dólares en efectivo, pero nos robaron la casa", relató.

"Nunca vi ni la sombra de ese dinero", se lamentó su esposa, que decidió abandonarlo y volver a la casa de sus padres, furiosa por no tener ni idea de que su marido había vendido un riñón.

• Este artículo fue elaborado con apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)

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