Llegar a la tercera edad en Cuba dejó de ser una tragedia, el fin de la vida útil y la espera resignada de la muerte. Asumir sin temor la vejez, con su dolor y su sabiduría, parece la divisa fundamental de miles de mujeres y hombres incorporados a las aulas de la Universidad del Adulto Mayor.
En un país que en 2025 podrá ser el más envejecido de América Latina y el Caribe, prepararse para enfrentar esa etapa resulta prácticamente una obligación, tanto para las instituciones encargadas de las políticas sanitarias como para quienes, por su juventud, aún ven el crepúsculo de sus días demasiado distante.
"Después del retiro, pensé que mi vida había terminado. Me consideraba un cero a la izquierda", confesó a IPS Ofelia Díaz, de 63 años. "Me preguntaba qué iba a hacer con mis conocimientos, qué nuevas motivaciones tendría", dijo.
La solución a su desaliento la encontró en 2002, cuando se matriculó en la filial de la Universidad del Adulto Mayor de San Agustín, un barrio periférico de la capital cubana. "Fue como tomar un segundo aire, como empezar de nuevo", recuerda esta mujer que ahora es profesora y presidenta de la sede de su localidad.
Para Magaly González, también de 63 años, la incorporación a esta iniciativa fue "una manera de obtener conocimientos para encarar una etapa a la que llegamos sin prepararnos". En las clases conoció a personas de su edad, con intereses similares a los suyos, y pudo aprovechar mejor el tiempo libre.
La Universidad del Adulto Mayor es un proyecto auspiciado por la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), que agrupa a todos los sindicatos del país, el Ministerio de Educación Superior (MES), en particular la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana y la Asociación de Pedagogos de Cuba, vinculada al Ministerio de Educación.
A lo largo y ancho de esta isla caribeña existen alrededor de 900 filiales, por las que han pasado más de 50.000 personas, en general mayores de 60 años. Cada curso comprende seis módulos de conferencias sobre desarrollo humano, prevención de salud, seguridad social, desarrollo cultural y organización eficiente del tiempo libre.
"A los adultos mayores les aumenta mucho la autoestima", señala Díaz, quien se siente muy satisfecha por este retorno al aula como maestra, luego de haber dedicado 34 años a la enseñanza de la biología en un instituto preuniversitario, aunque ahora no recibe remuneración material alguna.
González agradece la vinculación a cursos de artes manuales en la casa de cultura de la comunidad y a los ejercicios del tai chi, un deporte tradicional chino que realizan en las mañanas. "Aprendes a defender tu espacio, borras de tu mente que eres el viejo de la casa y que sólo te queda esperar la muerte", indicó.
A pesar de contar desde su origen con al apoyo estatal, la Universidad del Adulto Mayor enfrenta dificultades para satisfacer necesidades como la instalación de las aulas, los materiales docentes y la integración de un equipo pedagógico estable, apunta Díaz, quien lamenta no haber conseguido aún un espacio fijo para las clases en San Agustín.
No pocos conferencistas son personas graduadas de la propia sede universitaria, o familiares de éstas que no cobran por las disertaciones. Las filiales no cuentan con un presupuesto para adquirir bibliografía o elementos esenciales como cuadernos, pizarrones y lapiceros, tampoco para pagar las colaboraciones.
Díaz considera que la sociedad cubana no está lista para asumir el envejecimiento poblacional inminente, aunque el gobierno está analizando medidas en los sectores de la salud, el transporte, la alimentación y el suministro de artículos esenciales como calzado y ropa adecuados a las demandas de la tercera edad.
"Los jóvenes piensan que no van a envejecer", sostiene la profesora. "Nuestra labor es enseñarles cómo tratar a las personas mayores y afrontar los retos de esa edad", asegura.
En opinión de González, "el ser humano no está preparado para el envejecimiento ni para la muerte". "Nadie piensa que llegará a viejo, lo ve como algo muy lejano, o no habla del tema porque la vejez es fea, porque empiezan los dolores", acotó esta enfermera retirada que en su juventud trabajó durante tres años en un hogar de ancianos.
Sin embargo, para Cuba la transición demográfica hacia una población menos joven se ha convertido en un asunto urgente. El 16,2 por ciento de sus 11,2 millones de habitantes ya superan los 60 años, una cifra que en dos decenios debe de superar 25 por ciento.
Aunque la fecundidad ha descendido desde la década del 30, la tasa de reemplazo poblacional, al menos una hija por cada madre, no se cubre desde 1978, a causa de la elevada instrucción de la mujer, sus crecientes responsabilidades profesionales y su acceso a métodos adecuados de salud reproductiva.
Además, la crisis económica iniciada la pasada década encareció productos de la canasta familiar básica y la alimentación infantil, agudizó el hacinamiento en muchos hogares y acentuó el balance negativo de la emigración.
La falta de previsión podría tener resultados dramáticos en una sociedad de signo patriarcal, donde el machismo aún es regla común en muchas familias. "Las mujeres somos más decididas que los hombres a esta edad, ellos no se adaptan a la vida sin trabajo cuando se jubilan", afirma Díaz.
El año pasado en su aula había apenas cinco hombres, frente a 56 mujeres. La generación actual de personas adultas mayores, nacida en la década del 40, creció con la idea de que "el hombre es de la calle y la mujer de la casa", un lastre machista que obstaculiza la incorporación masculina a esta alternativa de educación en la tercera edad.
"El hombre menos que nadie está preparado para envejecer", observa González. "El hombre se retira y trata de seguir trabajando, porque considera que quedarse en la casa es como morirse", aseveró.