Suecia y Portugal, que por la distancia geográfica y cultural entre ellos haría casi imposible encontrar similitudes, cuentan con un denominador común: son los dos países del Norte mejor colocadas en el elenco comparativo de las políticas de integración de inmigrantes.
Suecia logra el primado y Portugal consigue el segundo lugar en la investigación coordinada por el "British Council", de Londres, y el "Migration Policy Group", de Bruselas, que incluye trabajos de 25 organizaciones no gubernamentales.
El presidente de la organización no gubernamental "Etnia-Cultura y Desarrollo", Mario Alves, dijo este miércoles en entrevista a IPS que no le "sorprende el caso de Suecia, sino, por el contrario, su actitud proviene de una línea de tradición civilista y solidaria que, por ejemplo, fue especialmente favorable para los exilados políticos portugueses y latinoamericanos en la década del 70".
Sin embargo, advirtió que, pese a que no se debe "cuestionar de manera liviana o superficial este tipo de investigaciones y datos, tampoco se debe supervalorizar esos resultados, presuntamente científicos o de rigor incuestionable, como lo hacen los políticos en el poder y las instituciones oficiales".
En el caso de Portugal, Alves señaló que "tan buen comportamiento me genera algunas dudas, sobretodo teniendo en cuenta el caso de España", que debería estar por encima en cuanto a la integración de los inmigrantes.
Es "bien conocido por experiencias vividas que nos llegan casi diariamente y que, para citar solo un aspecto, sin duda esencial como es el de la obtención de la nacionalidad para las comunidades de inmigrantes, el país vecino tiene ciertamente una legislación más favorable", indicó.
Los resultados del informe presentado el martes en Lisboa, sin embargo, no sorprendieron al politólogo brasileño residente en España, Jair da Fonseca e Brito.
"Los suecos están arriba porque montaron un sistema legal a prueba de racismo y los portugueses están allí sin querer, porque son como son", dijo este miércoles a IPS, a su paso por Lisboa, en alusión al "histórico mestizaje étnico lusitano que comenzó en el siglo XV".
El informe, que evalúa las medidas legislativas y no propiamente su eficacia en términos de concreción, abarca un universo de 28 naciones donde viven 21 millones de inmigrantes.
Veinticinco de esos países son los miembros de la Unión Europea (UE) hasta el 1 de enero, cuando se agregó al bloque Bulgaria y Rumania. Los otros tres son Canadá, Noruega y Suiza, países de alto desarrollo.
Suecia y Portugal fueron los únicos países con resultados "suficientemente altos para poder ser considerados 'favorables' para a promoción de la integración", indica el informe.
La nación nórdica logra el primado en los seis aspectos contemplados en el análisis: acceso al mercado de trabajo, reagrupamiento familiar, residencia de larga duración, participación política, adquisición de nacionalidad y no discriminación.
Tras Portugal se ubican en orden descendiente Bélgica, Holanda, Finlandia, Canadá, Italia, Noruega, Gran Bretaña y España, mientras que los peores lugares en el mismo orden son ocupados por Eslovaquia, Grecia, Austria, Chipre y Letonia, que cierra la lista.
En referencia a la obtención de nacionalidad, Alves dijo en otro pasaje de la entrevista con IPS estar convencido que "en una investigación más cualitativa, la respuesta española en ese aspecto ciertamente inclinaría el gráfico final mucho más a favor de Madrid, pese a que el estudio le otorga una mala puntuación en la naturalización, ocupando en este rubro el puesto 14 de los 28 países contemplados.
En resumen, "yo diría que Portugal y España no tienen una buena legislación sobre la inmigración, sino que cuentan con leyes menos malas que la mayoría de Europa, donde existen situaciones pésimas".
"Una de las mayores vergüenzas de la UE en este momento, especialmente en Francia, es la manera como trata a los inmigrantes", opinó.
Alves insiste al afirmar que "sería mucho más sensato y correspondería mucho más a la verdad de los hechos si hubiese una preocupación, por parte de quién encomienda esos estudios, de hacerlos más amplios y equilibrados, incluyendo otros indicadores, tal vez menos mesurables, pero ciertamente más próximos de la realidad".
Un resultado más riguroso "pasa inevitablemente por saber lo que piensan las comunidades extranjeras sobre sus condiciones en cada país, así como la de los ciudadanos de esos estados sobre los inmigrantes, con los cuales conviven en sus ciudades, en sus vidas, lo cual no es fácil, porque significa trabajo y vulnerar las inercias y hábitos de las instituciones y de mentes difíciles de cambiar", acotó.
En el marco de la UE, Alves es un ardiente defensor de otorgar una importancia mucho mayor a la cultura, tanto a nivel interno entre los 27 países miembro, como en la relación con las comunidades de inmigrantes.
A pesar de ser un incansable crítico de "los poderes instalados", reconoce el mérito de la presidencia semestral portuguesa de la UE, que hace dos semanas organizó en Lisboa un Foro Europeo para la Cultura, destinado a que "la sociedad civil, la comunidad artística, haga propuestas para ser incorporadas en las políticas públicas europeas de cultura".
Citó a modo de ejemplo iniciativas que ya están en marcha, tales como el "Dialogo Euro-Mediterráneo" y el "Foro Civil Euro-Mediterráneo", que se llevan a cabo con la región del norte de África, "una de las prioridades de la UE en este momento".
La inmigración "es una óptima ocasión para la promoción de la diversidad, y la presencia de iberoamericanos, asiáticos y africanos en la Europa de hoy es una gran oportunidad para la promoción del diálogo entre las culturas", añadió.
Esta situación privilegiada surge "sobretodo porque vienen dos años europeos dedicados a dos temas magníficos a la luz de estas preocupaciones: 2008-Año Europeo del Diálogo Intercultural y 2009-Europa de la Creatividad y de la Innovación, iniciativas que tendrán impacto en todo, incluido el modo de vivir y de ver la ciudadanía", explicó el activista.
"No estamos inventando nada. Sólo estamos observando con atención las experiencias que están dando frutos, o proponiendo iniciativas que deberían haber sido realizadas y que no lo fueron", aclaró Alves.
Con ello tomó expresiones del político francés Jean Monnet (1888-1979), quien fue el primer presidente de la Alta Autoridad de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, entre 1952 y 1955, el embrión de lo que hoy es la UE.
Recordó que Monnet, "el padre de la UE, cuando al final de su vida le preguntaron si estaba contento con su obra, si la UE era aquello que esperaba, dio una repuesta lúcida y magnífica".
"No, yo me equivoqué, porque pensé que el mercado por sí solo unía a los hombres, pero ahora veo que eso es completamente falso, porque el mercado no une a los seres humanos y, si hubiese intuido el error en la época, habría comenzado por la cultura, el único cimiente que puede unir a las naciones, a los pueblos y a las personas", sentenció entonces Monnet.