BIRMANIA: Gran apuesta de China en su ex estado vasallo

Mientras recrudece la represión en Birmania, escasean en la prensa de China noticias desde ese país. Algunas se destacan: Southern Weekend, uno de los periódicos más liberales, publicó un largo informe sobre un chino que se hizo rico traficando jade birmano.

El artículo describe Birmania como "el reino del jade en la Tierra", donde se puede hacer fortuna si uno trabaja duro. Y perpetúa la centenaria percepción de Birmania como cantera de riquezas de la que sucesivas dinastías chinas obtenían un tributo.

El diario no menciona la revuelta popular en ese país, ni la brutal represión de civiles desarmados liderados por monjes budistas, que recuerda la masacre de la plaza Tienanmen de esta capital, en 1989, con la que las autoridades chinas aplastaron un movimiento prodemocrático encabezado por estudiantes e intelectuales.

Las autoridades se preparando para realizar este mes el 17 congreso del gobernante Partido Comunista y son recelosas de cualquier elemento que ponga en riesgo la frágil estabilidad social de este país.

La prensa oficial china ignore la crisis política en Birmania, pero el gobierno tiene una larga historia de intervención en el destino de ese país y una capacidad de influencia única.
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Durante la dinastía Yuan, hace 800 años, los soberanos mongoles de China invadieron Birmania tres veces. Sus sucesores de la dinastía Ming lo hicieron en dos ocasiones.

La última dinastía imperial, la de los Qing, percibía a Birmania como un Estado vasallo que regularmente enviaba misiones a Beijing con elefantes como regalo.

Esa relación de patronazgo se volvió marcadamente ideológica durante el "reinado" de Mao Zedong al frente de China y el Partido Comunista (1949-1976), cuando Beijing quería convertirse en el faro de la revolución mundial y arrebatar a Moscú el liderazgo del movimiento comunista internacional.

Con Mao, China financió y entrenó insurgentes en todo el sudeste de Asia. En Birmania brindó apoyo al ahora desaparecido Partido Comunista de ese país, que en varias oportunidades estuvo cerca de llegar al poder.

Con el paso de los años, los chinos radicados en Birmania pasaron a dominar el comercio de varias materias primas, incluido el arroz. El resentimiento que generaron desembocó a veces en disturbios en los que se saquearon y quemaron comercios, depósitos y casas de ciudadanos de este país.

Esto dio excusas a Beijing para invadir de nuevo Birmania en 1968. En una guerra no declarada, 30.000 soldados chinos rápidamente ocuparon partes del territorio y obligaron a la dictadura militar del general Ne Win a negociar.

Pero el empeño de Beijing para fomentar la revolución en la región y el costo de financiar insurgentes, como en el caso de Birmania, dejaron exhausto a este país, que estaba a su vez empobrecido y hambriento.

La muerte de Mao en 1976 marcó el fin de una era de cruzadas ideológicas y fallidos intentos de industrialización. China adoptó un perfil bajo en política internacional y se concentró en reconstruir las relaciones con sus vecinos y extender su influencia económica en la región.

Desde 1990, China ha sido el único país de peso que apoyó a la junta militar birmana, a la que otorgó ayuda y armas, valuadas, según algunos analistas, en más de 2.000 millones de dólares.

A cambio, Beijing recibió madera de teca y piedras preciosas. También promesas de petróleo y gas, a través de un proyectado oleoducto, y acceso al mercado birmano para los bienes de consumo baratos de este país.

Se estima que alrededor de un millón de chinos se han radicado en Birmania, donde se dedican al comercio, la construcción de diques y el tendido de una carretera que, una vez finalizada, se extenderá desde la frontera china a través del país hasta la costa.

Los generales birmanos, aislados por las naciones occidentales, se han vuelto aún más dependientes del comercio con China. El intercambio bilateral se duplicó entre 1999 y 2005 hasta alcanzar 1.200 millones de dólares.

Para proteger sus inversiones e intereses comerciales, China también es el más acérrimo defensor de Birmania en la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Se opuso de manera consistente a la adopción de medidas contra el régimen de Rangún, con el argumento de que negociaciones políticas detrás de los bastidores serían más efectivas que imponer sanciones.

Mientras la comunidad internacional deploró la represión y el derramamiento de sangre en Birmania la semana pasada, China bloqueó una declaración de condena a la junta militar.

El embajador de China en la ONU, Wang Guangya, dijo a la prensa que la crisis en Birmania no constituía "una amenaza para la paz regional e internacional", el requerimiento formal para que el Consejo de Seguridad del organismo mundial tomara cartas en el asunto.

Sin embargo, a pesar de la aparente inacción de Beijing, diplomáticos extranjeros en esta capital creen que China presionará a los generales birmanos para que no repitan una masacre como la de 1988, cuando otro movimiento prodemocrático fue aplastado por el ejército a un costo de 3.000 pacíficos manifestantes muertos.

"Hay mucho en juego para China. Ha sido criticada por permanecer pasiva durante mucho tiempo ante la situación en Sudán y no quiere verse involucrada en otra crisis como la de Darfur", dijo un diplomático occidental, en referencia a esa zona sudanesa donde la población negra local es atacada por milicias árabes apoyadas por el régimen.

La cuenta regresiva hacia las Olimpíadas de 2008 en esta capital ha atraído una mayor atención internacional hacia China. Sus líderes odian la idea de ver arruinados los preparativos por una asociación con una masacre en Birmania, país al que algunos ya están llamando "la Darfur asiática".

El mes pasado, en reuniones con los generales birmanos, diplomáticos chinos fueron inusualmente claros respecto de la posibilidad de una supresión violenta de las protestas que estaban cobrando fuerza en Rangún y otras ciudades.

Según la agencia oficial de noticias Xinhua, el consejero de Estado Tang Jiaxuan dijo al líder de la junta militar birmana, general Than Shwe, que China "como un amistoso vecino" esperaba que se reestableciera "la estabilidad interna lo antes posible" y se promoviera "activamente la reconciliación nacional".

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