BIRMANIA: Se vacía el tanque de la paciencia popular

Los trabajadores de Rangún, la hasta hace poco capital de Birmania, afrontan desde esta semana una difícil alternativa: se quedan en casa y pasan hambre o cumplen con sus obligaciones laborales con el estómago casi vacío.

La dictadura militar decretó un aumento repentino de precios del combustible de 500 por ciento. El costo de la medida se sintió de inmediato, con numerosos autobuses quedaron detenidos.

Muchos birmanos que ganan 1.000 kyats por día (casi un dólar) se ven obligados desde entonces a pagar cerca de 800 kyats por un viaje de ida y vuelta desde la periferia al centro de Rangún. Antes de ese día, era al revés: gastaban 200 kyats por transporte y 800 en alimentos.

"La gente está en shock. Casi 80 por ciento del jornal diario se asta en transporte y muchos se ven obligados a reducir la comida", dijo a IPS Zin Linn, portavoz de la Coalición Nacional de Gobierno de la Unión de Birmania, que fue elegido democráticamente en 1990 y forzado al exilio por la dictadura.

"Algunos dejaron de trabajar. Tenemos miedo de que haya una hambruna, porque la gente comienza a saltearse las comidas", se lamentó Zin, quien vive en Tailandia.

El efecto dominó se siente en otros ámbitos, no sólo en el del transporte. "Las pequeñas empresas en Rangún y en otros poblados que dependen del diesel para mantener activas sus máquinas quedaron golpeadas", agregó el dirigente. "Algunos se vieron obligados a cerrar."

La ira desatada por la decisión de la junta militar se propagó por todo el país, donde se registraron inusuales escenas de desafío directo a un régimen notorio por su brutalidad para reprimir manifestaciones públicas y para silenciar a sus opositores.

Desde el día 19, multitudes se concentraron en Rangún y en otras ciudades para protestar por los aumentos de precio durante tres días, arriesgándose a los golpes y los arrestos. "Lo que hemos visto esta semana es digno de destacar. La gente está tan furiosa que no teme salir a expresar sus sentimientos", dijo Win Min, académico birmano en la tailandesa Universidad Chiang Mai.

"Por primera vez, hemos visto personas que, al ver las protestas, aplaude abiertamente como muestra de apoyo. Saben los riesgos que corren, porque siempre está presente el temor de represión y saben de gente común baleada en las calles", agregó Win Min.

También resultó novedoso el perfil de los participantes en las protestas. "Hubo amas de casa, ancianos y estudiantes. Acudieron espontáneamente. Muchos más están esperando el curso de los acontecimientos antes de unirse", dijo.

Este viernes, de todos modos, una manifestación en un barrio comercial de Rangún fue cancelada por temor a la represión, dijo a IPS la ex dirigente estudiantil Khin Ohmar, hoy exiliada en el norte de Tailandia. "La situación es muy tensa y el gobierno puso cordones de seguridad" en las calles, afirmó.

Pero un grupo de cuarenta personas marcharon marchó cerca de la alcaldía de Rangún y fueron reprimidas por la policía. La mayoría terminaron detenidas. Fue la tercera manifestación desde el día 19.

Khin Ohmar también se manifestó preocupada por el destino de dirigentes universitarios detenidos el miércoles por su participación en las protestas, entre ellos Min Ko Naing, el opositor más destacado detrás de la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, en prisión domiciliaria.

"No sabemos dónde están. Las autoridades detienen automóviles y autobuses y exigen a la gente documentos de identidad, porque están tras otro dirigente estudiantil", aseguró.

Las protestas van ganando terreno desde comienzos de año, cuando se registraron manifestaciones, también inusuales, por el encarecimiento de los alimentos. La primera en más de una década fue en febrero, cuando 25 personas se animaron a protestar en la calle.

El precio del arroz, el alimento básico de Birmania, se duplicó entonces. Otros productos como la cebolla, el huevo y el aceite también quedaron fuera del alcance de la mayoría de la población.

Birmania es uno de los países más pobres del mundo, una imagen que contrasta con el prestigio que tenía poco después de independizarse de Gran Bretaña, en 1948. Entonces era considerado un país de abundancia, imagen consolidada por su carácter de exportador de arroz.

Pero hoy, 30 por ciento de sus niños sufren desnutrición y 25 por ciento de sus habitantes viven en condiciones de pobreza.

Los opositores acusan de la crisis económica a la dictadura militar que rige en este país desde 1962.

Fueron también las complicaciones de la economía originadas por una devaluación lo que alimentó las protestas prodemocráticas de agosto de 1988, ocasión en que el régimen reprimió disparando contra la multitud, matando a cientos de personas.

La junta actual abrió una nueva sangría de recursos con su decisión de mudar el año pasado la capital de Rangún a Naypidaw.

Las Fuerzas Armadas que gobiernan Birmania desde el golpe de Estado de 1962 han mostrado escaso respeto por las libertades políticas y civiles y por los derechos humanos. El disenso y las proclamas de libertad suelen chocar con la fuerza bruta, en forma de bastones y balas.

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