En la cobertura mediática prestada a la inédita reunión de líderes tribales afganos y pakistaníes se pasó por alto un asunto: el presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, reconoció por primera vez que en su territorio se presta apoyo a la milicia extremista Talibán.
Aun así, el resultado del encuentro se quedó corto.
El comentario de Musharraf marcó un giro de 180 grados respecto de sus reiteradas desmentidas sobre la protección que los talibanes reciben en las áreas tribales de su país próximas a la frontera con Afganistán. El presidente admitió la existencia de esos "santuarios" en el discurso ante la "jirga" (consejo tradicional) de paz celebrada en Kabul entre el jueves 9 y el domingo 12.
Musharraf firmó una declaración de seis puntos con su par afgano, Hamid Karzai, en la que se comprometieron a continuar la guerra contra el terrorismo lanzada por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush.
La presencia de Musharraf en la sesión final de la jirga, celebrada por los líderes tribales de la etnia pashtun (patán) de Afganistán y Pakistán, también constituyó una sorpresa. Se trató de una decisión de último minuto como resultado de un llamado telefónico de la secretaria de Estado (ministra de Relaciones Exteriores) de Estados Unidos, Condoleezza Rice.
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"Hay una contradicción en la declaración del encuentro. Por un lado, se comprometen a combatir a los talibanes, pero por el otro se adopta un enfoque conciliador hacia ellos", comentó un especialista en ese movimiento islámico de la Universidad de Peshawar, Ashraf Ali.
Cientos de combatientes talibanes y sus aliados de la red terrorista Al Qaeda huyeron hacia las zonas septentrionales de Pakistán dominadas por líderes tribales cuando la coalición militar liderada por Estados Unidos los desplazó de Kabul en 2001. Ahora, se culpa a Pakistán por el retorno de los insurgentes islámicos a las provincias del sur de Afganistán.
Las relaciones entre Islamabad y Kabul se vieron bajo tensión desde 2006, a causa de la negativa pakistaní a asumir su parte de la responsabilidad. El "consejo de paz", al que asistieron 700 delegados de ambos países, fue consecuencia de la presión ejercida por Washington.
Uno de los participantes en la "jirga" fue el brigadier retirado Mahmood Shah, ex secretario de Seguridad de las pakistaníes Áreas Tribales Bajo Administración Federal (FATA, por su sigla en inglés), una franja a lo largo de la frontera con Afganistán donde no impera la ley.
Shah dijo que ambos países debían luchar codo a codo para derrotar al terrorismo.
Pakistán se ha visto sacudido por la violencia en las últimas semanas. Tras el ataque del ejército a la Mezquita Roja de Islamabad, grupos pro talibanes dejaron de lado un acuerdo de paz con el gobierno firmado en septiembre de 2006, y se embarcaron en una campaña de ataques a las fuerzas de seguridad, especialmente en la Provincia de la Frontera Noroccidental.
Musharraf admitió ante la jirga que los insurgentes islámicos "quiebran la paz y la armonía e impiden nuestro progreso y desarrollo".
"La presencia de Musharraf le otorgó cierta respetabilidad a la jirga. Y también habló con franqueza", dijo a IPS un líder tribal, Rasool Khan.
El presidente afgano consideró la jirga como "excelente". En su discurso de cierre dijo que rezaba por las buenas relaciones entre Afganistán y Pakistán. "Estoy muy feliz por la presencia de respetados líderes de ambas partes", agregó.
Pero no mencionó la ausencia de los talibanes, quienes no fueron invitados a la asamblea de los líderes pashtunes, la etnia mayoritaria en Afganistán y dominante en el norte paquistaní. Según la tradición, las jirgas son convocadas para resolver diferencias sin recurrir a la justicia.
"La jirga es una institución pashtún, convocada por un tercero para acercar a dos rivales. En este caso, los talibanes, parte central del problema, no fueron invitados, lo que va en contra de su espíritu", dijo el profesor afgano, Mastan Ali Shah.
"Sin su participación, no hay posibilidad de que la jirga pueda conducir a la paz", comentó Ali, de la Universidad de Peshawar. Los insurgentes islámicos que combaten al gobierno afgano y a la coalición militar liderada por Estados Unidos debieron ser invitados, insistió.
En consecuencia, 40 participantes procedentes de las FATA, donde los grupos proTalibán son muy activos, se retiraron argumentando que no podían resolver los problemas de la guerra en Afganistán cuando su propia casa no estaba en orden.
"La jirga fue un ejercicio vano", dijo Afrasiab Khattak, jefe provincial del Partido Nacional Awami, que envió 60 delegados al encuentro de Kabul. "Los talibanes, los actores principales en esta crisis, no fueron invitados. Tendrían que haber realizado un esfuerzo para que algunos de los más razonables asistieran", dijo.
Según Khattak, el servicio de inteligencia pakistaní incluyó en la delegación a la jirga a burócratas y líderes tribales elegidos a dedo. "Hubo una falta total de sinceridad de parte de Islamabad, porque la representación pakistaní viajó a Kabul sin haber realizado su 'tarea hogareña' para el encuentro", agregó.
Un experto afgano, Sher Zaman Taizai, comentó que "no existe precedente de una jirga para resolver cuestiones complejas como una disputa entre dos países. Podría haber ayudado a un entendimiento entre Afganistán y Pakistán, pero abordar complicados temas vinculados con la paz está más allá de sus posibilidades".